El poder objetivo
Memorias del Rey Sol | Crítica
Renacimiento recupera las fascinantes 'Memorias del Rey Sol', donde el lector asiste a la formulación y a la creación del Estado moderno, o lo que es lo mismo, del Estado burocrático y centralizado
La ficha
'Memorias del Rey Sol'. Luis XIV de Francia. Trad. Pedro López Ferret. Renacimiento. Sevilla, 2019. 280 páginas. 20 euros
Los jardines de Versalles se ordenan con docilidad a la mirada del Rey Sol. No ocurre así con las umbrías del Escorial, que Felipe II, "el rey papelero", cuidó con particular minucia, como se detalla en la correspondencia con su hija. Uno y otro son, en cualquier caso, quienes centralizan modernamente el poder, otorgando una razón objetiva a la Razón de Estado.
En buena medida, el Rey Sol llevará a cabo, en cuanto a la intendencia y ordenación de un país, aquello que ha postulado Descartes como ideal, como instrumento del saber filosófico: "lo claro y lo distinto". Debemos atribuir la primacía, no obstante, al extraordinario Habsburgo, devoto coleccionista de Jerónimo Bosco (a la hora de su muerte, era El Jardín de las Delicias lo que contemplaron sus ojos), cuya cordelería imperial había enlazado dos mundos, no sólo por motivos diplomáticos o administrativos, sino en cuanto que útil para el acopio y la clasificación de datos.
Por otra parte, se ha dudado, y con razón, de que el autor de estas páginas fuera el propio monarca, y no un amanuense dispuesto a tal efecto. No obstante, el sino centralizador que mueve a la monarquía de estos años dirige nuestra mirada en sentido contrario. Las Memorias de Luis XIV, redactadas como forma de instruir al Delfín, son un extraordinario testimonio de inteligencia ordenadora, impersonal, que recobra y acopia sobre sí las potestades del Estado. Todo lo cual, repito, nos lleva a pensar que fue el Rey Sol, y no otro, quien quiso escribir de su mano (quien quiso mantener bajo su férula cuantos privilegios le había otorgado la divinidad), para transmitir a su hijo un saber que sólo él, como monarca absoluto, tenía a su disposición.
Recordemos, a este respecto, que Colbert, el eficaz ministro de Luis XIV, era conocido como "el ministro de la información"; y que será Colbert quien apoye la política científica de Francia, no sólo como una forma de enaltecer a su rey, sino como un modo, el único quizá, de mantener una posición de dominio sobre el siglo. Pero recordemos también el modo en que Weber denominó a esta forma de gobierno. O para ser más exacto, cómo definió a la burocracia que esta gobernación exigía: como un control basado en el conocimiento.
La Casa de la Contratación de Sevilla, y la posterior fundación del Archivo de Indias, señalaron ya esta urgencia del poder moderno por almacenar y clasificar el mayor número de datos; datos que, posteriormente, serán utilizados en beneficio de la Corona, como un siglo más tarde, y allende los Pirineos, hará el más grande de los Capetos.
¿Qué tipo de beneficios serán estos? De muy distinto tipo, pero todos encaminados a una pautada exploración y explotación del mundo. La antropología, la medicina, la gramática, el comercio, la cartografía, la historia y casi cualquier otra disciplina de conocimiento se verán honradas e incrementadas por un poder que, en cierto modo, nace y se reafirma con esta nueva mirada -una mirada que es la misma de Brunelleschi ha articulado, mediado el XV, sobre el Palazzo Vecchio de Florencia-, y cuyo objetivo último es la exactitud y la perimetración del orbe físico.
En este sentido, en el sentido de la conservación y el acrecentamiento de una mirada cenital, de un poder unívoco, debe entenderse también cuanto se dice en El Antiguo Régimen y la Revolución de Tocqueville. En el sentido de una preservación, de una transmisión de las estructuras del poder, provinientes del siglo de Luis XIV, pero cuya función, lejos de ser eliminada por la Revolución, no hará sino perfeccionarse y acrecentarse. Por ejemplo, en las figuras de Talleyrand y Fouché ("el vicio apoyado en el crimen", según los definió Chateaubriand); pero también en el ominoso poder del Directorio.
Un último apunte del libro, dirigido a la instrucción del Duque de Anjou, futuro rey de España con el nombre de Felipe V, y vencedor en la guerra de Sucesión contra la casa Habsburgo, nos trae de vuelta a la actualidad española. Ahí, el Rey Sol le aconseja a su nieto, entre otras cuestiones de interés, que nunca olvide que es francés; cosa que, probablemente, su nieto cumplió sin mengua de lealtad a su cargo. Lo cual queda muy lejos de aquella funesta encarnación de la españolidad, empeñada en humillar a los catalanes, que hoy es doctrina del separatismo más lerdo e inexacto.
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