El eterno adolescente
Manolo Solo | actor
Antes de ser reconocido como actor en los premios Goya, Manolo Solo tuvo una carrera de más de dos décadas como músico en nuestra ciudad
Mañana podría recibir el Goya al mejor actor protagonista por 'Cerrar los ojos'. Ya lo consiguió en 2017 al mejor actor de reparto por 'Tarde para la ira'
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Manolo Solo es un artista marcado por las contradicciones y los palos recibidos a lo largo de los casi 40 años que hace que lo conozco, de los que la primera mitad de ellos fue uno de los mejores autores de canciones -quizás el mejor- de las generaciones sevillanas anteriores a los años 90, pero al que le sigue encajando perfectamente la descripción de aquel que dijo que estar en un grupo de rock, y por añadidura, interpretar a tipos raros en el cine, era como tener siempre dieciséis años. Larga fue su lánguida existencia en el purgatorio, pero por fin le llegó el reconocimiento. Y es que Manuel Fernández Serrano, que es su nombre real, tiene en su poder desde hace siete años el Goya que le acreditó como mejor actor de reparto del cine español y mañana puede tener también el que certifique que es el mejor actor principal en estos momentos. Todo el mundo le conoce y le aprecia ahora por ello, pero quizás muchos no sepan que tiene un pasado en el mundo de la música sevillana, sobre todo al frente de uno de los mejores grupos que dio nuestra ciudad, Relicarios.
Lo primero que hay que contar es cómo pasó Manuel Fernández a convertirse en Manolo Solo para la posteridad. Fue mientras compaginaba sus estudios de Pedagogía con sus tareas de bajista y cantante en la banda Hacienda Somos Todos. Resulta que una vez, mientras daban un concierto que no fue demasiado bien, cuenta José Luis Ambrosio en su libro El rock bético, la gente comenzó a mosquearse con ellos y a tirarles cosas; todos los miembros del grupo, salieron corriendo y dejaron al pobre Manolo, que se quedó a pie de micro aguantando una lluvia de toda la mierda que quisieron tirarle, él solo; Manolo solo, con dos cojones.
Aquella banda no tuvo futuro, por lo que aquel mismo año, 1983, se mudó con su bajo y su micro a otra banda nueva, Libertad Provisional, especializada en el aplazamiento de conciertos y la dimisión de baterías. Así y todo, pudieron tocar, que yo recuerde, en su facultad, en el club Casablanca, que estaba en Chapina y en el mítico Patio de San Laureano; y quizás también en Algeciras, ciudad de nacimiento de Manolo. Poco después de aquello, y en vista de que no se llevaba muy bien con uno de los guitarristas, optaron por tirar cada uno por su lado, pasando el señor Solo a formar parte de uno de los grupos cruciales de la Sevilla de aquellos años, Arden Lágrimas.
Aquí se encontró con José Casas, que acababa de ser licenciado en la mili y tenía parado su grupo Helio porque algunos de los demás seguían aún marcando el paso por esos cuarteles de Dios; con Jorge Clarasó, que estaba harto ya de su banda Punto Límite y que ya no está entre nosotros desde hace muchos años debido a un desgraciado accidente; Juan, otro de los Pájaros de Sevilla, de esta misma banda de Jorge; y Nico Almagro, que no tenía bastante con aporrear los parches en Sociedad Limitada y se metió también en este nuevo lío. Como los chicos estos de Arden Lágrimas eran muy buenos compositores las canciones les salían como churros, así que tardaron poco en montarse una tocata en Torreblanca, el barrio en el que tenían el local de ensayo, un cuchitril asqueroso forrado de cartones de huevos, en la antigua carretera de Mairena, cerquita del matadero de pollos, que cuando se ponía a soltar fiesta olorosa allí no había quien parase. Cuando ya estuvieron más fogueados empezaron a ir tocando por las salas más floridas del ambiente sevillano: el mencionado Patio de San Laureano, el Extrarradio, el Roll Dancing. Y por fin con Arden Lágrimas tuvo Manolo Solo la oportunidad de grabar algunas de sus canciones, primero en una maqueta que hicieron en los estudios Sonotone y luego en el disco que venía en el número 3 del recordado fanzine 27 Puñaladas de Luis Clemente, donde metieron La ley del silencio.
