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Arropada por un "reparto excepcional" encabezado por Silvia Marsó y Roberto Álvarez, la directora Amelia Ochandiano se ha atrevido a abordar uno de los textos sagrados del teatro, Casa de muñecas, de Henrik Ibsen, en una versión que celebra hoy su estreno nacional en el Lope de Vega.
La directora -una presencia frecuente en Sevilla, donde ha presentado en los últimos años sus adaptaciones de La casa de Bernarda Alba y El caso de la mujer asesinadita- aseguró ayer que no ha pretendido "aportar nada nuevo" a la obra más que "una mirada fiel, precisa y contemporánea", como si leyera "una partitura para los ojos de este siglo". No obstante, Ochandiano añadió que en su relectura de este clásico se ha planteado la historia "casi como un cuento de terror" ambientado en "un mundo oscuro de sombras y taxidermia".
En ese universo claustrofóbico se mueve Silvia Marsó, quien da vida a Nora, uno de los personajes "más estudiados" de la historia del teatro y cuya "principal característica", destaca la actriz, es que "se engaña a sí misma". La riqueza de matices de esta heroína que descubre la fragilidad de su matrimonio y se rebela, finalmente, contra los papeles establecidos exige a la intérprete "trabajar tres niveles: lo que dice, lo que piensa y lo que oculta", un desafío "muy complejo" pero también "muy hermoso".
A pesar de que Casa de muñecas ha sido interpretada como una pieza pionera en su defensa del feminismo, Roberto Álvarez aclara que "Ibsen no pretendía hablar tanto de la liberación de la mujer como de la liberación de un ser humano", lo que deseaba era reivindicar la independencia del individuo, más allá de su sexo, frente a las opresoras convenciones sociales.
En este sentido, la amplitud de miras de Ibsen se refleja en el hecho de que Helmer, el marido, "no es una mala persona, sólo una persona completamente equivocada", precisa Álvarez, agradecido con la perspectiva "sin tópicos" desde la que levanta el proyecto Ochandiano. "Amelia ha enfocado este montaje con claroscuros, no hay malos ni buenos ni personas que levantan banderas. Ha hecho que el mensaje sea muy humano, muy vivo", afirma Álvarez.
Como recordó ayer Ochandiano, Ibsen se inspiró en un episodio real -la desgarradora vivencia de una amiga que acabó ingresada en una clínica psiquiátrica- pero aun así el dramaturgo quiso "abrir la puerta a un futuro entre hombres y mujeres". De hecho, una de las primeras imágenes que atrajo a la directora cuando decidió llevar a escena este texto fue la del hombre desmoronado tras la marcha de la mujer. Para Ochandiano, "esta imagen del varón desconcertado es de una vigencia indiscutible", porque el portazo con que Nora deja atrás las trampas de su vida anterior "no solamente significa la ruptura del rol que la sociedad tenía encomendado a la mujer y el comienzo como ser independiente", sino también "el comienzo de la verdadera revolución en la relación entre hombres y mujeres".
Aunque ya queda lejos el impacto que provocó este drama -el propio Ibsen cambió el final para algunas actrices que se negaban a representar el polémico desenlace, una versión censurada que tiempo después recuperaría el franquismo en España-, Casa de muñecas mantiene su fuerza, subrayó ayer el equipo de la obra, por "el peso que tienen todos los personajes" y porque habla de "la búsqueda de uno mismo, que es algo eterno".
Casa de muñecas, de Ibsen. Teatro Lope de Vega. Hoy y mañana, a las 21:00. Sábado, a las 19:00 y a las 22:00. Domingo, a las 20:00. Entradas de 4 a 21 euros.
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