Luto oceánico por Roberto Calasso
Obituario
El escritor y editor italiano falleció la pasada madrugada en Milán a los 80 años, el mismo día en el que salían a la luz dos libros autobiográficos
Sus títulos, entre los cuales destaca 'Las bodas de Cadmo y Harmonía', son unas guías incomparables al mundo de los mitos y la literatura
Tenemos un patrimonio antiquísimo, se nos repite en salmodia, más viejo que el calendario. Hete aquí el olivo, la vid, el mar caliente y sus luminarias, las naves con ojos pintados. Los signos como muescas de uña, los templos, los dioses. Ahí hay uno, ahí tienes otro. ¿Los conoces, verdad? Zeus, Hera, Atenea. Todos conocen sus nombres.
No los conoces. No sabes nada. ¿Qué somos, qué es nuestra historia, qué belleza nos conmueve, a qué adoramos? ¿Qué es eso de lo que -se insiste siempre- bebemos y nos nutrimos, qué es lo que -se nos repite- tenemos en común?
Todo lo que es, Roberto Calasso lo sabía y, en su gran empeño alfabetizador -fue director editorial del sello Adelphi desde 1971-, entraba también este, elemental, de ayudarnos a desencriptar el mundo. Porque la antigüedad no es el tiralíneas que pensamos; ni las creencias de las que bebemos -y en las que vivimos, pues sobreviven en sincretismos y supersticiones– el cómic en línea clara que nos gusta pensar. "Pero, ¿cómo había empezado todo?", la frase que le sirve de gancho introductorio en el que puede considerarse su título fundamental, Las bodas de Cadmo y Harmonía (1988) funciona, realmente, como clave de gran parte de su obra, concebida como una explicacion constante del sentido del hombre en el mundo, del pasmo de nuestras almas, tiernas, flotantes y pequeñas, mientras lo feroz acecha. Similar recurso emplea Calasso, por ejemplo, en su acercamiento a los mitos védicos, donde la identidad de Ka le sirve para desenrollar el ovillo mitologico de la India.
Nacido en Florencia en 1941, Roberto Calasso fallecía la noche del jueves en Milán, a los ochenta años y después de una "larga enfermedad", nos dice la nota, justo cuando en Italia veían la luz sus dos nuevos títulos Memè scianca, sobre su infancia en Florencia, y Bobi, sobre cómo Roberto Bazlen y Luciano Foà fundaron la casa editorial Adelphi en 1965. Casi pareciera que no quería dejarnos huérfanos del todo a los que hemos escuchado sus palabras como niños recién llegados, cachorros de cachorro. Pues conocer los mitos clásicos de la mano del escritor florentino era pasar de los rudimentos del lenguaje binario a la eclosión obscena del código Matrix: porque tenemos ojos, pero no ven; y pies, pero no andan. Abrir cualquiera de sus libros -El ardor, El rosa Tiepolo, El cazador celeste... producción que en España ha ido publicando AnagramaAnagrama -, era tener la certeza de que el mundo iba a cambiar después, que sus resortes iban a ajustarse. Porque los mitos ya sabemos que son esas cosas que no ocurrieron jamás, pero son siempre.
El cazador celeste, la última de sus obras traducidas en nuestro país, nos plantea la importancia de la caza como separador de la conciencia humana, y de la incertidumbre de saberse, la criatura hombre, omnisciente y párvulo, ejecutor y víctima. Tan extraño en mitad de la naturaleza, tan propio a la vez de ella, que sin duda podía ser el resultado de alguna metaformosis. Hermano oso, hermano lobo. En El cazador celeste, Calasso explica que la oscuridad griega "es esmaltada, azul oscuro más que negra". Kyáneos era la palabra, relacionada con las rocas puntiagudas por las "que debían pasar los argonautas, denominadas kyáneai, el Azul". Que de ese color era también la cabellera de Poseidón. Y el peplo de luto de Deméter. Y las cejas de Zeus. Nosotros vestimos hoy, desde luego, ese luto oceánico. Nos hemos quedado mucho más solos en mitad de unas aguas de un cian oscuro.
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