Cuando la melodía no basta

Orden & Guzmán | Crítica

Luis Orden y María Esther Guzmán en el Alcázar
Luis Orden y María Esther Guzmán en el Alcázar / Actidea

La ficha

ORDEN & GUZMÁN

*** XXIV Noches en los Jardines del Real Alcázar. Luis Orden, flauta travesera; María Esther Guzmán, guitarra.

Programa: Melodías de luz

Francisco Tárrega (1852-1909): Capricho árabe / Recuerdos de la Alhambra / Gran vals

Enrique Granados (1867-1916): Valses poéticos

Gabriel Fauré (1845-1924): Après un rêve / Pavane Op.50

Ottorino Respighi (1879-1936): Fantasía sobre tres temas de las Cinco piezas Op.62

Claude Debussy (1862-1918): Claire de lune / Golliwog's Cakewalk

Isaac Albéniz (1860-1909): El Albaicín

[Transcripciones para flauta y guitarra de María Esther Guzmán]

Lugar: Jardines del Alcázar. Fecha: Sábado 9 de septiembre. Aforo: Casi lleno.

Más de veinte años lleva en activo este dúo, todo un clásico de la música sevillana. Sus actuaciones en el ciclo del Alcázar se han ido espaciando con los años, pero en todas ellas Guzmán y Orden han mostrado siempre su estupenda compenetración, su pulcra musicalidad, su técnica prodigiosa y su elegante sonoridad.

Optaron, como otras veces, por un programa de obras muy conocidas, transcritas para los dos instrumentos por María Esther Guzmán. Es un misterio lo de esta guitarrista excepcional, a la que hace tiempo que es casi imposible escuchar en recitales a solo. Prefiere refugiarse en este tipo de arreglos, sin duda profesionalmente hechos pero de valor muy secundario.

La guitarra se libera en buena medida de la melodía en Tárrega, y la flauta aporta otro timbre, pero eso no mejora en absoluto la música (sufrió especialmente Recuerdos de la Alhambra). Aún resulta peor el caso de Albéniz, cuyo Albaicín de Iberia, que cerró el concierto, quedó bastante desfigurado en una transcripción sin el menor ápice de la fuerza del original. Mejor parados me parecieron los Valses poéticos de Granados al fin y al cabo música muy de salón, melodías acompañadas sin más pretensiones, que soportan bien este nuevo formato. Lo más novedoso fue la brevísima fantasía sobre tres piezas de las cinco de la Op.62 para violín y piano de Respighi, que pasaron fulgurantes, como un suspiro. Dominaron las atmósferas líricas, leves y evanescentes, a veces con abuso del azúcar (Après un rêve y la Pavana de Fauré seguidas), otras con algún contraste un punto más dramático (el Claro de luna de Debussy seguido del saltarín cakewalk de El rincón de los niños), pero, y aun reconociendo la calidad interpretativa del dúo, me resultó difícil no ver en este recital un melifluo popurrí de clásicos populares. Posiblemente es lo que les piden.

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