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La cultura silenciada
María Iglesias | Periodista y escritora
María Iglesias (Sevilla, 1976) es una de las firmas destacadas del catálogo de no ficción del sello Galaxia Gutenberg con El granado de Lesbos, su segundo libro tras la novela Lazos de humo. La obra tendrá este miércoles su puesta de largo en Sevilla en un acto en el que la autora y su editor, Joan Tarrida, conversarán con los periodistas Lucrecia Hevia y Jesús Vigorra y con Onio Reina, miembro fundador del equipo profesional de rescate Proem-Aid. Será en el Cicus (Madre de Dios, 1) a las 19:30.
–La semana pasada celebramos el Día de Europa. ¿Damos la talla de nuestro propio referente?
–Una de las cosas que más impactan cuando llegan las lanchas de refugiados es su letanía de "Gracias, Europa, por existir. Gracias por ser la tierra de los derechos humanos", con todos sus defectos. Pero hemos de ser críticos con el camino que estamos tomando. En Moira, en Lesbos, tenemos hacinadas a 9.000 personas. En 2016 eran 3.000 personas. La responsabilidad es muy fuerte con los refugiados, hay casos de abusos, explotación, trata... Problemas muy graves, que pasarán factura. Y, a pesar de todo se cuelan los discursos insidiosos. Eso nos ha de hacer defender con mucha más saña los valores universales, europeístas.
–Entre otros muchos motivos, hemos llegado hasta aquí –dice en el libro– porque, en 40 años, no se ha enjuiciado el franquismo.
–Con dolor de mi corazón, la socialdemocracia no ha estado a la altura. Ni desde el Gobierno central, ni en la Junta, donde ha estado todo el tiempo. Los más jóvenes no saben lo que nos estamos jugando con la vuelta del fascismo. El asumir responsabilidades históricas no tiene afán de estigmatizar pero, si no se hace autocrítica, no se puede corregir esta deriva. Todo ha ido ocurriendo porque hemos dejado que ocurra.
–¿Por qué no se escuchan las historias de la inmigración? Sólo con escuchar una de ellas, no hay lugar para excusas.
–Vencen la saturación y la lejanía. Pero claro, ¿cómo estarías si hubieras entrado en un campo de exterminio nazi? En cuanto conoces sus historias, cuando los ves, el ayudar es algo físico, te sale del alma. Me preocupa que la política convencional esté blanqueado el postulado neofascista: Margarita Robles dijo que la lucha contra la migración es un tema que ha de unir a Europa. Perdón, ¿lucha contra... qué?
–Alemania cerró la entrada porque acogió a 800.000 inmigrantes y empezó a reunificar. Aun así, necesitarían otros tantos para paliar el hueco demográfico. Y nosotros estamos aún peor.
–Y acogemos a una cifra ridícula. Angela Merkel es una estadista que es consciente de las cifras de su país. Pero aun así hay casos como el de Hanan, que ilustro en el libro: le niegan el asilo, pero puede quedarse de limpiadora, trabajando doce horas al día...
–En la carrera, nos decía un profesor que lo que hacíamos los redactores era "manchar" alrededor de la publicidad. ¿Está el periodismo del clickbait, del manchar 3.0, a la altura?
–El problema fundamental del periodismo es que no hemos reaccionado a tiempo a una estrategia premeditada de precarización. Estamos muy debilitados para poder ejercer el servicio que la ciudadanía merecería en una democracia vigorosa. Pero Lesbos me ha reconciliado con la profesión, muchísimo:en este caso en concreto, no nos pueden imputar a los periodistas desatención ni falta de sensibilidad.
–"Para ayudar –nos dijo una vez en esa misma facultad Pérez-Reverte– meteos a hermanitas de la Caridad. Somos mercenarios".
–Y para manchar no me meto a periodista. Gracias a esta experiencia, tengo también esa fortuna: haber vivido una situación límite y decir que no estoy de acuerdo, que podemos aportar. Porque cuando llegan las lanchas, ayudas. ¿Vas a estar, ahí parada, con tu libreta...? Y, después, esa gente a la que has ayudado te recuerda, y sí, claro, te cuenta sus historias. Te abre una parte de sí que no te abre si le metes directamente la alcachofa .
–El libro comienza en plena crisis, más allá del paro, tras la maternidad, con un par de proyectos rechazados...
–El mío es un ejemplo entre mil de que, tal como vivimos, no hay oportunidades vitales para una mayoría. Muchos de los que nos plantamos en Lesbos éramos gente a la que la dinámica, la crisis, lo que fuera, había dejado a un lado, gente preparada, precarizada o en paro, que podía aportar:técnicos de cultura, monitores de natación... También eso es bueno:el ver que eres capaz de aportar mucho más de lo que crees cuando tu sociedad te da a entender que no sirves. Luego, el vivir de cerca la marea migratoria es como ver el código Matrix: ya no hay marcha atrás.
–"Ella es la periodista", decían sus acompañantes. Y sonaba a salvaguarda. A mí ser periodista me suena a papel mojado.
–Esa sensación la tenemos entre nosotros. Muchos de los refugiados que llegaban, nada más bajar, iban buscando a los periodistas: ellos saben que somos la forma fidedigna de dar a conocer su historia, de conectar con la población. La utilidad de los periodistas reside en nuestra cercanía con el poder. Pero de esa cercanía se ha abusado: en nuestra sociedad, no se nos entiende como contrapoder.
–¿Qué quedó por contar, qué necesitaba poner por escrito tras Contramarea?
–Cuando escribes historias más largas, surgen otros caminos que te hacen aprender y disfrutar. La crónica inmediata tiene valor, pero también puede tener errores o falta de perspectiva. Quería encontrar la manera de contar esta historia porque sabía que iba a ir a peor, porque he visto advertir del aumento de inmigrantes, de la llegada de la ultraderecha... No es que crea en el periodismo o en el ser humano, abro el abanico al escepticismo, pero sí que sigo queriendo creer. De las informaciones sobre migración, sólo un 2% son entrevistas. Ese es el espacio que damos a sus historias.
–El periodismo es un cuento, que diría Manolo Rivas. Dicho de otro modo: ¿las historias vencen a los datos siempre?
–Aún más motivo para ser honestos. No ser honesto es el peor pecado de un periodista.
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