Opinión
Eduardo Florido
El estancamiento retórico de García Pimienta
1698: La primera revolución moderna. Steve Pincus. Acantilado. Barcelona, 2013. 1216 páginas. 49 euros.
La historia de Inglaterra está siempre reescribiéndose. Hasta hace relativamente poco tiempo la época de la Restauración se consideraba una etapa de paz social a la que se había llegado después de sangrientas guerras y de profundas divisiones religiosas que sacudieron el país dejándolo exhausto. El regreso de los Estuardo en la figura del rey Carlos II, y más tarde de su hermano Jacobo, era presentada de acuerdo a esta narrativa histórica como la desembocadura natural de las disensiones anteriores, solución bien acogida por amplios sectores de la población del reino deseosos de disfrutar de las riñas de gallos y de los bailes franceses prohibidos por el régimen puritano. La revolución de 1688 que puso fin a esta larga etapa histórica que había comenzado en 1661 con el regreso desde el exilio escocés del añorado Charles, abría la puerta a la primera monarquía parlamentaria europea. Un tiempo nuevo para una sociedad más libre y secularizada que la que había iniciado el conflicto civil.
Sin embargo, el revisionismo de las últimas dos décadas ha contribuido a matizar este cuadro excesivamente lineal, vicario de los planteamientos de una historiografía wigh (liberal) heredera de los vencedores de la Revolución. En este marco se inscribe el libro de Steve Pincus cuya traducción en Acantilado nos llega después de un éxito editorial incuestionable por todo el mundo anglosajón. Viene avalado por la trayectoria académica de su autor, profesor en la Universidad de Yale y reconocido especialista en la etapa de los Estuardo que ya nos sorprendió con el trabajo de equipo, A Nation Transformed: England After Restauration (Cambridge, 2001), donde se aprecia el acento que los historiadores de la generación actual han puesto en el giro de 1688, rompiendo la inercia de la generación precedente, la del marxismo crítico de los años 60, preocupada por desentrañar las claves de la primera revolución inglesa, el terremoto social y religioso que agitó la vieja Albión en 1640.
En este nuevo libro, Pincus prefiere hacer un balance entre las dos revoluciones, situándose en la atalaya de 1688 pero mirando hacia atrás, al horizonte de la convulsión de 1640 y también hacia adelante, hasta los buenos tiempos de la reina Ana. Inglaterra resulta más europea que nunca pues el modelo absolutista de la Francia de Luis XIV no se conjuga en términos de oposición sino de complemento a la Inglaterra que sale de la Revolución aunque luego esta última rebase en modernidad y espíritu crítico a la cartesiana Francia.
Tres ejes principales articulan la nueva interpretación de la Revolución inglesa que propone Pincus. El papel jugado por las transformaciones económicas y sociales de la segunda mitad del siglo XVII de donde nacen las expectativas de cambio que se harán visibles después de la Revolución. El ya mencionado mimetismo del patrón galicano que explica la inopinada alianza de Carlos II con Francia frente al enemigo de los mares, Holanda, que propició la implantación de una forma de gobierno más eficaz (menos dependiente de los poderes tradicionales) necesaria para movilizar recursos a gran escala y que terminará implicando a las nuevas élites burguesas en el proyecto Imperial. Y en tercer lugar, la apertura de un espacio de opinión pública secular y moderno que no rompe con la vivencia religiosa individual sino que crece justamente de la tolerancia religiosa y que se manifiesta de modo efervescente desde la década de 1650, anticipándose a la cronología habermasiana y postulándose como vivero de las reformas políticas de los siglos XVIII y XIX.
Conforme a estos planteamientos, la revolución de 1688-89 supera el estrecho corsé que la definía como una guerra religiosa entre protestantes y católicos. Su suerte no puede explicarse únicamente en términos de tensión entre la modernidad wigh y el tradicionalismo jacobita (los partidarios de la legitimidad del rey Jacobo). En fin, 1688 no es la reacción de los ciudadanos libres a la opresivo régimen de los Estuardo, sino más bien la culminación de los cambios sociales y de las inquietudes que se venían gestando durante la propia Restauración, impulsados por una sociedad más comprometida y emprendedora en 1661 que en 1640. El concepto de Revolución Gloriosa de la benemérita Historia de Macaulay (compuesta en el contexto de la Reform Act de 1832 aunque publicada más tarde) terminaba con la muerte de Guillermo III en 1702, el triunfo de los líderes wigh y la aclamación del pueblo inglés. Su extraordinaria influencia perduró hasta bien avanzado el siglo XX. El libro de Pincus la cuestiona seriamente. Samuel Pepys está más cerca de Daniel Defoe que de John Milton.
Se me ocurre para terminar que el lector de historia en español que pasó ratos inolvidables en los años 70 y 80 con las páginas de Lawrence Stone, Christopher Hill y H. R. Trevor-Roper, los representantes más ilustres de aquella generación de historiadores de enorme talla intelectual a la que nos referíamos antes, se sorprenderá con el nuevo giro que la historia de la revolución inglesa es capaz de dar sobre sí misma. Pero los que se incorporan ahora a la lectura de historia no disfrutarán menos recuperando a los viejos maestros a partir de las reflexiones del autor (en el capítulo II: Repensando revoluciones). En medio habrán quedado otras batallas historiográficas como la que descubrió la multitud (the Crowd) tras el brillo de la Corte. Que esta es la inspiración inagotable del país de la libertad: Making Revolution, Making England.
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