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'Los reinos de Otrora'. Manuel Moyano. Pez de Plata, 2019. 128 páginas. 16 euros
Esta reseña es en realidad tres reseñas, encajadas unas dentro de otras como las famosas muñecas del chal y la sonrisa. En primer lugar, quiere servir de presentación a una editorial prácticamente anónima por estos pagos, Pez de Plata, de cuyo buen hacer puede ser testigo cualquiera que tenga la suerte de topar con alguno de sus títulos más allá de Despeñaperros.
Afincada en Oviedo, se trata de un pequeño sello independiente que desde hace dos lustros lleva ofreciendo a sus lectores ("no clientes", precisa su página web) una exquisita combinación de literatura excéntrica, género fantástico, arte y sentido del humor. Oferta, en dos colecciones principales, novelas y cuentos vinculados a lo maravilloso, lo satírico o lo grotesco, siempre acompañado de un cuidado diseño de edición y de ilustraciones originales que parecen posar para un marco: todo lo cual convierte sus propuestas, según suele ser común en pequeñas casas de este tipo, en un artefacto cuya belleza singular supera con mucho el mero pretexto de la lectura.
Pez de Plata está de enhorabuena porque recientemente uno de sus autores, Luis Artigue, se ha alzado con el premio Celsius de la Semana Negra 2019, que reconoce a argumentos de tenor fantástico: pero Donde siempre es medianoche, una distopía que denuncia en clave de guasa muchos de los despropósitos del presente en que vivimos, no es la única pieza dorada de su catálogo. Hace ahora un año dio a la luz un volumen que considero imprescindible, del injustamente solapado Jorge Ordaz, Memorias de un magnetizador, y cuenta en su nómina con nombres de la talla de Ignacio del Valle, o, a lo que íbamos, Manuel Moyano.
Comienza la segunda reseña, en este caso de un autor. Resulta un tanto increíble, pero perfectamente coherente con el rumbo de las cosas literarias en la actualidad, que un escritor de la trayectoria de Moyano (Córdoba, 1963), que cuenta con más de veinte obras en su haber, varias de ellas galardonadas en certámenes de alcance nacional, y que ha manejado con análoga destreza la narración breve, la novela larga, el libro de viajes y el ensayo, sea desconocido para una vasta muchedumbre del público lector.
El motivo de ese vacío, según suele, se halla del lado de los géneros: Moyano no escribe de escalones intergeneracionales, diferencia de sexos ni memoria histórica, de un lado o de otro. Ya en el prólogo a su primera selección de ficciones, El amigo de Kafka (2001), Luis Mateo Díez (decano, junto con José María Merino, de la rama fantástica del español) revela las destrezas de este artesano paciente, curtido en la elaboración casi manual de tramas y ambientes, un poco al modo de los carpinteros de antaño: hay en sus textos reminiscencias míticas, pasajes a otro lado, descripciones de avatares cotidianos que, tal y como acostumbra a ser preceptivo en esta clase de imaginaciones, se abre insospechadamente a un ámbito de significado nuevo, no previsto al principio.
Su interés por el lado menos frecuentado de la realidad le ha hecho recorrer, por citar algunos de sus productos más recientes, la novela de aventuras (El abismo verde, 2017), el thriller sobrenatural (La hipótesis Saint-Germain, también de 2017) o la ciencia ficción con un grano de ironía (El imperio de Yegórov, finalista del Premio Anagrama en 2014).
Y así alcanzamos la tercera reseña, que en realidad es la primera, porque se trata del libro que nos ha traído hasta aquí. Los reinos de Otrora, de Moyano, publicado por Pez de Plata, es una nueva muestra de la solvencia de su creador y un acceso más que satisfactorio a su particular mapamundi. En este caso, el cordobés, uno de cuyos puntos fuertes es el manejo de registros y que ha explotado profusamente el recurso de la voz coral en otras de sus obras, adopta el avatar de un narrador cervantino para recrear el mundo en el que el Ingenioso Hidalgo de nuestra tradición eligió situarse en vez del otro, esa cosa monótona y trivial que se conoce como realidad.
Así, de la mano de un cronista en primera persona que recuerda sus primeras peripecias de juventud y de su curioso tío, maestro en todo tipo de hierbas y ardides, se nos conduce a través de una geografía prodigiosa, que recuerda unas veces a Calvino y otras a Tolkien, en pos de reyes malvados, flores que aportan el olvido, naves de capitanes con alfanjes que surcan mares desconocidos, paisajes y figuras rescatados de los cuentos infantiles, exhumados, en perfecto estado de conservación, del acervo de imágenes de las mitologías de todo el mundo.
Más colección de cuentos encadenados que novela propiamente dicha, Los reinos de Otrora tiene uno de sus mayores aciertos en el lenguaje, un pastiche próximo al dialecto medieval y a los clásicos del Siglo de Oro que, a través de ciertas astucias, rehúye lo académico y la roña: perfecto vehículo para una serie de historias inmemoriales capaces de presentarnos tanto a una editorial como a un autor dignos de más proyección de la que han obtenido hasta la fecha.
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