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Malú | crítica
Cuando llevábamos una hora y tres cuartos de concierto ya tenía en mente titular esta crónica con esa frase con que lo he hecho. Pero es que después de lo ocurrido en las butacas de la parte alta del recinto adquiere connotaciones todavía más significativas. El desvanecimiento de una señora, a la que resultó difícil reanimar, aunque en todo momento estuvo atendida por la directora del teatro y todo su equipo y se recurrió al 061 para que la trasladase y se asegurara de que seguía bien, hizo que el concierto dejara de tener importancia durante media hora aproximadamente, en que Malú y sus músicos tuvieron que abandonar el escenario y la mayoría del público les imitó. Después todo continuó, pero con la pesadumbre del susto atenazándonos. Malú reinició el concierto con Contradicción y Ausente, seguramente la canción más esperada de la noche; pero esta avanzaba ahora como a medio gas. Hacía falta reiniciar el sistema. Y ahí fue cuando adquirió todo su carácter la frase del titular; Malú, casi susurrándonos y presa de la emoción nos agradeció de todo corazón, el respeto a esa persona, la empatía, el arte con el que habíamos encajado la situación, el amor mostrado. Y después alzó la voz; si antes había dicho que a la música siempre hay que decirle que sí, ahora se reafirmó en ello: ¡espero volver a verte muy pronto, Sevillaaaa!, gritó y comenzó la recta final con bríos renovados y la diversión abriéndose de nuevo camino en nuestro ánimo. Sé que ella termina todos los conciertos con el mismo popurrí que aquí, pero esta noche fue especial. Y lo fue porque significó el reinicio al que antes me refería; fue una ocasión para que todo el público que llenaba el auditorio recordase lo bien que lo estaba pasando hasta que las circunstancias obligaron a parar. Esa cadena de estrofas de canciones que duró más de quince minutos y en la que pude contar hasta de trece diferentes, nos volvió a levantar el ánimo hasta la cima; fue como el resumen del concierto, el regalo de la evocación de todo lo anterior; sonaron de nuevo fragmentos de muchas de las canciones que ya habíamos escuchado y de otras que no lo habían hecho y echábamos de menos: Que nadie, No voy a cambiar, No me extraña nada; como no, Devuélveme la vida… y volvimos a decir que sí.
En cuanto a Malú y su espectáculo, no hay nada más balsámico para los sucesos adversos de las vicisitudes personales que los triunfos artísticos, y en el caso de ella, la dulce alegría se ha manifestado consiguiendo montar una grandísima gira española, con veinticinco conciertos, varios de ellos con repetición en la misma ciudad porque todas las entradas se vendieron a las pocas horas de estar disponibles. En Sevilla solo celebró el de anoche, pero, eso sí, con todo el taquillaje agotado desde hacía mucho tiempo y el recinto de Cartuja Center CITE con las costuras a reventar. Venía Malú haciendo escala en la gira con la que celebra el 25 aniversario del lanzamiento de la canción que la dio a conocer, Aprendiz, regalo de Alejandro Sanz, que también sirvió de título para el disco que la contenía, el primero de una carrera plaga de éxitos, en la que siguieron doce más, aparte de directos y recopilaciones, coronada con A todo sÍ, su obra más reciente, que da nombre a la gira, además de servir como fiesta de dicho cumpleaños, reinventando muchos de esos grandes éxitos en compañía de otros artistas invitados, con quienes los interpreta.
Esa canción, Aprendiz, en una clave más flamenca que como la conocimos originalmente grabada, fue la primera que escuchamos, una vez que la grandiosa banda que respaldaba a Malú -tres guitarras, secciones rítmica y de metal, piano y segunda voz- saliese para relevar a la fanfarria grabada en la obertura instrumental y la cantante apareciese segundos más tarde en medio de una efervescencia de luz, en una puesta en escena exuberante, que no recordaba en absoluto el intimismo de otros conciertos de épocas anteriores. El ambiente fue creciendo poco a poco con Como una flor hasta que al final de la tercera de las canciones, Sin ti todo anda mal, con el primero de los intensos solos de guitarra eléctrica de Charlie Calzada, se alcanzase el climax y la noche estallase en Toda, pura metralla pop, sin que quedase nadie sentado en su asiento, moviéndose al compás de la música y cantando todos a la vez junto a Malú y las chicas del coro. Aquí nos mostró su perfil de loba y ahora en Diles presentaba una tierna moderación en sus sentimientos más románticos. Si algo negativo se puede decir del montaje musical es que es una lástima que Mirian Moreno e Irina Martínez solo actúen en contadas ocasiones como sección de metal, al saxo y la trompeta, respectivamente, y se pasen la mayor parte del tiempo en las voces de apoyo, junto a Yaiza García, la flamenca que lleva ya once años como segunda voz de Malú. Se notaba cuando ellas daban un paso al frente con sus metales, como hicieron en el tramo instrumental final, fastuoso en sus ritmos latinos, de Enamorada, dando tiempo a que la artista se cambiase de ropa, resultando una delicia.
