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Salir al cine
El pasado lunes se cumplían cien años del nacimiento de Margarita Alexandre (León, 1923-2015, Madrid), una de las dos únicas mujeres (la otra fue Ana Mariscal) que consiguió dirigir cine durante el Franquismo y cuya trayectoria posterior en el exilio, primero en la Cuba revolucionaria y luego en Italia antes de regresar a España con la Democracia, la convierten en una figura muy singular dentro de la Historia de nuestro cine.
Olvidada o ninguneada por los manuales, le debemos a la profesora e historiadora Sonia García López la labor de recuperación y restauración de sus aportaciones al cine español e internacional y un estupendo libro de entrevistas, El cuerpo y la voz de Margarita Alexandre (2016) que, a la espera de la publicación de sus memorias inéditas, viene a completar con abundante información de primera mano una página secreta aunque importante de nuestro cine. A la recuperación de su figura y su legado se suma también en este centenario un documental de Fermín Aio que se puede ver desde el pasado martes en la plataforma FlixOlé.
Nacida en el seno de una familia republicana de padre francés y madre portorriqueña y llegada al cine de casualidad (“era alta y rubia”), primero actriz en papeles por lo general secundarios (también algún protagonista: Barco sin rumbo, de José María Elorrieta), Alexandre inicia con el documental Cristo (1953) una fructífera relación personal y profesional con el crítico Rafael Torrecilla (a pesar de estar casada) que se prolongará con dos largos de ficción, La ciudad perdida (1954) y La gata (1955), financiados por ellos mismos (Nervión Films), el primero en co-producción con Italia y el segundo con distribución de Hispano-Fox Film beneficiada por el hecho de tratarse del primer filme español rodado en CinemaScope y Eastmancolor, recursos que otorgaron un plus de expresividad dramática a un romance triangular primorosamente ambientado en la Baja Andalucía y el mundo de la ganadería taurina que presentaba a una radiante Aurora Bautista en un rol moderno y empoderado comparado con los estándares femeninos del cine nacional de aquellos días, no digamos ya con sus propios papeles en títulos de éxito como Locura de amor o Agustina de Aragón.
La gata confirmaba a una pareja de cineastas compenetrados, inspirados y en perfecta sintonía con el trabajo fotográfico de Juan Mariné, también responsable del audaz tratamiento visual de Cristo, un documental-biográfico y experimental hecho a partir del diálogo con su representación a lo largo de la Historia del Arte. Su reconocimiento por el propio dictador y aceptación oficial por su carácter religioso posibilitaron el rodaje de La ciudad perdida, un filme sobre el regreso (criminal) de un perdedor de la guerra y sus avatares en el Madrid de la época con el que la pareja encontró ya todo tipo de problemas con la censura, y no tanto por su tema político, sin duda atrevido, como por la representación de una relación sentimental exprés entre un comunista (Fausto Tozzi) y una dama de la alta sociedad (Cosetta Greco) en una noche de huida y persecución por la ciudad.
Tras La gata, y en búsqueda de un mejor ambiente para seguir haciendo cine, la pareja toma rumbo a Nueva York a la espera de poder entrar en México, aunque acaba recalando en La Habana en plena efervescencia revolucionaria. Lo que era un mero tránsito se convierte en once años de residencia y trabajo continuado, dirigiendo junto a Antonio Vázquez La vida comienza ahora (1959), la primera película producida en régimen de colaboración en la Cuba revolucionaria, y luego, en el seno del recién creado ICAIC (Instituto de Arte e Industria Cinematográficos), junto al emergente Tomás Gutiérrez Alea, para el que Alexandre produciría, entre otras, La muerte de un burócrata (1966).
También en Cuba se producirían desencuentros de orden político y la pareja se marcharía a Italia en 1971. Desde allí, Alexandre se encargaría de supervisar la producción de Operación Ogro (1979), de Pontecorvo, thriller sobre el asesinato de Carrero Blanco que acabaría siendo su último trabajo en el cine. La nueva situación del país impulsa a la pareja a volver a España y a casarse después de muchos años de relación. Con el regreso, ya en los 80, se acaba también la relación con el cine y se inicia un retiro que tal vez contribuyó al olvido de una pionera que hoy, modestamente, homenajeamos. Vean, también en FlixOlé, La gata, y hagan el ejercicio de imaginar que la rodaron Nicholas Ray o Elia Kazan en la España de las runaway productions de Samuel Bronston.
125 años de historia y un catálogo apabullante avalan al sello alemán de la hornacina amarilla como el más prestigioso de cuantos conforman el mercado discográfico de la música clásica. Deutsche Grammophon vive hoy un proceso de renovación que pasa por la entrada en sus filas de compositores (Jóhannsson, Richter, Gudnadóttir) que, con un pie en el audiovisual y otro en la sala de concierto, forman ya parte de esa modern classical que coquetea con el minimalismo y la electrónica.
Se entiende así tal vez mejor el debut en el sello del japonés Joe Hisaishi, veterano compositor asociado al Studio Ghibli y Miyazaki, brillante melodista y orquestador responsable de bandas sonoras icónicas como Mi vecino Totoro, Niki, la aprendiz de bruja, Nausicaa, Porco Rosso, La Princesa Mononoke, El viaje de Chihiro, El castillo en el cielo, Ponyo o El viento se levanta.
Todas ellas suenan aquí en suites arregladas para la ocasión (y con textos en inglés) en un generoso disco en el que la Royal Philharmonic Orchestra, coros y solistas despliegan su habitual profesionalidad para celebrar el esplendor sinfónicoesplendor sinfónico de unas bandas sonoras que contienen pasajes memorables de la animación y el cine contemporáneos. Los fans de Ghibli e Hisaishi, que son legión, tal vez no lo necesitaran, pero a Joe lo que es de Joe.
El ‘Imprescindibles’ (RTVE.play) de Mario Camus es de los que hacen afición. Sigfrid Monleón intenta arrancarle un discurso fluido en sus últimos días en Santander, pero el cineasta se muestra siempre modesto y huidizo. A cambio, el documental hilvana secuencias de sus películas para establecer un discurso en paralelo que revele al hombre y su mirada, de Los farsantes a El prado de las estrellas pasando por el cine popular de Raphael o Sara Montiel y esa obra maestra que es Los santos inocentes.
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