"Mantengo la intención de que la gente se sienta menos sola con mis películas"
Isabel Coixet. Directora de cine
La catalana presenta con éxito fuera de concurso en el Festival de Málaga la comedia 'Aprendiendo a conducir' y recibe el Premio Retrospectiva, patrocinado por el Grupo Joly.
La proyección para la prensa fuera de concurso de Aprendiendo a conducir, la última película de Isabel Coixet (San Adrián de Besós, Barcelona, 1960), protagonizada por Ben Kingsley y Patricia Clarkson y culminada siete años después de que empezara el proyecto, concluyó con aplausos y ovaciones. El filme pone el colofón por ahora a una trayectoria que empezó con Demasiado viejo para morir joven (1989) y continuó con títulos esenciales como Cosas que nunca te dije (1996), A los que aman (1998), Mi vida sin mí (2003), La vida secreta de las palabras (2005), Mapa de los sonidos de Tokio (2009), Ayer no termina nunca (2013) y Nadie quiere la noche, que inauguró la pasada Berlinale. Semejante producción ha hecho a Coixet merecedora del Premio Retrospectiva Málaga Hoy, que el festival le concedió anoche. Además, el certamen presentó el documental Palabras, mapas, secretos y otras cosas, que sobre Coixet ha rodado Elena Trapé.
-En su condición de verso suelto del cine español, ¿se siente parte de alguna tradición?
-No hablo de tradiciones, sino de cineastas. Hay gente que me ha inspirado de manera decisiva. El otro día me preguntaban a quién rendiría yo homenaje dentro del cine español, y respondía que a Francisco Regueiro. Es un cineasta al que se le ha hecho poco caso, pero creo que para que alguien alcance a comprender bien la Guerra Civil lo mejor es pasarle una película suya. También admiro muchísimo a Truffaut, es mi ideal de cineasta. Si alguna vez pudiera acercarme a una pequeñísima parte de su obra, sería feliz. Aunque, no sé, igual peco de inocente y humanista, pero mantengo la sensación de que en el fondo no somos tan diferentes. Me gusta mucho también Kaurismaki, y mira que es difícil no sentirse como un marciano cuando te sumerges un poco en la cultura finlandesa, pero al final nos terminamos entendiendo. A lo mejor esto resulta un tanto naif, pero lo que me gustaría es que hubiera menos himnos, menos banderas, menos religiones institucionalizadas y menos dogmas.
-¿Tampoco el de Lars von Trier?
-No, ése me gustaba. Como gran boutade no estaba mal. Lo malo son los otros dogmas, los que refriegan las banderas en las caras de quienes consideran extranjeros. Sin esos dogmas, el mundo sería bastante menos chungo. No perfecto, pero sí menos chungo.
-¿Los obstáculos la han hecho mejor cineasta, o eso también es un mito?
-Los obstáculos me han hecho más cabezota. Me han hecho crecer para buscarme la vida y superarlos. He pasado por todas las estaciones del viacrucis: con mi primera película me dieron de hostias hasta en el carnet de identidad, pero con la segunda, siete años después, todo el mundo pareció caer rendido. Mi carrera ha ido como una montaña rusa, o muy bien o muy mal. Eso sí, cuando ha ido mal, se ha recurrido a una virulencia que a veces me ha parecido totalmente inmerecida. Es lógico que haya gente a la que no le guste lo que haces, pero ha habido un componente de burla y de bilis muy duro conmigo. Hay gente que a poco que te asomes a la esfera pública ya quiere mentarte la madre, decirte cómo tienes que vestir y qué te tienes que poner, qué tienes qué decir y qué tienes que hacer. Yo funciono de otra manera. Hay unas películas que me gustan y otras que no, igual que hay gente que me cae bien y gente que no, pero ¿tengo realmente que hacer el esfuerzo de insultar? ¿Qué dice eso de alguien que parece estar ahí sólo para darte lecciones? Yo las lecciones las llevo muy mal, y una cosa que he tenido muy presente al hacer una película como Aprendiendo a conducir es no dar lecciones. Los personajes actúan con una ausencia de rencor y amargura, y ése es un estado al que quiero adherirme, por más que cueste. Pero me preguntabas por obstáculos. Los hay siempre. Cualquier cineasta podrá contarte los suyos. En este oficio hace falta mucha gente, con muchos egos, mucho dinero y mucho financiador para hacer algo, y ahí hay obstáculos. Por eso miro las once películas que he hecho y me parece que ha sido un milagro.
-¿Es usted la directora que quería ser cuando rodó su primera película en aquella lavandería?
-No.
-¿Para bien, o para mal?
-Es que soy otra persona. Hay muchas cosas de la persona que entró a aquella lavandería a rodar su primera película que siguen ahí. Gracias al rodaje del documental de Elena Trapé tuve ocasión de volver a esa lavandería y fue un choque. Pero la lavandería está igual y yo he cambiado. Quizá, de una manera más honda, mi intención ha sido siempre hacer películas que conmuevan, que consuelen, que acompañen. Que la gente se sienta menos solas con ellas. Y algo de esto sigue en mí. Pero, claro, a veces pienso en todas las películas que me gustaría hacer y me desespero, porque soy consciente de que no voy a poder hacerlas. Será un milagro si hago dos o tres más. Pero voy a intentarlo. Quién sabe. Igual consigo hacer cuatro.
