Notas al margen
David Fernández
El problema del PSOE-A no es el candidato, es el discurso
MARIO DE LOS SANTOS. ESCRITOR
Una monja de clausura que se dedica al porno a través de una webcam. Un director de una sucursal bancaria acusado de abusar de su hija. Una mujer arrasada por un cáncer terminal. Un policía enamorado de la chica de la que se burlaba en clase. Mario de los Santos (Zaragoza, 1977), doctor en Químicas e impulsor de la editorial Tropo, ha reunido un zoo de gente averiada en su última novela, Noche que te vas, dame la mano, publicada por la editorial Candaya. Todos estos seres exhiben arañazos mientras suena de fondo una canción de Los Suaves: "Si yo fuera Dios / le tendría miedo al tiempo...".
-Con la potencia que tienen los protagonistas, su libro es, sobre todo, una novela de personajes.
-Sí, sin duda. A mí me gusta decir que los protagonistas son cuatro personas que ya no se sirven a sí mismos. Han llegado a un punto en el que no pueden avanzar y, en algún momento, inician un proceso de redención, de cambio... Todos ellos se intentan encontrar a oscuras y, en ese proceso, tratan de hallar dónde está el interruptor de la luz y ver qué pasa. Me parecía interesante saber qué encontraban: unos, la maravilla; otros, quizás, tienen la mano encima de un cardo.
-Pese a lo aparentemente disparatado de esas vidas, los personajes son reales.
-Escribo para entenderme. Y, en ese sentido, mis novelas son terriblemente autobiográficas. Pero, frente al movimiento de la autoficción, tengo pudor y necesito la ficción para protegerme. Con ella, estoy más tranquilo y puedo enfrentarme a lo que soy con menos dolor. Obviamente, esos personajes existen, o existieron, aunque no en la situación extrema donde los pongo en la narración. Sin duda, la realidad es la materia de mi ficción.
-Es curioso: todos tienen alguna cuenta pendiente con el pasado.
-En tu vida, uno de los pasos que marca el salto al mundo de los adultos es ese momento en el que te das cuenta de que cada cosa que haces crea pasado. Yo lo vivo así. A mis dos hijos, por ejemplo, les recuerdo que tengan en cuenta que cualquier momento es una posibilidad de adiós. Y eso es algo que tuve muy presente a la hora de escribir la novela: si le debes algo al pasado, él te encontrará; si no deseas que te encuentre, tendrás que vivir huyendo. Al final, el pasado puede ser un carcelero.
-Todos los personajes, además, se ven arrastrados por el sexo.
-A veces lo olvidamos, pero el sexo es una de las condiciones de la definición de vida. Podemos pensar que el sexo lo hemos domado, lo cabalgamos, creemos elegir cuándo, pero es falso. Es una percepción falsa. Trato de ponerle a los personajes lo que creo que es real: vivimos pendiente del sexo y, claro, éste es un vehículo para dar rienda suelta a todos sus conflictos.
-También hay otra fuerza que condiciona a los protagonistas de la novela: los hijos.
-Escribí esta novela a lo largo de diez años y, en ese tiempo, me ocurrieron muchas cosas, pero la paternidad es lo más complejo de todo. Yo llegué a ser padre tiempo después de que mi pareja diese a luz. Fue un proceso complicado acoplarme a ellos y ellos a mí. Quería que esa experiencia estuviera ahí presente, sobre todo me interesaba reflexionar qué le quedará de mí a ellos, si lo que quiero transmitirles es lo que realmente están recibiendo. De todo eso hay mucho en la novela.
-Ha asegurado que acudió a la corrupción urbanística para darle veracidad al relato. ¿Por qué?
-Porque está en nuestras vidas, en nuestras ciudades. El urbanismo es un espacio que, desafortunadamente, nos da el lienzo perfecto si queremos poner ante los ojos del lector el concepto de corrupción.
-Los cuatro protagonistas tienen en común las canciones de Los Suaves, banda que te dio, además, el título para la novela.
Tiene mucho de autobiográfico, también. Estaba preparando la trama y, de pronto, sonó en una playlist la canción Si yo fuera Dios... De pronto, caí en la cuenta de que ahí estaba el páramo sentimental que quería para mis personajes. He sido muy fan de ellos y, de algún modo, era mi subconsciente que pedía permiso para entrar: 'Oye, si quieres hablar de ti, déjame entrar porque yo soy tú' parecía decirme esa música.
-¿Qué tienen esos personajes en común con la música de Los Suaves?
Los protagonistas de Noche que te vas, dame la mano –que, por cierto, es también un verso de Alejandra Pizarnik- no saben dejar de ser víctimas. Tengo una amiga que trabaja con mujeres que han sufrido abusos y siempre me dicen que ellas no son víctimas de malos tratos, sufren malos tratos. Que sean o no víctimas es decisión de ellas. Ser víctima siempre es una decisión personal. En la música de Los Suaves siempre se decide ser víctima, igual que los personajes de la novela.
-También llama la atención que algunos de los protagonistas se acerquen a la cultura como tabla de salvación.
-Con este recurso, de un lado, quise hacer un homenaje a gente que me marcaron mucho durante mi etapa en la editorial Tropo (Carlos Castán, Roberto Bolaño…). Por otro, quería cachondearme de los debates del mundo literario. Son una excusa fantástica para juntar a los amigos a beber y sacarle dinero a las instituciones públicas. Hace tiempo el tema era el impacto de las nuevas tecnologías, ahora es la autoficción. ¡Qué chorrada de tema! Habrá gente que tenga calidad y valor para hacerlo; gente que tenga calidad pero no se atreva, y otra que se atreva pero con poco nivel.
-Ha dicho que con esta novela da por superado el nivel de Primaria en escritura, que ahora toca aspirar a más.
-Yo no puedo hacer nada mejor con esta novela, sinceramente. Me gusta esa expresión y la repito mucho: he superado Primaria; ahora me queda Secundaria y la universidad. Todo viene de mis inseguridades. Estudié Química y, en ese mundo, era el ‘rarito’ que se dedicaba a escribir. Cuando me publicaron mi primera obra, desconocía todo de este mundo. Me di diez años para aprender. Ahora tengo otros objetivos, como trabajar más la fluidez y menos la intensidad… Seguir avanzando como escritor porque, la verdad, me lo paso muy, muy bien.
-Con esta novela, usted ha jugado, si me permite, con las reglas del mundo editorial. Usted, que era conocido por su labor en Tropo, lo envió con pseudónimo a varios premios y varios sellos para saber si de verdad interesaba por sus valores literarios...
-[Risas] Sólo quería comprobar si mi novela se caía o no de las manos, que era el nivel que yo ponía en Tropo. Así que lo envié a cinco premios –quedé finalista en dos- y a cinco editoriales. Tuve suerte. De Candaya me llamaron porque les interesó la historia, sin saber quién era su autor.
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