"México es más grande que sus penas"

Élmer Mendoza. Escritor

El autor publica 'La prueba del ácido', un nuevo viaje a la violencia y la corrupción

El escritor mexicano Élmer Mendoza (Culiacán, 1949), ayer, durante la entrevista en un hotel del centro de Sevilla.
El escritor mexicano Élmer Mendoza (Culiacán, 1949), ayer, durante la entrevista en un hotel del centro de Sevilla.
Francisco Camero

28 de septiembre 2011 - 05:00

"Hay días en que no amanece completo", va murmurando el Zurdo Mendieta, y no le faltan razones para pensarlo. En La prueba del ácido (Tusquets), Élmer Mendoza empuja de nuevo al límite al personaje que presentó en su anterior novela, la magnífica Balas de plata, un hombre terco y honesto pero no exactamente inmaculado. En medio de una hondísima crisis personal, el policía dejará de pasar las noches ladrándole a la luna como un perro solo y enfermo para resolver un caso al que sus propios superiores se empeñan en dar carpetazo. Una vez más, todo, los narcotraficantes respondiendo a la guerra declarada por el Gobierno mexicano, los servicios secretos de Estados Unidos, los políticos corruptos del estado de Sinaloa, los empresarios que no están dispuestos a distinguir entre aguas claras o podridas mientras sigan navegando sobre ellas, absolutamente todo invita a suspirar y mirar a otro lado. Y una vez más el Zurdo Mendieta, acostumbrado a maniobrar en el centro de todas las tormentas, seguirá adelante, reventado de dolor, porque uno de los cuerpos que han aparecido mutilados es el de una bailarina de striptease, una mujer a la que quiso y que fue, en vida, nadie, como él mismo.

-¿De qué cree que escribiría si la realidad de su país no estuviera tan profundamente determinada por la corrupción y la violencia?

-Creo que andaría contando historias fantásticas o de ciencia ficción. Siempre ha sido mi sueño escribir una novela de ciencia ficción, crear un universo. Nunca lo he conseguido, pero siempre lo estoy intentando y espero conseguirlo.

-¿Cuál es su experiencia con la violencia? ¿Cómo es el día a día de un ciudadano corriente en Sinaloa? A veces, es tal el tremendismo que proyectan las noticias que parece haber un sicario en cada esquina.

-No es así, claro. La gente trabaja, se divierte, lleva a sus hijos al parque y va al cine o al teatro y sale a beber y cenar. La vida es normal. Pero hay ciudades donde hay una especie de toque de queda, no impuesto por las autoridades. La población sabe que a ciertas horas es mejor no estar en la calle. Enfrentamos la violencia intentando seguir nuestras costumbres.

-¿Está contando bien la literatura mexicana el presente del país?

-Creo que sí. Estamos creando una corriente muy fuerte, y como ocurre en todas la corrientes, hay obras muy logradas y obras menores. También hay un movimiento muy fuerte de autores de no-ficción, que ofrecen a los lectores otro discurso. Esto lo han notado hasta los delincuentes: ningún escritor ha sido siquiera amenazado por las bandas y ya sabemos lo que ocurre con los periodistas. Los autores aparentemente somos inofensivos...

-Eso dice algo del papel de la literatura en nuestras sociedades, ¿no?

-Puede ser. Pero también es verdad que tocamos otras fibras. Una obra [de ficción] puede inducir a los lectores a reflexionar sobre lo que implica vivir en una ciudad con problemas que el Gobierno no sabe resolver. Mis lectores me aseguran que lo que cuento es real. Tengo también lectores en la clase política y cuando los veo ellos me dicen que están muy bien mis libros.

-O sea, que allí tampoco se dan nunca por aludidos...

-[Risas] Exactamente. Pero sus sonrisas tienen una carga que yo puedo interpretar.

-Hay críticos que dicen que la narcoliteratura banaliza la violencia. ¿Un escritor debe respetar siempre ciertos límites para ser responsable al contar la violencia?

-Yo sí siento que tengo una responsabilidad. Tengo problemas para emplear ciertas palabras del argot de la violencia. Y no las uso. Las detecto cuando estoy escribiendo, dejo un paréntesis y busco otra palabra. A mí no me interesa la violencia extrema; me interesa crear símbolos impactantes sobre la violencia pero desde una estética que vaya directo a los sentimientos y a la inteligencia de los lectores.

-¿Hay motivos para ver el futuro de México con esperanza?

-El narcotráfico es un negocio tan lucrativo que creo que no tiene solución. Hay demasiada gente que está dispuesta a seguir ganando millones de dólares hasta el siglo que viene. Sí tengo esperanza en que acabe la guerra al narcotráfico, porque es innecesaria. Pacificar el país será un proceso que llevará tiempo. Sería muy lamentable que en un país con cien millones de habitantes no hubiera alguien con esperanza. Aunque hay gente que se dedica a lucrarse por no tenerla.

-¿Qué se ha hecho mal?

-En primer lugar haber declarado la guerra al narcotráfico sin tener a los policías debidamente entrenados y equipados. Otra política económica, mejorar la educación, la sanidad, incentivar a las empresas para que todos tengamos empleo: eso es lo que urge a México. Pero el Gobierno prefiere pasar el tiempo hablando de un flagelo que él mismo ha creado.

-Su apuesta literaria es compleja: trabaja con el registro coloquial y callejero, pero la estructura y la escritura misma es exigente. ¿Cómo surgió ese estilo?

-Corriendo riesgos. Me decía a mí mismo: tengo que ser vanguardia, debo ser vanguardia. No es una literatura pura e intimista; con ella he conseguido llegar a lectores que jamás leerían literatura experimental y a otros que jamás leerían aventuras. Eso me encanta, desconcertar. Pero también es algo desesperanzador. A veces te despedazan los críticos, dicen que eres pretencioso, pero ¿qué es un escritor sino un pretencioso? Yo soy católico y siento que debo intentar hacer la literatura en la que creo; si no, Dios me castigaría convirtiéndome en un viejo imbécil y enfermo.

-Volviendo a su país, ¿qué debería comprender un observador foráneo para tener una visión más o menos ajustada de México?

-Hay dos cosas fundamentales. No somos países salvajes, eso hay que entenderlo ya. Hay violencia, y fuerte, pero hay muchísimas cosas que la violencia eclipsa. No me gusta que nos miren con preocupación. México es más grande que sus penas. ¿Por qué sólo llama la atención lo terrible? Tenemos severos problemas, pero estamos acostumbrados a hacer las cosas, no a que nos las hagan. Hemos vencido al desierto, hemos hecho ciudades donde nadie sabía que era posible. Estamos más allá de la violencia. No tenemos los gobiernos que merecemos, la violencia es demencial y demasiado espectacular para dejar de hablar de ella, vale, pero somos fuertes y no nos vamos a dejar vencer. De verdad.

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