-¿Sólo? No resulta difícil augurarle una carrera más larga, aunque haya obstáculos.
-Sí, pero igual ya tengo menos energía para saltarlos.
-¿Quién ha salido ganando más de todo esto, el cine o usted?
-Hombre, el cine me ha dado muchas cosas. Él me ha dado más a mí, no sólo como oficio, también como aprendizaje y apertura al mundo. Me ha permitido conocer a gente maravillosa, que me ha enseñado muchísimo sobre este trabajo y sobre otras muchas cosas.
-¿Recuerda un momento, en algún rodaje, en el que tuviera la impresión de que había llegado a donde quería?
-Hay dos momentos especiales, con dos actrices. Uno fue con Lili Taylor, con el monólogo que hizo ante la cámara en Cosas que nunca te dije. Yo le tenía aquel terror a aquel monólogo, lo dejamos para el final y fue lo único que no ensayamos. No sabía qué iba a pasar, pero ella salió, lo hizo así y me regaló uno de los momentos más felices de mi carrera de cineasta. Y otro momento fue con Sarah Polley en Mi vida sin mí, grabando las cintas a sus hijos sola con una cassette en el coche. Ahí adquirí la sensación de percibir que esa historia que estábamos contando existía, que esa mujer iba a morir y que lo único que iba a quedar de ella eran esas cintas. Es uno de los instantes en los que más he llorado en un rodaje.
-¿Le preocupa la evolución tecnológica del cine, sobre todo en lo que se refiere a exhibición?
-Me preocupa la banalización, que eso que antiguamente se requería para sentarte y ver una película sea cada vez más raro. La gente ve películas un poco como se ven en los festivales, a lo bruto, una, y otra, y otra. No es la manera más idónea de ver cine. Al final las películas son banales, las vemos a trozos en un ipad, o en el teléfono, o en otros sitios. Pero hay películas que necesitan que el espectador comulgue y se siente dispuesto ante la pantalla. A veces me entran ganas de pedir que quien ve una película, aunque sea en su casa, guarde el teléfono, porque inevitablemente se terminan yendo los ojos a él. Una piensa desde un punto de vista de autor, pero creo que los directores tenemos siempre ese ideal de alguien que se sienta delante de una pantalla durante una hora y media o dos horas y ve la película, aunque ya sabemos que esto no existe.
-¿No cuenta entonces con ese ideal de espectador? ¿Ni siquiera cuando hace sus películas?
-Sí, aunque sea una quimera sigo contando con él. Pero cuando voy a un cine y veo a la gente mandándose mensajes mientras se proyecta la película me llevo una gran decepción. Lo bueno que tiene el cine es que consiste únicamente en una pantalla y tú, y a partir de ahí se arma un diálogo que estableces contigo mismo respecto a lo que ves en la pantalla. Aun así, qué le vamos a hacer, soy una persona romántica y mantengo el ideal.
-Volviendo a los obstáculos, ¿lo ha sido para usted ser mujer?
-Sí.
-¿De qué manera?
-De maneras a veces sutiles y otras menos sutiles. La industria te hace ver que eres una rareza por ser mujer y dirigir, y que en realidad molestas. A veces me he encontrado con que se empieza a hablar de la perspectiva femenina de alguna de mis películas antes incluso de que llegara a hacerse, y que conste que no niego una perspectiva femenina en mis obras, pero contar con ello a priori no me parece adecuado. En Berlín la gente no paraba de hablar de que era la primera vez que una mujer abría el certamen, o hacía esto, o hacía lo otro, y llegó un momento en que no podía más. Pero, más allá de esto, hay otras muchas variables. Mira cuántas realizadoras empiezan y cuántas logran hacer una carrera. Tienes que demostrar el triple. Y si encima tienes un hijo tienes que aparentar como que no eres madre. El oficio no está montado para mujeres que quieran hacer una vida normal.
-¿Caerá finalmente su adaptación de La librería, la novela de Penelope Fitzgerald?
-Llevamos tres años con el proyecto. A Emily Mortimer, que es la actriz perfecta para el papel, le ha gustado mucho el personaje. Tocaremos madera. Levantar cada proyecto cuesta muchísimo. Piensa que sacar adelante Aprendiendo a conducir ha requerido siete años. Yo ya había tirado la toalla.
-¿No facilita una trayectoria como la suya la puesta en marcha de nuevos proyectos?
-No te negaré que me llegan proyectos. Pero hacer lo que tú quieres hacer siempre es más difícil. No me apetece hacer Transformers.
-¿Y alguna vez le han ofrecido hacerlo?
-No, algo tipo Transformers no. Ni nada de superhéroes. Comedias tontorronas y bobaliconas, sí. Pero siempre me he negado.
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