Memoria de los hombres
Opinión
NO te preocupes / si sonreímos con tus versos dolientes / y nos sentimos hoy por hoy superiores. / Tarde o temprano / vamos a hacerte compañía", afirmaba Pacheco en Una cartita rosa a Amado Nervo. Son numerosas las ocasiones en las que el autor mexicano trató con descreimiento, con esa modestia tan característica, su consagración a la poesía. A menudo, en su producción, Pacheco cuestionaba la perdurabilidad que tendría su obra, se preguntaba, consciente de que cualquier escrito no es nada si no encuentra un lector que se refleje en él, qué eco tenían sus palabras. "Quizás no es tiempo ahora. / Nuestra época / nos dejó hablando solos", lamentaba un creador que se veía como un chamán que percibía el murmullo antiguo del mundo, pero que no quería darse ínfulas por ello: "Soy el que canta el canto de la tribu / y como yo hay muchísimos".
Resulta curioso, pero en todo caso representativo de la lucidez que siempre guió sus pasos, que exprese esa prevención precisamente una de las voces que mejor supo calar en la conciencia y el corazón de sus coetáneos, un poeta que apostó por una claridad encomiable en su expresión porque ya su discurso poseía la complejidad y la hondura de lo humano. En sus páginas reflexionó sobre lo efímero de la existencia, como un observador del tiempo y sus derrotas -"hagamos lo que hagamos, siempre estaremos / en la actitud del que se marcha. /Así vivimos siempre: despidiéndonos"-, hasta el punto de que él se reprochaba con ironía pertenecer a la familia de los poetas elegíacos; se desveló sin caer en maniqueísmos por la violencia que devastaba su país y el planeta -"Somos víctimas del verdugo, / verdugos de la víctima"- y siempre intentó estar, sin que su enfoque sonara al bronce hueco de otros compromisos, junto a los desfavorecidos, como en el estremecedor homenaje a los muertos por el terremoto de México que hizo en Miro la tierra.
La inmensa cultura de Pacheco propuso constantes diálogos con la historia y la literatura, pero su poesía fue principalmente el canto de un hombre desvelado por los suyos. "Tenemos una sola cosa que describir: el mundo", escribió una vez. Una directriz que Pacheco, a lo largo de más de medio siglo de creación, nunca perdió de vista.
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