Llevábamos entonces media docena de canciones, y el número de estas llegó finalmente a la treintena, sucediéndose de forma prácticamente cronológica a como se habían editado, a veces con estruendosos aplausos entre una y otra, a veces encadenadas entre sí, como ocurrió con las siguientes: Por una vez, Si estoy loca, Te conozco desde siempre y A esto le llamas amor, que remató este tramo. Las canciones de su disco Guerra fría, del 2010 levantaron una apoteosis en la enorme sala, sobre todo Blanco y negro, el eslabón más fuerte de la cadena formada junto a Ahora tú, Ni un segundo, otra posterior, Vuelvo a verte, del disco Dual, y finalmente El apagón, que entre sus líneas definía la sensación de lo que estaba ocurriendo aquí: ¡¿cuántas veces vivimos algo mágico?! Tras ellas llegó un punto y aparte con A prueba de ti.
Un fundido a negro en el escenario dio paso a un solo foco iluminando cenitalmente a Juan Olivares, que le sacaba hondos acordes a su guitarra flamenca, hasta que Malú comenzó a cantar Oye y una luz tenue se extendió por todo el escenario para mostrarnos a todos los músicos sentados alrededor de ella; su voz era trémula, su poder velado en tonos de vulnerabilidad, deslizándose de nota en nota, fantástica. Continuó esta estampa familiar uniendo la canción a Todos los secretos e interpretando después Deshazte de mí tras una intro de la trompeta de Martínez y la percusión de Christian Delgado, que para este tramo había abandonado la batería y estaba sentado con un cajón flamenco. El piano de Rubén García sirvió de puente hasta la canción siguiente, Desaparecer, en la que de nuevo se lució la trompeta, asociada a la flauta que ahora tocaba Moreno. Y tras Ángel caído otra vez el escenario se llenó de oscuridad mientras volvían a sus sitios todos los músicos, de los que todavía me quedan por citar Yago Salorio, al bajo eléctrico, y José de Lucía, tercer guitarrista y hermano de Malú; artísticamente lleva el seudónimo de su tío Paco, aunque su madre no fuese Lucía la portuguesa, sino Pepi Benítez, una de las componentes del trío Arena Caliente.
Malú había recordado antes cómo las canciones sirven para transportarnos en el tiempo. Y esta noche estábamos inmersos en un viaje de veinticinco años durante los que el significado de la mayoría de ellas ha ido cambiando y también la forma en que ella las reinterpreta, algo que había quedado patente con esta última de Ángel caído, que le compuso hace más de diez años un Pablo López que todavía no había debutado como solista, y la sensación se reafirmó con las que siguieron: Deshielo, Desprevenida, Invisible y, sobre todo, Quiero, que para mi gusto marcó el mejor momento de la velada, con su inicio funky y los arrebatadores arreglos de García, que además de pianista era el director musical. Relamiéndonos estábamos cuando llegó el bajonazo y ocurrió lo que detallé en el primer párrafo de este texto. Mientras volvíamos muchos a nuestras butacas, Malú y toda la banda ya estaban sobreponiéndose a la situación con la interpretación de Contradicción; y Ausente, pese a las connotaciones que la gente le encuentra con la situación personal y matrimonial de la artista -fui yo quien aguanté el eco de mi nombre en todas partes-, aunque se la haya escrito Pablo Alborán, pasó más desapercibida que el estallido pasional en que se hubiese convertido de mantenerse como vórtice del ciclón que había comenzado a iniciarse con Quiero. Había que reafirmar el triunfo y era ahora o nunca; el extenso medley final volvió a poner las cosas en su sitio. El concierto ofreció a todos los fans de Malú la oportunidad de aplaudirla y compartir su éxito al mismo tiempo.
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