Entre el llanto dulce y la sonrisa franca
Martirio y Raúl Rodríguez | crítica
Martirio y Raúl Rodríguez recordaron a Chavela Vargas, Carlos Gardel, los maestros León y Quiroga, en un concierto minimalista y cordial, que tuvo lugar en la noche del jueves, dentro del ciclo de Noches Icónicas del Hotel Colón
Cortísima se hizo anoche la velada de hora y media que pasamos en la biblioteca del Hotel Colón, en otra de las Noches Icónicas, escuchando el cante de Martirio y el toque, el sublime toque, de Raúl Rodríguez, que anoche prefirió la guitarra al tres flamenco, ese instrumento único en su género, que solamente posee él, porque lo construyó, fundiendo el tres cubano y la guitarra flamenca, junto al maestro luthier Andrés Domínguez, en pleno corazón de Triana, en la esquina de la calle Procurador con Alfarería; ¿no va a tener en su interior el duende que despierta los ecos dormidos del compás musical de dos continentes? Pero los arreglos a las canciones de Chavela Vargas los había ido haciendo con la guitarra flamenca durante muchos años, a veces con ella misma presente, y aquí prefirió tener Raúl este instrumento para unir en su son el legado infinito de Chavela, de Carlos Gardel, de León y Quiroga, con los compases por granaínas, alegrías, soleares, bulerías, en unos arreglos grandiosos y unas introducciones instrumentales, unas más largas, otras más cortas, pero todas de esas que te hacen sentir como escapa, poco a poco, el agua de tus ojos. Martirio nos cantó las canciones sin sacar la voz como cuando se lanza al fandango, sino casi al oído de las cincuenta y tantas personas que estábamos allí, en un lugar que se prestaba a ello, como si estuviésemos, según dijo ella misma, en un saloncito con mesa camilla.
Las siete primeras interpretaciones vinieron del disco que hace diez años lanzaron los dos con las canciones de Chavela, esas que, de nuevo en palabras de Martirio, nos acompañan en las alegrías y las tristezas; canciones de Álvaro Carrillo, de José Alfredo Jiménez, de Dolores Durán, que Chavela hacía trascender con esa voz que te conectaba los sentimientos, volvió a decirnos Martirio, una voz cargada de neuronas, como las que tiene el corazón que está dispuesto a sentir y, aunque se caigan, se levantan de nuevo. En el mismo orden que aparecieron en ese disco se fueron sucediendo Luz de luna, hecha soleá por bulería; Un mundo raro, que es la que le daba el título a toda la obra, por alegrías; bulerías para El andariego; La noche de mi amor, con la que trasladó por granaínas la emoción de México a Brasil, luego a Ecuador, con Sombras, el pasillo de Carlos Brito transformado en soleá, y a Argentina, con Quisiera amarte menos, en la que los sedosos pespuntes flamencos, de nuevo por bulerías, con los que Raúl unió las notas del vals original de Francisco Canaro trajeron consigo el mayor aplauso de toda la noche.
Nos contó Martirio también que después de que Chavela editase La luna grande, el disco con versos de García Lorca, la llamó a ella y a su hijo, este Raúl que tan perfectamente la entiende y acompaña, para unirse los tres en los que, todavía sin saberlo, serían los dos últimos conciertos de la mejicana, porque tras ellos se puso malita y tuvo que estar varios días ingresada. En una de las visitas le dijo a Martirio que había visto un seis en el árbol que veía desde su cama, a través de la ventana, ¿qué será? El significado lo descubrió Martirio poco después, el seis de agosto, cuando vio pasar el cortejo fúnebre de Chavela, que vio, recuerden que le llamaban La Chamana, el día en que se iba a ir. Toda la gente que le acompañaba iba cantando La llorona, la canción que Martirio interpretó ahora, tras la introducción de acordes por soleá más sombríos que Raúl fue capaz de arrancarle a las cuerdas. Todavía siguió unos minutos más el recuerdo a Chavela con las Noches de boda que ella cantó junto a Sabina y que Martirio y Raúl eligieron, igual que ahora aquí, para su inclusión en De purísima y oro, el disco de homenaje flamenco al cantautor madrileño.
Sin dejar de lado los aires flamencos; es más, la introducción por bulerías a Volver, que fue la canción con la que continuaron el repertorio de esta noche, dejando ya detrás las de Chavela, fue quizás la más flamenca de todas, cambiaron la orientación musical hacia otros derroteros, adentrándose en los tangos de Carlos Gardel. Tras la interpretación de Volver, nos anunció Martirio que están preparando un disco de tangos, también con arreglos de Raúl con compás flamenco, que va desde Gardel a Piazzola, y nos ofrecieron una muestra con El día que me quieras. Otro anuncio más fue el de su próximo concierto en el teatro Lope de Vega, el día 24 de octubre, trayendo coplas a ritmo de jazz, aquellas Coplas de madrugá que Martirio hizo con Chano Domínguez hace 25 años, de las que también nos hizo aquí un adelanto con Torre de arena, en homenaje a Marifé de Triana, con una voz todavía más parecida a la de rayo de luna que tenía Chavela. Raúl se llevó la copla a otro lugar fascinante, aunque fue muy respetuoso, solo impregnando de olor a jazz los tientos originales de Manuel Gordillo. Martirio llenó de simbolismo y emoción esta copla con su interpretación perturbadora. Ella siempre ha defendido este género con muchísimo amor y anoche nos recordó como Carlos Cano había cogido la copla y le había quitado los lunares, cómo Carlos Cano parecía Jacques Brel cantando copla. Escuchándola hablar de él con tanta pasión a nadie nos cupo duda de que el concierto iba a seguir con María la portuguesa.
La recta final fue un recuerdo a los maestros León y Quiroga con sonrisas y lágrimas sonoras; las primeras iluminando nuestras caras mientras Martirio cantaba Compuesta y sin novio, sobre las complicaciones del casorio, que la hacían permanecer soltera pa toa la vida. Sonrisas que se convirtieron en sonoras carcajadas cuando ella, con su incombustible jovialidad, culminó la copla con los últimos versos en inglés macarrónico: que too many complications, to be single in my life. Y si anteriormente en Torre de arena los arreglos de Raúl habían sido muy solícitos con el original, de los Ojos verdes con que finalizaron solo conocíamos la letra del maestro León, porque la música que le había puesto Quiroga se convirtió en unas maravillosas bulerías de Morón en las que las falsetas de Raúl no desmerecieron ni lo más mínimo a las de Diego del Gastor. El toque primitivo de Raúl, la combinación de música y alma, expresó la jondura que nace en sus dedos y acompañó la interpretación de su madre de una manera con la que acabaron convirtiéndose los dos en una sola cosa.
Martirio anoche, sin desplegar su voz personal y única, a veces controvertida y siempre pasional, ya menos sensual pero más desgarrada, cantó al amor y al recelo, exprimiendo su corazón para hacernos sentir, de su mano, alegría, tristeza y nostalgia. Nos despertó el llanto dulce tanto como la sonrisa franca cantándole al amor en todas sus versiones: al amor salvaje, al tierno, al prohibido, al fiel, al turbulento, al imposible, haciendo que nos diésemos cuenta de que, escuchando a artistas como ella, todavía somos capaces de sentir.
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