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Sevilla/Va uno cumpliendo años y la maldita nostalgia acecha más de la cuenta, especialmente a través de la música, que funciona y aprieta ahí donde más duele y perdura la memoria sentimental de eso que nos empeñamos en llamar "nuestra época" (como si no lo fueran todas). Este pasado verano vimos por fin encima de un escenario al gran Franco Battiato, y apenas en unas horas cumpliremos también otro viejo sueño, ver y escuchar a Michel Legrand en el Teatro Lope de Vega, hoy a las 20:30, interpretando en formato de trío algunos de sus grandes, inolvidables temas para el cine, de aquellos Paraguas de Cherburgo que podríamos tararear uno a uno de memoria, a The windmills of your mind de El caso de Thomas Crown, de Las señoritas de Rochefort a Verano del 42.
A sus 85 años, el compositor francés (París, 24 de febrero, 1932) vive, como su colega y hermano mayor Ennio Morricone, su particular periodo de gloria y reconocimiento popular, fraguado en giras de conciertos, nuevas grabaciones (la más reciente, en Sony, de sus conciertos para piano, violonchelo y orquesta) o maravillosas ediciones remasterizadas de algunas de sus mejores bandas sonoras, como la de Las señoritas de Rochefort que acaba de aparecer en una preciosa caja de 5 CD dentro la colección Écoutez le cinéma (Decca/Universal) que coordina Stéphane Lerouge. Y todo ello sin abandonar la composición cinematográfica: ahí están sus trabajos recientes para Xavier Beauvois en El precio de la fama (2014) o Las guardianas (2017), que se estrenará pronto en España.
"Desde que era un niño -cuenta Legrand- mi deseo fue dedicarme plenamente a la música y mi sueño que nada de ella se me escapase. Esa es la razón por la que nunca me he establecido en una única disciplina. Me gusta tocar, dirigir, cantar o componer en diferentes estilos. Me mueve la curiosidad, así que hago de todo. Mis actividades caminan en paralelo en todo momento y me implico en ellas profunda y seriamente. La diversidad me preserva del uniforme. Si tuviera que confinarme a un solo dominio, mi vida se detendría".
Legrand recoge hoy la siembra de seis décadas de incansable apetito y actividad musicales que lo han llevado por medio mundo componiendo, arreglando, cantando, tocando e incluso dirigiendo cine (Cinq jours en juin), del jazz y las variedades a la música clásica, del pop a la música cinematográfica o el ballet, de la gran orquesta sinfónica a la intimidad del piano y la voz (esa voz suya tan peculiar y quebrada), de las burbujas a la melancolía. En palabras de Lerouge, estamos ante un "compositor multi-registro siempre en busca de nuevos encuentros, un músico que pulveriza fronteras en su rechazo al establecimiento de jerarquías entre géneros musicales, un músico para el que un tango puede tener más valor que algunas obras de Wagner".
Llegado al cine en una época de transición, efervescencia creativa y nuevos lenguajes a finales de los años 50 del pasado siglo, Legrand contribuyó como muchos otros compañeros de generación en la nouvelle vague (especialmente junto a Demy, con quien creó un nuevo modelo de cine musical cantado en una serie de nueve películas, pero también junto a Godard, en Une femme est une femme y Vivre sa vie, o Varda, en Cléo de 5 a 7) o los nuevos cines europeos y americano (Barry, Mancini, Jones) a reinventar el sonido del cine dando entrada al jazz, su principal pasión en aquellos días, y a su fusión con los modos de la música popular y clásica en nuevas y sorprendentes alianzas sonoras.
Legrand se convierte así en marca y garantía de éxito gracias a su talento innato para la melodía y los arreglos y a ese espíritu de los tiempos en los que tener un buen tema en labanda sonora era esencial para su promoción cruzada con la industria del disco.
Acompañante y director musical de artistas (Henri Salvador, Maurice Chevalier) en su juventud, Legrand quedó pronto fascinado por las orquestas de Dizzy Gillespie, Stan Kenton, Count Basie y Duke Ellington. En 1957, con apenas 26 años, firma su primer disco para Columbia con la colaboración de Coltrane, Evans, Woods, Webster y Miles Davis (con quien volvería a colaborar en la banda sonora de Dingo).
Poco después llegaría el encuentro con el cine, la nouvelle vague, el cine europeo internacional (de su Bond particular, Nunca digas nunca jamás, a títulos como Eva y El mensajero, de Losey, La piscina, de Deray, o Los tres mosqueteros, de Lester), el salto a Hollywood, donde trabajará para Brooks (The happy ending), Mulligan (Verano del 42), Welles (Fraude), Pollack (Castle keep), Jewison (El caso de Thomas Crown), Eastwood (Breezy), Streisand (Yentl) o Altman (Prêt-a-porter), sus tres Oscar o sus incursiones en la televisión, de Don Quixote a la serie de animación infantil Érase una vez...
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