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Magia del Rossini sevillano

Crítica de Ópera

Colorida escena inicial de esta aclamada producción de José Luis Castro.
Andrés Moreno Mengíbar

09 de febrero 2016 - 05:00

EL BARBERO DE SEVILLA. Melodrama bufo en dos actos de Gioacchino Rossini. Libreto de Cesare Sterbini, basado en la comedia homónima de Pierre-Augustin Caron de Beaumarchais. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Coro de la A. A. del Teatro de la Maestranza. Dirección musical y clave: Giuseppe Finzi. Dirección de escena: José Luis Castro. Director del Coro: Íñigo Sampil. Escenografía, vestuario y asesoramiento literario e histórico: Carmen Laffón, Juan Suárez, Ana María Abascal y Jacobo Cortines. Iluminación: Juan Manuel Guerra. Intérpretes: Davide Luciano, Marina Comparato, Michele Angelini, Renato Girolami, Dmitry Ulyanov, David Lagares, Antonio Andrés Lapeña, Susana Cordón, Jorge de la Rosa, Juan Carrillo. Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Lunes, 8 de febrero. Aforo: Lleno.

Cuando todo o casi todo sale redondo, cuando se conjugan los talentos, desde el del compositor hasta el del último figurante, en un solo espectáculo, es cuando uno se reencuentra con la emoción de lo irrepetible, de la belleza pasajera pero que se hospeda para siempre en la memoria, con la fascinación con esta creación humana que es la ópera.

Es lo que me pasó a noche y no sólo a mí a juzgar por la reacción del público desde la primera subida de telón hasta la bajada final. No en vano hablamos de la mejor producción propia de este teatro, que ha tenido que esperar demasiado e inexplicable tiempo para regresar (dieciocho años nada menos) y que debería ser de programación obligatoria, fuera de temporada, casi que cada año. Porque además está la música de Rossini, infinitamente mejor que el Prozac para devolvernos la alegría de vivir gracias a su inacabable secuencia de hallazgos melódicos y de sabiduría teatral.

La producción comandada por José Luis Castro rezuma elegancia y belleza desde el primer momento, con esa vista de Sevilla de colorido cambiante de Carmen Laffón que nos introduce en espacios y atmósferas netamente sevillanas. No es una fotografía, sino una recreación poética e idealizada, refinada y muy cuidada en todos sus detalles, desde la vajilla a los esterones; o ese salón adornado de una importante colección pictórica que nos habla del carácter culto de Don Bartolo, quizá venido a menos a la vista de los huecos dejados por cuadros quizá vendidos y de ahí su interés por captar la dote de Rossina. Hasta un supuesto retrato de Manuel García se erige como homenaje al tenor sevillano que encarnase al primer Almaviva. En fin, toda una galería de detalles que dan plasticidad y seducen a la vista desde el primer momento.

La iluminación diseñada en su día por Vinizio Cheli y actualizada por Juan Manuel Guerra se sitúa como el perfecto complemento del diseño escénico. Es admirable la gradación que se establece en la primera escena, desde la noche al pleno amanecer, así como la cálida luz que baña el jardín del fondo y se filtra por los ventanales. Y el refinadísimo vestuario que Abascal, como colofón para arropar a una dirección de actores muy teatral, llena de gracia en las escenas de conjunto y que otorga naturalidad al movimiento de los personajes.

La dirección musical de Finzi fue netamente rossiniana: ligera, transparente, atenta a la acentuación y al efecto expresivo acorde con la situación dramática, ágil en los cambios de tempo y de ritmo y preciso en las gradaciones dinámicas de los fulgurantes crescendi del maestro de Pesaro, todo lo cual fue seguido con precisión por la Sinfónica.

Luciano y su Figaro triunfaron por encima de todos los demás merced a su voz redonda, potente y su fraseo detallado, lleno de chispa y de color vocal. Comparato no le anduvo a la zaga en pocardía y lució una estupenda coloratura y un perfecto uso de los reguladores, si bien los agudos tienden a sonoridades metálicas. Lástima del escaso caudal de la voz de Angelini, de gran facilidad para el agudo, pero inaudible a menudo y estrangulado en el pasaggio; se reservó no obstante para un Cessa di più final espectacular en su coloratura. Girolami diseñó un Bartolo comedido pero de perfecta vocalidad bufa y de gran soltura escénica. Impactante como siempre el color y densidad de la voz de Ulyanov, que supo dosificarla en su estupenda versión del aria de la calumnia. Brillantes a su vez Lagares y Cordón, ésta con una muy estilizada aria. Y felicidades al coro por su cumpleaños y por su actuación.

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