La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Más allá de la voz de la Laura Gallego
EL VOLGA NACE EN EUROPA. Curzio Malaparte. Trad. Juan Manuel Salmerón. Tusquets. Barcelona, 2015. 368 págs. 20 euros.
El propio autor explica, en su prólogo de 1951, los inconvenientes y censuras que le propició este libro, fruto de su estancia en el frente soviético como enviado del Corriere della Sera. A sus apreciaciones sobre la naturaleza del conflicto -unas apreciaciones que le valdrían un regreso apresurado a Italia, a instancias de la autoridad alemana-, hay que añadir el propio título del volumen, que en un primer momento debió titularse Guerra y huelga, pero que se sustituyó, finalmente, por el menos explícito de El Volga nace en Europa. Aun así, tanto un título como otro hacen referencia a una realidad que a Malaparte le parece obvia, y sin embargo opera contra la visión más extendida del conflicto: para el régimen alemán, y para buena parte de la burguesía europea, la lucha contra la Rusia soviética era la lucha de Europa contra Asia. Así la describe Sándor Márai en sus memorias, cuando define la llegada de las tropas rusas a Budapest como el anuncio, brutal y pintoresco, de un heraldo asiático. Para Malaparte, sin embargo, la confrontación ruso-alemana es una confrontación europea. Y más concretamente, la lucha de una Europa burguesa, altiva, decadente, contra la formidable creación soviética, el obrero-soldado, que ha salido del koljós, de las vastas fábricas de Leningrado y de los planes quinquenales.
Así pues, las dos partes en que se dividen estas crónicas (una primera en el frente ucraniano de 1941, la segunda en las cercanías de Leningrado en 1942), van destinadas a informar de este nuevo enemigo, despreciado por el Eje, que repetirá la hazaña que ya había llevado a la derrota de Carlos X de Suecia y de Napoleón Bonaparte. "La mayor creación industrial del comunismo -escribe Malaparte- no son los koljoses, las grandes cooperativas agrícolas, ni las enormes fábricas creadas por los rusos, ni su industria pesada, sino el ejército". Un ejército duro, capacitado, de excelente nivel técnico, que ha surgido de la inmersión de una sociedad agrícola y feudal en un hercúleo proceso de tecnificación y adiestramiento cuyo resultado es un modelo de sociedad -un concepto de mundo- que se batirá enconadamente con "la otra Europa", con la Europa burguesa que Malaparte adivina incluso tras el Reich milenario. Si esto fue realmente así, si la tesis de Malaparte, gran conocedor de la Rusia soviética, era o no correcta (recordemos que para Chaves Nogales, por ejemplo, el gran motor de la revolución soviética no fue el comunismo, sino el nacionalismo paneslavo), es hasta cierto punto secundario. Importa subrayar, no obstante, que Malaparte escribe esto para la Italia de Mussolini, a quien había admirado en su primera época, y que sus crónicas no vienen contaminadas por una afinidad triunfal con el fascismo, y sí por una ambición de objetividad que, en ese momento, resulta de enorme valor periodístico.
A última hora, como sabemos, Curzio Malaparte se aproximará ideológicamente al comunismo. Sin embargo, de estas crónicas no se desprende tanto un simpatía política hacia la Unión Soviética como la conciencia de un hallazgo histórico, común a buena parte de la intelectualidad de aquella hora. Dicho hallazgo es el del enfrentamiento de dos modelos sociales, y no el del sometimiento militar de Asia por la superioridad técnica europea. Si con su primer título, Guerra y huelga, Malaparte quería señalar la capacidad de los obreros -de los obreros de toda Europa, inmersos en el frente- para acabar con la guerra; con el segundo sugiere aquello mismo que un siglo de literatura exótica y viajera había negado: la modernidad, la europeidad del proyecto comunista. A Malaparte no le cabe duda de que estos nuevos hombres, hermanados por una estricta y fanática disciplina industrial, triunfarán sobre la hueste germana. Tampoco duda de que está asistiendo a una colosal tragedia civilizatoria. Malaparte, tan moderno en sus avizoramientos, escribe sin embargo en una prosa que podríamos definir, en su sentido más alto, como modernista. Sus descripciones de los trigales ucranianos, de las llanuras vacías, de los crepúsculos y las rocas coronadas de hierba, así nos lo permiten. Quiero decir que, de algún modo, su obra misma es el ejemplo de esa escisión radical entre dos mundos, que Malaparte cree definitiva.
A pesar de ello, no es la ideología, sino una brusca y aguda humanidad, la que llena estas páginas. Junto con las crónicas periodísticas, el volumen incluye El sol está ciego, una breve novela sobre la incursión del ejército italiano en los Alpes franceses. No espere aquí el lector el menor rastro de un burdo e insincero patriotismo. Y sí la solitaria dignidad del hombre ante lo injusto.
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