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De "viudos eméritos de la literatura española" califica en sus memorias María Asunción Mateo al grupo poético que, integrado por Luis García Montero, Luis Muñoz, Benjamín Prado y Eduardo Mendicutti, entre otros, emprendió, según cuenta en sus memorias, una campaña contra ella desde que se casó con Rafael Alberti.
"Nunca perdonarán el agravio que el maestro les hizo al casarse conmigo –además, sin comunicárselo– hasta que yo, única responsable de tal escarnio, desaparezca", escribe Mateo en el mismo párrafo en el que se refiere a este grupo de poetas como "personajillos trepadores, medio encumbrados por su cercanía a Rafael".
"Tras su muerte han querido controlar su vida y obra en exclusiva, sin casi oposición mediática, y convertirse en portavoces oficiales de acciones, decisiones y comentarios nunca pronunciados por sus labios, lo que más han lamentado es no haber sido los viudos oficiales", dice Mateo en Mi vida con Alberti. Para algo llegaste Altair (nombre con el que poeta designaba a su esposa en sus versos), publicado por Almuzara.
Casi un centenar de páginas de las 350 del libro les dedica Mateo a quienes –escribe– "a la vez que presumen de firmar todos los manifiestos para combatir el indigno machismo, parte de ellos se han dedicado con desmedido ahínco a desprestigiar a las mujeres elegidas por hombres insignes para compartir sus vidas, tras la muerte de estos".
"De tantas cosas desagradables provenientes de seres que presumen de ser solidarios, mantengo que son unos desaprensivos, al margen de lo que a nivel profesional puedan escalar, y que no se merecen que un ser de la calidad humana de Rafael Alberti les permitiera relacionarse con él", añade Mateo, quien también los califica de falsos progresistas.
La viuda de Alberti habla también de la "floja poesía cernudiana" de "nuestro secretario" y de su "hijo putativo", en alusión al poeta Luis Muñoz, quien en su juventud ejerció como secretario de Alberti e incluso convivió un periodo con Mateo y el poeta en la misma casa del matrimonio.
Luis Muñoz, al que Mateo llama "aspirante a poeta frustrado", fue el único que asistió a su boda con Alberti, lo que, "perturbó y enfureció al resto de los que se creían en el derecho de controlar la vida de Rafael" ya que su primo Luis García Montero, actual director del Instituto Cervantes, "dejó de dirigirle la palabra durante varios meses por la traición cometida al no haberle informado de nuestra boda".
También le reprochó García Montero a Muñoz, añade Mateo, haberle dejado en ridículo ante un periodista que al preguntarle sobre la veracidad de los rumores del enlace "había respondido muy ufano: te garantizo que si Alberti fuera a casarse, el primero en saber la noticia sería yo".
La llegada de Mateo a la vida de Alberti, según escribe ella misma, vino "a enturbiar, a poner en peligro, a arrebatar a determinados poetas diletantes, ufanos por creer formar parte del gabinete privado del poeta, su lugar en los foros, en los actos literarios junto al glorioso personaje".
"Usurparles trajo consigo que cuando Rafael no estaba y no podía alzar la voz ante los atropellos que jamás se hubieran producido de vivir él, orquestaron esa difamante campaña contra mí de la que voy desgranando momentos que intentaron también oscurecer inútilmente la brillante trayectoria vital de Alberti, describiéndolo como un ser que no era dueño de sus decisiones a partir del día en que tuvo la desgracia de casarse conmigo".
"Aunque los autores de tanta indignidad hoy lo nieguen , lo sucedido es, además de delictivo, imperdonable desde cualquier punto de vista", añade Mateo sobre "aquellos seres enfermizos de celos que, lejos de querer la felicidad del poeta –incluso en el imposible caso de que yo hubiese representado una ficción– sólo desearon destruírsela, algo que afortunadamente no lograron".
Mateo cuenta que "al haberle pedido insistentemente un prólogo para un poemario suyo" García Montero a Alberti, éste "que no disponía de tiempo ni tampoco de ganas, le dijo que se lo escribiese él mismo utilizando su nombre, con pleno permiso. El entonces muchacho, solapado de falsa bondad, contaba con su afecto y con determinado respeto por su actividad intelectual, aunque no así por su poesía, de la que en privado comentaba que le faltaba temblor (Rafael siempre sostuvo que el mejor poeta de ese grupo, con abisal diferencia, era el malogrado Javier Egea)".
"Una vez acabado el prólogo, vino a casa –la de Madrid– para leérselo. Rafael se quedó atónito al escucharlo, casi sin saber qué decirle y salvó la difícil situación con una sonrisa irónica, exclamando: ¡Caray! ¡Qué barbaridad! ¡Eso no lo he dicho yo ni de Neruda!".
"Con amigos así, es mejor ser un anacoreta", se lamenta Mateo páginas adelante, antes de afirmar que fue el propio Alberti quien “decidió de forma irrenunciable hacer desaparecer en su última edición de La arboleda perdida” los nombres de estos poetas que habían sido sus amigos y que "desde luego, por sí mismos no pasarán a la historia de la literatura. En esta ocasión Rafael fue rotundo y dejó a un lado las pequeñas vanidades que tanto les había disculpado".
"Estos depredadores de la felicidad ajena tienen mucho que agradecerme por haberme mantenido en silencio hasta hoy, tras una feroz persecución de por vida, como la que me han declarado", señala María Asunción Mateo.
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