Su nombre atraía por tener el verbo en primer lugar. Todos los grupos tenían nombre y adjetivo y ellos tenían nombre y verbo. Partiendo de la idea inicial de Manolo de llamarse Arde Troya, o Arde París, o algo similar con cualquier cosa a la que meterle fuego, fueron moldeando el nombre entre todos, buscando una palabra que contrastase con Arden, hasta que de entre un montón de malas ideas salieron las lágrimas. De todas formas, la unión de esas dos palabras terminó por definirles como la mezcla de furor y pasión que fueron: Arden Lágrimas. Grupo barroco y detallista con una propuesta musical que nunca terminaba de contentar a todo el mundo; quizás por eso fueron una especie de eternos segundones en una cadena de concursos frustrados que empezó con el de Fuengirola, donde el honor de ser los primeros les fue arrebatado por los cordobeses Religión. Fueron segundos también en Ceuta, en un concurso en el que todos los finalistas fueron grupos sevillanos y que terminaron ganando los Tiernos Mancebos. Y volvieron a repetir el segundo puesto en el concurso organizado por la Diputación de Sevilla, por detrás de Parapléjico y los Monos, que al menos les valió para que pudiésemos de nuevo tener una canción suya plastificada, Noches de delirio. Más sangrante todavía fue su paso por el concurso nacional al que se presentaron también en medio de todos éstos mencionados, organizado por Radiocadena Española para seguir la estela pop que dejó el remozado -aunque no tanto como ahora- Festival de Benidorm que, por cierto, también cayó en manos de una banda sevillana, Círculo Vicioso. En este nuevo festival Arden Lágrimas triunfaron en la fase andaluza y fueron los representantes de nuestra región que se mediría a los representantes de todas las demás regiones españolas -por Aragón iban Los Héroes del Silencio- en la final que se celebró en Salamanca durante tres días, dos de semifinales y el tercero con una gran final, que incluso se televisó. Allí sufrieron en sus carnes el escaso interés que levantaron en el jurado, que ni siquiera se presentó a ver a las bandas que tocaban, como ellos, el primer día. Por supuesto no pasaron a la gran final ni salieron por la tele. El concurso lo ganaron Las Ruedas y de todo ello queda el consuelo de que este grupo causó en Manolo Solo una impresión tan grande que después le sirvió de influencia para la creación de Relicarios.
Todas estas decepciones les hicieron replantearse el futuro, escaso, que le esperaba a la banda, a pesar de haber grabado una segunda maqueta -también en Sonotone, los estudios más baratos de la ciudad: 15.000 pelas por cuatro horitas- que era toda una lección de pop y rock. Y como tampoco les apetecía quedarse como eterna banda de culto, decidieron cortar por lo sano y dedicarse a otras cosas. Manolo y Casas formaron entonces el grupo La Turmix, ayudados por un batería de Torreblanca que se llamaba Carlos y que no duró demasiado en la banda ya que fue sustituido por Manolo Escacena poco después de que la banda diese el único concierto de toda su carrera, en la Feria del Libro, durante una de las ediciones en que se montó en los Jardines de Murillo. En paralelo a esta etapa de La Turmix también formó parte Manolo de la primera encarnación de Ansia y los Fugitivos, donde cambió el bajo por la guitarra dejándole el cargo de bajista a Alfonso Espadero. Sin Manolo y con una formación más estable, grabaron su disco, en la que incluían una de las canciones que compuso mientras estuvo con ellos, Mr. Hyde en mí. También conservaron otra, Congelado en el desierto, pero solamente la hacían en los conciertos.
Poco después La Turmix pasó a llamarse Relicarios y entró Shipo Labrador con otra guitarra más, que venía de los Johnny Melabo. Y tras una etapa de ensayos y aprendizaje que duró casi dos años, José Casas tuvo que dejar esta banda que fundó junto a Manolo Solo para centrarse en Helio, que ya estaban de nuevo en marcha desde hace tiempo y tenían que grabar el disco Combustión. Su lugar como guitarrista lo ocupó Santi Amadeo -actualmente también en el mundo del cine, como director-, con lo cual ya comenzaba a perfilarse Relicarios tal como todos los conocimos y amamos.
