Manuel Moya canta a los dioses humildes
El autor recoge el III Premio Hermanos Machado por 'Apuntes del natural', una obra atravesada por la celebración de lo modesto
Cuando tenía 15 años, Manuel Moya (Fuenteheridos, Huelva, 1960) dejó la casa de la infancia en la que había residido hasta entonces y se instaló en la Universidad Laboral, en Sevilla. Entonces, el joven observó desde la ventana el movimiento de una cancha de fútbol, mientras dentro de sí se producía una revelación, la epifanía que le hacía saber que por primera vez se apartaba de sus raíces y la vida, otra vida distinta, se inauguraba para él. El autor recordó ayer entre la bruma de su memoria ese episodio, cuando la ciudad le otorgaba el III Premo Iberoamericano de Poesía Hermanos Machado, otorgado por la Fundación José Manuel Lara y el Ayuntamiento de Sevilla por Apuntes del natural, un recorrido íntimo por "todas esas cosas que me han hecho ser como soy" y una descripción de "las balizas que me he encontrado en el camino".
Moya, ganador de otros importantes galardones como el Ciudad de Córdoba, el Leonor o el Fray Luis de León y traductor entre otros de Pessoa, dialoga en su obra con diferentes maestros, y en las páginas se suceden los homenajes a Czeslaw Milosz, Virginia Woolf, Paul Celan, Jane Bowles y Rainer Maria Rilke. Pero, como advierte Jacobo Cortines, director de la colección Vandalia en la que aparece el libro, la emotividad de los textos, la honestidad con la que fueron escritos, impide que sea "una obra culturalista"; el onubense reconoce que los maestros a los que alude pertenecen a su "tradición particular" y que deseaba huir de esa "manumisión en que suelen convertirse los homenajes".
"He tratado de dialogar con los maestros, procurando que los maestros me prestaran algo de su aliento", afirmaba ayer en la Sala Apeadero del Ayuntamiento, donde recogió el premio. El poema que sirve de preámbulo al conjunto, Ante 'Mujer haciendo una pizza', de Edward Hopper, ya revela esas intenciones ajenas a la pretenciosidad que impulsan al escritor. En vez de detenerse en las cualidades del artista norteamericano lo que le atrae es la humanidad que encierra su obra, como si un cuadro contuviera las escenas cotidianas en las que quiere centrar su mirada: "...Querría escribir este poema tan desnudo como tú, / mezclando harina y agua, alcaparras, miel / y no pedirle nada más al mundo", expresa.
Así, Moya recoge en sus versos las grandezas y miserias de la experiencia humana. Dedica un conmovedor tributo a un niño que murió con 11 años, una tragedia en la que resonaba el drama vivido por el autor, que perdió a un hermano con esa edad: "No hay nada más tibio ni nada más amargo / que la voz de un niño / que, como un tren, hace temblar nuestra memoria". Y rememora como a un verdadero héroe no a "los hombres / que vuelven de Hispania o de Cartago / cegados por el mirto o por el oro", sino a su padre en su humilde monotonía, cuando volvía del campo con sus cabras y mulas, trayendo al niño cerezas o un nido, "entrando solo en la ciudad / herido y sin escudo, deslumbrante".
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