Como diamantes engarzados en el anillo
María Schneider y Clasijazz Big Band | crítica
Anoche dio comienzo el ciclo de 'Jazz en el Teatro Central' con el concierto de María Schneider al frente de la Clasijazz Big Band
El encuentro más esperado
Un maratón de jazz para este otoño
No pudo comenzar de mejor manera el ciclo de Jazz en el Teatro Central este año que con el concierto ofrecido anoche por María Schneider al frente de la Clasijazz Big Band. Durante casi dos horas, ante un maravillado público que había agotado las localidades, los músicos fueron desgranando bajo su dirección diez piezas que presentaron una generosa y equilibrada retrospectiva de su obra, todas ellas composiciones de la propia Schneider, excepto una, interpretada en lo que debía ser el final del concierto, aunque todavía se alargó con otra más, respondiendo a los grandes aplausos de los espectadores. Y esta composición ajena fue maravillosa también en su tratamiento: Over the Rainbow, compuesta a finales de los años 30 para la película de El Mago de Oz y descrita por Schneider como un standard americano, contó con la voz y el trombón de Rita Payés, a la que en el mes de febrero tuvimos también en el Teatro Lope de Vega como estrella invitada de la Andalucía Big Band en otra noche para el recuerdo.
Y es que la Classijazz Big Band que acompaña a María Schneider es una especie de All Stars del jazz andaluz -su germen nació en Almería- y nacional, en el que además de Payés, figuran otros intérpretes de gran trayectoria como los saxofonistas Pedro Cortejosa y Enrique Oliver, el contrabajista Bori Alvero o el pianista Daahoud Salim -que ejerció también en ocasiones como intérprete improvisado de inglés-, a los que se les ha unido para estos conciertos con Schneider el acordeonista Philippe Thuriot, un experto músico que la acompaña regularmente. Prácticamente todos los músicos, que fueron durante casi todo el tiempo un total de dieciocho, tuvieron ocasiones para ocupar el primer plano en grandísimos solos, ya fuese desde su sitio dentro de la banda, o saliéndose de él para ocupar un puesto central al borde del escenario en unos momentos durante los que Schneider se retiraba discretamente hacia la esquina derecha. Teté Leal fue el primero en adelantarse de esta forma en la pieza de inicio, Choro Dançado, que también contó con la voz de Payés tarareando la bella melodía, Miguel Moisés e Irene Roig se alternaron con trombón y saxo en la segunda de las piezas, perfectamente arropados por la batería de Andreu Pitarch; el acordeón de Turiot fue el eje sobre el que giró todo el montaje de Sanzenit, silbando a la vez que lo tocaba, como si se pasease tranquilamente por estos jardines japoneses que fueron la inspiración de la pieza. El lago de la ciudad natal de Schneider en Minnesota donde ella pescaba con su padre mientras este recitaba a Coleridge con The Rime of the Ancient Mariner fue la fuente de la que surgió Willow Lake, introducida maravillosamente por el piano de Salim, y perfectamente sostenida durante toda su ejecución, en la que quien brilló esta vez fue Cortejosa. María Schneider demostró tener el arte de los joyeros trabajando con los músicos de la Big Band. Cada solista venía con un diamante hermosísimo que había que engarzar en un anillo que compensase esa piedra, como hacía Gil Evans en su banda cuando Miles Davis salía al frente con su trompeta. Cuando un solista aparecía, ella encontraba la forma de convertirlo en su momento de esplendor; como si fuese el sol apareciendo entre las nubes instrumentales. Las composiciones de Schneider son el cielo para los solistas; en ninguna otra música como en la de ella se equilibra el flujo entre la visión de un compositor y las habilidades creativas de los músicos.
Tras un pequeño descanso, iniciaron una segunda parte con El Viento, la pieza que compuso Schneider después de escuchar por primera vez a Paco de Lucía. Era fundamental, claro, que esta vez quien ocupase el primer plano fuese el guitarrista de la Big Band, por lo que Jaume Llombart fue fundamental en ella, aunque también hubo ocasión para el lucimiento del trombón de Tomeu Garcías y la trompeta de Joan Mar Sauqué. De todos los demás seguimos disfrutando a medida que el concierto seguía: el saxo de Leal, la trompeta de Pepelu Rodrigo y el trombón bajo de Pedro Pastor fueron los protagonistas de Gumba Blue; la trompeta de Bruno Calvo nos hizo flotar en otra composición de aires brasileños, hasta que el saxo de Cortejosa nos bajó a tierra; el saxo barítono de Francisco Blanco trajo una oleada de ritmos, que a pesar de sonar tan graves, daban ganas de bailar; todos fueron maravillosos, incluso los dos que se agregaron de manera puntual, el trombonista José Diego Sarabia en el escaño de Payés mientras ella le cantaba al arco iris al frente del escenario y Pablo Mazuecos, que relevó a Salim en el piano durante la interpretación de Walking by flahslight, la composición de Schneider para realzar la figura del hombre que caminaba por la noche a la luz de una linterna mientras los animales del bosque lo miraban asombrado porque les parecía que llevaba la luna amarrada a él. Un poema del gran Ted Kooser, premio Pulitzer, con unas metáforas tan hermosas, no merecía menos que una composición musical de esta gran altura.
Maria Schneider es algo así como la Claude Debussy del jazz contemporáneo y así lo vimos anoche, con unas piezas tan fascinantes como originales que evitaban las formas armónicas, rítmicas y melódicas tradicionales que determinan gran parte de lo que se considera jazz, en aras de unas texturas armónicas, orquestales y formales que son las que juegan un papel fundamental en sus composiciones. Según pude constatar, la Big Band no ha tenido mucho tiempo para ensayar previamente con Schneider, por lo que no sé si hubo partes importantes de improvisación en las ejecuciones, pero si así fue, combinadas con las formas compositivas predefinidas, no hicieron otra cosa que realzarse. Los músicos, de todas formas, llegaron al concierto no sólo bien preparados, sino también con su propia percepción de lo que es una visión intensamente personal; la mayor parte de su música estaría, claro, concebida con un programa en mente, y los solistas de la Big Band han ido descubriendo gradualmente cómo integrar su concepción con la génesis de la pieza. Hacer que el tema y las variaciones funcionen a medida que se crean espontáneamente es algo que sigue siendo el máximo desafío para quienes escriben y tocan jazz y Schneider ha encontrado su propia voz en la tradición jazzistica trascendiendo constantemente sus fronteras tradicionales, a menudo restrictivas. Al igual que Duke Ellington, ella puede tomar prácticamente cualquier música y refractarla a través de su propia lente estética. En el concierto de anoche tradujo la cualidad hipnótica del ritmo 4/4 que permanece en la raíz del árbol rítmico del jazz y lo transformó en una gran cantidad de metros y formas más complejas. A veces se me venía a la cabeza el recuerdo de Steve Reich, pero Schneider nos ofreció variaciones sobre formas rítmicas y armónicas que todavía llegaban más lejos, dando lugar a una música que comprendía tantas capas que no fue suficiente la sola escucha de anoche; el suyo es un arte tan grande, que deberíamos volver a disfrutarlo hoy, mañana, pasado, para abarcarlas todas en su justa medida; para apreciar esas hojas de colores delicadamente entrelazadas como una pieza escrita para una orquesta sinfónica. Porque así es la música de María Schneider, así es su capacidad para dibujar casi todos los colores imaginables en ella; con un sentido de las formas que muy pocos compositores actuales pueden igualar.
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