Relicarios era el grupo más surrealista de Sevilla en este arranque de la década de los 90 en la que por fin Manolo Solo pudo ver plastificado un disco completo, aquel Detentebala que se editó a la vez que el Combustión de Helio y el Hijos de Dios de Compañía Malpaso. Un trío de ases que salió de los estudios de grabación de Paco Trilita, al que solía referirse diciendo que no era un estudio de grabación de maquetas, sino una maqueta de un estudio de grabación. La música de ese disco de Relicarios era exactamente igual que ellos: oscura, compacta, enigmática, con más revueltas que la calle donde estaba el Trama, bar al que todos solían ir, en el que lo importante de verdad eran los textos de Manolo, a los que acompañaban con una música de estilo paralelo a la que le escuchábamos a los grupos de la new wave británica. El disco, en realidad tuvo poca repercusión, a pesar de tener una canción tan buena como Enamorado de Chrissie Hynde y se habló más de él sobre todo por los problemas de distribución que tuvo debidos a su portada, en la que se veía una antigua fotografía pornográfica a la que, dependiendo del sitio en el que se vendiera, se le colocaba una pudorosa pegatina en la parte que todos se pueden imaginar.
Les salían muy pocos conciertos y la banda languidecía demasiado. Manolo comenzó a interesarse por el trabajo de doblaje, por el teatro; con Escacena colaboró brevemente en el grupo Huérfanos de Padre e Hijos de Viuda junto a la pareja de novios que formaban el guitarrista Manolo Díaz y la cantante Consuelo Guisado. Y en Relicarios comenzaron los cambios de formación. Goyo salió de los Depredadores para ocupar aquí la batería y Álvaro Moto entró al bajo; pero no duró demasiado y lo sustituyó Jorge Baldomero. Después, cuando ya habían terminado de grabar su segundo y último disco, se les unió Enrique de Justo como guitarra de apoyo, aunque no la necesitasen; más que nada lo metieron porque tenía coche y les invitaba a cervezas y tapitas después de los ensayos. Todo un mareo de banda para un disco en el que Jorge no llegó a tocar mientras sí lo hicieron Juanjo Pizarro -que además lo produjo-, Carlos Monseñor y Quique Karakatamba, entre otros. Este segundo disco de Relicarios lo grabó Alfonso Espadero como técnico de sonido de los Estudios Central.
Relicarios era la idea de Manolo, pero no era el proyecto de un solo hombre rodeado de asalariados que ordena y manda según su único albedrío, sino que era un grupo con todas las de la ley. Manolo era el que más movía la banda, el que financiaba las grabaciones, los viajes, pero eso lo hacía porque gracias a dos herencias recibidas era el único que tenía medios para ello. Y curraba en la banda como el que más. Cuando presentaron el disco en el Fun Club Manolo estaba muy decepcionado para los muchos ensayos que tuvieron de preparación; además le fue difícil entrar en situación porque allí, desde el escenario, volvía a ver las mismas caras de siempre, conocidos de todos los conciertos anteriores. También presentaron el video del single La verdad está en inglés, que grabaron en Londres, parte en exteriores y parte en la casa que Alvaro Moto tenía allí, una house benefit cedida por el ayuntamiento porque estaba cobrando el paro. Allá se fueron todos con Alberto Rodríguez, que fue quien lo dirigió, y dos chavales más de su productora, Letra M, que se pagaron su viaje y se apuntaron a la aventura. El resultado apuntaba a influencias y parecidos con los Madness, aunque ellos lo que de verdad pretendían era hacer locuras como las que Richard Lester le rodó a los Beatles y, sobre todo, pensaban en los Kinks. Las reticencias de Manolo podemos entenderlas también ya que él solo tocaba en directo porque había que hacerlo y los grupos tienen que dar conciertos, pero donde realmente disfrutaba era en los estudios de grabación. Justo lo contrario que cualquier otro músico. Y eso se dejaba sentir en este segundo disco; la mayoría de las canciones surgieron allí mismo, en los Estudios Central, componiéndolas casi a la vez que las grababan. El paradigma de eso era Error 90, la canción favorita de Manolo, que al principio se iba a llamar Pinkflamingo, pero a la que le cambiaron el título porque ese número de error era el que daba la grabadora del estudio cuando se calentaba mucho y se quedaba colgada. A Manolo Solo lo dejabas libre dos o tres días en un estudio de grabación y era capaz de grabar un doble LP.
