Inquietante Gordillo
Gordillo insiste (aún) | Crítica
El Premio Velázquez Luis Gordillo regresa a su ciudad natal con una exposición en la galería Rafael Ortiz
La ficha
'Gordillo insiste (aún)'. Luis Gordillo. Galería Rafael Ortiz. Mármoles, 12. Sevilla. Hasta el 11 de enero
Hay un breve texto de Luis Gordillo sobre el color. No es nuevo pero sí iluminador. Gordillo diferencia en él dos experiencias del color. Una de ellas es orientadora: el color hace ver el camino, la arcilla rojiza, distinguiéndolo del verde oscuro del monte bajo o separa la flor violeta del romero del verde gris de sus aguzadas hojas. Pero hay otra experiencia del color, la que provoca un crepúsculo o el mar luminoso en un mediodía de verano. En estos casos el color no orienta sino invade. El color-orientación permite poner orden, separar, analizar y por supuesto nombrar. Con él nos hacemos dueños del mundo: según el Génesis, dar nombre a algo equivale a apoderarse de él.
El otro color, el que invade, se sitúa en el polo opuesto: al ver el color, más que experimentarlo, lo sentimos, y no llega a rendirse a ningún nombre. Cualquiera que le demos no nos satisface. No queda sino dejarnos poseer por el color, al que, sin embargo, le prestamos nuestra conciencia: si más tarde tropezamos con él en la memoria, lo precisaremos sólo como el color de cierto amanecer o de aquel mediodía.
Recordé el texto de Gordillo al entrar en la galería y ver el gran cuadro colgado justo frente a la puerta. No hay en él extensos campos de color, pero sí una sinfonía de tintas que tocan la sensibilidad resistiéndose a la vez al nombre. Rojos, violetas, ocres, amarillos, azules, sí, pero diversos, ricos en matices, a veces con sorprendentes degradados, de modo que la mirada prefiere remansarse en ellos antes que ensayar una identificación apresurada.
Pero en este cuadro, Abstracción objetual, hay, algo más: una sugerente profundidad. No es independiente del color. Hay, sin duda formas, breves planos, que, situadas en superficie, hacen retroceder al resto, y también trazados de perfiles geométricos que se interrumpen de súbito, impulsando a imaginar el oculto lugar donde se completan, pero más allá de estos recursos, la profundidad viene dada por el encadenamiento o tal vez la espiral de tintas cálidas y frías que apunta a un espacio impreciso, tan sugerente como inalcanzable.
La confluencia de estos elementos (reforzados por la relación casi especular entre los dos lienzos que lo componen) confieren, a mi juicio, al cuadro una dimensión conceptual: ¿no es quizá una metáfora del propio espacio pictórico? Las sucesivas formas que primero encandilan la mirada, después la guían, sin darle respuesta precisa, y por fin la invitan a recorrer de nuevo la obra, ¿no evocan el efecto producido por cualquier cuadro? Si no somos del todo conscientes de ello, es porque las figuras entorpecen la visión de la pintura como los árboles impiden percibir el bosque. La abstracción de Gordillo sugiere el enigma que guarda todo cuadro.
Al fondo de la sala de la derecha, otro lienzo, Extraterrestras. Hace pensar en otra obra de Gordillo, Dios Hembra, y en un tema meditado y reiterado, la cabeza.la cabeza Es un signo denso: suscita muchos significados, aun contrarios entre sí. La cabeza indica la fortaleza del yo racional. Pero a la vez, al alojar la mayoría de nuestros órganos receptores, la cabeza es la zona más expuesta a los estímulos, la más sensible, quizá la más indefensa.
Finalmente, a diferencia de los antiguos, que situaban el afecto en aquella materia sutil y astral que rodeaba el corazón, hoy sabemos que la emoción radica en el cerebro, por lo que la cabeza es también signo de cuanto nos entusiasma pero también nos altera, la pasión. Tal vez Extraterrestras aluda a esta situación excéntrica que, nos guste o no, es la nuestra. Pero quizá el sutil cambio de género y el insidioso plural apunte a que las mujeres enfrentan tal excentricidad de modo más sensible y también más certero.
Tal vez hayan adquirido una doble visión (como sugiere la figura) y prefieren, por eso, mirar antes que dominar. Esa doble visión acepta el desconcierto de la opinión distinta (¿no hay dos formas cerebrales en el lienzo?) y aun la sencillez de la tierra, como sugieren los óvulos azules que abajo reposan entre hierbas y flores. Freud decía que todo organismo debía protegerse de las emisiones, siempre agresivas, del medio. Pero una defensa excesiva empobrece. Tal vez Extraterrestras señale otra gestión del yo: la que descubre el placer de lo diverso y de cuanto la emoción despierta aunque amenace desquiciar aquello que suponíamos controlado.
Ideas parecidas suscita Naufragio polar. Una forma elipsoidal de perfiles exactos parece disolverse (o generarse) en un magma de pequeñas partículas. El cuadro recuerda a la red de laberintos tejidos hace años por Gordillo. Pero quizá, de modo más preciso, subraya la superioridad del proceso incierto sobre el objeto seguro y de la generación sobre lo acabado. Algo que quizá transfiera Gordillo al espectador que no apresura la mirada sino la deja peregrinar por el cuadro. Tal vez sea este el mejor índice de la profundidad de la que hablé al principio.
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