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La cultura silenciada
Concierto de madonna
"Me parece el concierto más espectacular que he visto en mi vida. Y eso que no soy fan de Madonna". Este comentario de María Suárez, una ejecutiva de banca privada de treinta y tantos años, resume a la perfección el sentir de los más de 45.000 espectadores que anoche se dieron cita en el Estadio de la Cartuja. Algunos de ellos, llegados de puntos tan dispares como Barcelona y Roma. Muchos, tanto hombres como mujeres, extraordinariamente maquillados y producidos para imitar y rendir culto a la artista femenina más popular de todos los tiempos en cualquiera de las múltiples versiones en las que se ha reinventado.
Muchos sevillanos secundaron para la ocasión las indicaciones del alcalde, Alfredo Sánchez Monteseirín, y fueron al concierto en bicicleta, andando y, sobre todo, en los autobuses lanzaderas que zarpaban de los alrededores del puente de la Barqueta.
El temor a que se repitiera el caos para acceder al recinto sufrido en conciertos anteriores, como ocurrió con el de Héroes de Silencio, aleccionó al público, que acudió con tiempo y escalonadamente al recinto, de modo que todo el mundo estaba dentro en el momento del comienzo del espectáculo de Madonna, que arrancó a las 21:50, 20 minutos después de lo esperado y con todo el aforo jaleando ya por palmas -y hasta haciendo la ola- a la reina del pop.
El despliegue de luz y sonido logró sorprender a los públicos de todas las edades, desde adolescentes que vivían su primer concierto a señoras entusiasmadas que frisaban -aunque no siempre demostraran estar tan esculpidas en el gimnasio como ella- los 50 años que la Ciccone cumplió el pasado mes de agosto. Las cámaras, los teléfonos digitales, los brazos y las ganas de bailar se pusieron en pie en cuanto salió Madonna, aunque la mayoría de los espectadores siguió su calculada y, a ratos, bellísima imagen -tanto si vestía los diseños de Givenchy como esas imposibles calzonas- desde las dos enormes pantallas de vídeo laterales.
Desde el primer tema se puso de manifiesto la excelente forma física y vocal del elenco que acompaña a Madonna en su gira mundial Sticky & Sweet, compuesto por doce músicos y 16 bailarines. Una gira cuya etapa española arrancó ayer en Sevilla y culmina mañana en Valencia.
"Guapa, guapa", coreaban sus numerosos fans a la estadounidense de la que alguno comentaba que "parece que estamos en su clase de spinning. No canta ni toca la guitarra pero baila como nadie". Declaraciones que, por momentos, sonaban a las reseñas que publicitaban a Lola Flores en sus giras internacionales.
Entre tema y tema, las visitas a las barras tal vez fueron el momento más caótico de cuantos conociera el público. Y es que los tickets de determinadas bebidas se agotaron con celeridad y la sorprendente incapacidad de improvisar de los camareros obligó a muchos sedientos a cambiar las copas por refrescos light o cervezas.
Efectivamente, como ya señalara en su crónica del concierto lisboeta Braulio Ortiz, no había lugar para la improvisación en este show que sirvió para refrendar por qué Madonna se ha convertido hace tiempo en un icono mundial. Las imágenes de la trayectoria de la diva se mezclaban con las de Obama, el Dalai Lama o los dibujos de Keith Haring, en un tono antiglobalización que provocaba el sonrojo ya que el discurso no resistía un análisis en tan taquillera dama.
Pero nada de eso empañó su sentido del ritmo y su capacidad para provocar la catarsis colectiva con temas como Into the Groove, con su versión más electrónica de Like a Prayer -que culminó con su ascenso en plataforma cual la diosa posmoderna que es- o con la divertida factura de Hung Up.
Aunque muchos de los presentes aprendieron inglés con la reina de la pista, en melodías como La isla bonita que anoche revisitó en una disparatada clave folk-rumana, lo cierto es que en algunos momentos Madonna fue consciente de que el público no le seguía la onda del todo cuando les apelaba con su peculiar acento. Eso sí, los vítores arreciaron cuando todo el Estadio la oyó pronunciar un sensual "I like Seville" y hasta un "te amo" en español. Ya no cabía duda: A Madonna le gustó Sevilla, donde fue recibida con una luna casi completamente llena y despidida con aplausos y rendidas caras de satisfacción tras completar su versión del Give it to me.
No importó que la discoteca de muchos de los fans que anoche la vitorearon se quedara, como afirmaba Juan Pedro, un cotizado creativo sevillano, "en la época en la que todavía tenía pintado un lunar. Vamos, en Like a Virgin o por ahí". Tanto él como las miles de personas que le rodeaban disfrutaron viendo a la intérprete saltar a la comba, cantar sobre un descapotable blanco y mezclar sus grandes éxitos con los temas de su último trabajo, Hard Candy.
Al abandonar la pista por el túnel sur, el público local se sorprendía con la perfecta organización. Salidas ordenadas. Lanzaderas en perfecta sincronización. Gente feliz que tarareaba algunas canciones y hasta se quedó con ganas de mucho más.
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