Marlene antes de Dietrich
Errata Naturae recupera un hermoso y premonitorio retrato de 1931 sobre la (futura) mítica actriz alemana.
Marlene Dietrich. Franz Hessel. Trad. Eva Scheuring. Epílogo de Manfred Flügge. Errata Naturae. Madrid, 2014. 80 páginas. 10,50 euros.
"He aquí un libro muy raro, producto de un momento feliz y, por tanto, un libro de la felicidad". Son las palabras de Manfred Flügge en el epílogo de este primer gran retrato de Marlene antes de Dietrich, o lo que es lo mismo, de Marlene Dietrich cuando su mito, hoy ya eterno, está a punto de despegar, recién forjado por apenas tres películas, El ángel azul, de Josef Von Sterberg, todavía en Alemania, y un par de títulos rodados ya en Hollywood, Marruecos y Fatalidad, a comienzos de 1931.
Estamos, por tanto, ante un retrato premonitorio y visionario, un retrato certero y agudo como hemos leído pocos sobre una estrella de cine clásico, un retrato en forma de artículo periodístico que, en la pluma de Franz Hessel, si acaso el mejor cronista del Berlín de entreguerras (Berlín secreto, también en Errata Naturae), se convierte en una pieza de gran valía literaria. Pero premonitorio también de un tiempo histórico aciago, de la llegada de Hitler al poder en 1933, del fin, en definitiva, de una época dorada (y libre) de la Europa del siglo XX.
Pero sobre todo nos interesa el perfil de la Dietrich aquí trazado, la manera elegante y precisa con la que Hessel es capaz de ver o intuir, a partir de unas pocas obras y en apenas un encuentro, los rasgos de intimidad y personalidad de la estrella más allá de la máscara, una máscara que ella misma se encargaría de acentuar, en estrecha colaboración con iluminadores y maquilladores, en años sucesivos.
Hessel protege a la Dietrich de la pedantería y arrogancia de sus colegas, recorre con mimo su biografía, su juventud de aspirante a actriz y cantante, desvela la ambigüedad entre "excitante y perversa", entre "malévola e inofensiva", de sus personajes ("sus lentos movimientos expresan la perezosa tranquilidad de la bestia que está acechando a su presa"), el erotismo de cada gesto y cada mirada ("cuando levanta el muslo, muy quieta, de manera casi pasajera, como sin querer, ese único movimiento equivale a una orgía entera"/ "en su mirada y en su cuerpo percibimos por primera vez el amor"), el seductor grano de su voz "alcohólica y ronca", o su peculiar acento, pero también nos acerca a la buena madre y a los vestigios juguetones y la candidez preservados de una feliz infancia berlinesa.
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