No es extraño, pues, que a pesar de que Relicarios era una banda en la que él tenía ya el gen del actor, no desarrollaba suficientemente en los conciertos el elemento teatral. Conociendo a Manolo, uno diría que con sus ocupaciones de doblaje -era uno de los dobladores de la mítica Bola de Dragón- y teatro, el componente lúdico de sus conciertos debía ser algo único, sin embargo, no lo buscaba en ellos. Él pensaba que para que te salga bien esa parte teatral hay que ensayarla muchísimo, incluso más que las propias canciones, a no ser que te salga de forma natural, como le ocurría, por ejemplo, a The Vagos. Así que ya ven, Manolo Solo era un actor que no actuaba cuando cantaba porque no se consideraba lo suficientemente capacitado para hacerlo, a pesar de que estando en Relicarios había intervenido ya en al menos dos montajes del TAC. En realidad, éstas son la clase de cosas que uno puede esperarse de un tipo que compone una canción con la que da a entender que cuando todo te vaya fatal no te preocupes, que nunca te va a faltar una ventana por la que tirarte, y le pone por título Providencia.
Providencia proveerá. Con esa fe se lanzó a la aventura de conquistar Madrid con su disco recién grabado. ¿Querría alguna discográfica editar el segundo trabajo de Relicarios? Manolo sabía que era difícil, porque su banda iba a contracorriente, no seguía las modas. Y ya sabemos que los discos que se editaban en aquella época en España solían deslizarse por solo dos o tres canciones que seguían la moda. Relicarios estaban fuera de tiempo y, trágicamente, fuera del camino. La elegancia no contaba para nada y las reflexiones de Manolo estaban sazonadas con naturalidad. El puñado de canciones daba forma a un disco que todavía no tenía título siquiera. Todos los componentes de Relicarios querían imponer su criterio sobre cómo debería llamarse: Francisco Franco Revisited, Fibra Moral, Dilema, La sugestión en el crimen pasional -que sacaron de la portada de un libro de la colección Pulga-; Manolo se volvió a Sevilla sin discográfica que editase el disco y sin título para él. Pero aquello no fue el fin del mundo; al final terminaron por autoeditar el disco ellos mismos a través de su propio sello, al que llamaron Detentebala Records. Y el disco por fin fue bautizado con el nombre de Doblegado a sus pies. Un disco sólido y perdurable. Pero parecía claro que los que lo tenían que comprar no lo veían así y los relicarios se fueron marchitando como las demás flores que no reciben las atenciones adecuadas. Después de aquello a Manolo no volvimos a verlo armado de su bajo hasta 1998 en que formó parte de los Sapristi Poing junto a su colega de tantas bandas atrás Jose Casas, que tocaba la guitarra y junto a Paco Parra, el batería con el que también compartió a mitad de los ochenta un paso fugaz por los Sangre Encebollá. Más tarde se les unió a los teclados Enrique de Justo y dejaron una maqueta para la posteridad, antes de disolverse apenas pasado un año y pico.
Y lo demás ya es historia conocida en su carrera como actor, por la que le han llegado los reconocimientos. La primera vez que vi actuar a Manolo Solo fue a traición. En los primeros años de fundación del Caja San Fernando, el equipo de baloncesto de la ciudad, fui con mi familia a las canchas de la antigua Casa Cuna porque había una selección de chavales para la cantera del equipo y una fiesta que estuvo amenizada por una compañía de actores que hacían una reinterpretación del cuento de la bella durmiente la mar de rara, con brujos, guerreros y qué se yo cuántas cosas más, que iban interactuando con el público y metiéndose en medio de ellos. Allí, con mi hijo muy pequeño en brazos, asustado por el jefe de los malos, en un personaje muy feo que nos sacaba la lengua y nos guiñaba el ojo constantemente, pude reconocer a Manolo y posteriormente enterarme de que aquello que habíamos visto allí representado era La Bella Durmenques, uno de los montajes teatrales, seguramente el primero, en el que Manolo Solo participó. Y aunque la fama le haya llegado a través de la interpretación y su etapa de esas dos décadas en Sevilla ya haya quedado definitivamente atrás, no debemos olvidarnos de que la música no fue para Manolo solamente un paso previo a lo que es ahora; la música fue para él algo muy importante y significativo en su vida. Tanto como para que estando como músico de apoyo en una banda que ni siquiera era la suya, sino los Desertores, no canceló su actuación con ellos el día de su presentación en el Roll Dancing, a pesar de que acababa de estar velando los restos mortales de su padre. El giro final de la historia se producirá hoy mismo, cuando Casas y la Pistola presenten en la sala Even su último disco, en el que viene una canción, Galletas venenosas, compuesta en los tiempos de Arden Lágrimas, en la que Manolo Solo también colabora.
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