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Luz de postrimerías

'Drink Time!'. Dolores Payás. Acantilado. Barcelona, 2013. 112 páginas. 12 euros

Luz de postrimerías
Ignacio F. Garmendia

25 de agosto 2013 - 05:00

En vísperas de la esperada publicación de la tercera parte de su obra magna, que Patrick Leigh Fermor dejó inacabada pero ha sido reconstruida por su biógrafa Artemis Cooper y aparecerá el próximo otoño en Gran Bretaña, nos sale al encuentro esta breve y hermosa semblanza de Paddy a cargo de su traductora Dolores Payás, a la que debemos las versiones castellanas de la biografía de Cooper (RBA) y de dos obras del propio Leigh Fermor: Roumeli (Acantilado), donde el autor inglés narró sus viajes por el norte de Grecia, y Un tiempo para callar (Elba), que recogía sus impresiones sobre la vida monástica. Aludiendo desde el título a la autodefinición de Paddy como bebedor "monzónico", Drink Time! es, por fortuna para sus lectores, un "homenaje sin complejos", pues Payás -como la propia Cooper, que lo adoraba- fue no sólo lectora y admiradora de Leigh Fermor, sino también una amiga incondicional, no por tardía menos devota, que compartió horas gloriosas con el anciano aventurero, a quien visitó con frecuencia durante sus dos últimos años de vida. Evocando sus todavía recientes estancias en la legendaria casa de Kardamili, la traductora ha levantado este agradecido y conmovedor tributo a la memoria de su anfitrión, donde traza un luminoso retrato de postrimerías.

"La literatura estaba en el centro de su vida, pero no la desplazaba". En efecto, Leigh Fermor amaba los libros, se rodeó de ellos y podía recitar largas tiradas de versos en varios idiomas, pero su inagotable curiosidad intelectual o su pasión por la lectura eran sólo comparables a su obstinado vitalismo. El nonagenario casi ciego pero invariablemente lúcido al que conoció Payás -un genuino "fin de race", sabio, discreto, elegante- estaba atendido por una muchacha griega -magnífico también el retrato de Elpida- que se esforzaba por aparentar que apenas era necesaria. Pese a sus achaques, apuró hasta el último de sus días sin perder el humor ni descuidar los deberes, sagrados en Grecia, de la hospitalidad. Desmintiendo la milenaria sentencia de Menandro, el filoheleno Paddy fue sin duda amado por los dioses, aunque no muriera a la temprana edad en que lo hacen los héroes. La única explicación posible a esta aparente paradoja es que la juventud no le abandonó nunca.

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