Una brevísima eternidad
Lole Montoya | crítica
Lole Montoya recuperó su formato original de voz y guitarra flamenca en el corto, pero intenso, concierto que ofreció ayer en la sede de la Fundación Tres Culturas del Mediterráneo
Lole, pionera del flamenco y la poesía
Todas eran sus hijas
Ayer tarde en la Fundación Tres Culturas del Mediterráneo, al cante Lole Montoya y al toque José del Valle inventaron el servomecanismo flamenco. Era la primera vez que el guitarrista acompañaba a la cantaora en un concierto, y no habían podido ensayar apenas. Sin embargo, se acoplaron de tal manera, regulándose el uno a la otra, la otra al uno, detectando la diferencia entre lo que tenía que pasar y lo que pasaba, ella con miradas fugaces a las manos de él sobre las cuerdas, él rebajando el ritmo o sosteniéndolo cuando ella encontraba el empuje, y convirtieron el concierto en una delicia que sentimos sutil, mansa, impalpable; la delicia de la santa caricia de la voz de Lole, como un soplo de paz sobre nuestra alma. Si en Todo es de color, la canción con la que abrió el concierto, tardó en encontrar el tono, pensé que nunca había visto antes a nadie buscarlo con tanta elegancia como ella; ya casi finalizándolo, al notar José las muestras de cansancio de ella al comenzar Nuevo día, vi la maestría del que lleva el timón a la guitarra y alarga la introducción, por tientos, rebajando el deje porque lo que venía en la voz: el sol, joven y fuerte ha vencío a la luna, no era el sol pleno, sino su alborada, sin deslumbrar todavía. José llevó a Lole hacia el sol, en volandas; a ella la plenitud ya se le escapa, pero cómo sabe cantar. Cómo canta la Lole. Qué cortos se nos hicieron los 45 minutos que se mantuvo sobre el escenario.
Conserva su herramienta principal, la voz. Y la usó como nadie en las bulerías hechas soleares de Dime, de Un cuento para mi niño, del Balcón que Lorca escribió en su Poema de la saeta. Tres joyas seguidas con Lole serpenteando entre los versos, marcando ella misma el compás con las palmas para llevarlos más allá del quejío flamenco; desprendiendo dulzura y calidez en cada gesto, en cada palabra, en cada exhalación de aire. Y después nos llegó al alma con los Tangos canasteros, rematados con los tangos árabes, que se trajo a este concierto a petición de la gente que la paraba por la calle para pedírselos. Nos llegó, claro que nos llegó. Y para celebrarlo se arrancó por alegrías. Mi Maritere es una canción que tiene también letra de Juan Manuel Flores; la que cerraba el Liberado que editó ella a su nombre en el 96; la única que no venía de alguno de sus discos con Manuel Molina de las ocho que entonó Lole en la brevísima eternidad que duró su concierto. ¿Para qué sirven los patrones rítmicos si ella usó la voz redonda, la natural, la fácil, alternándolas y obligando a José a cambiar los graves y los agudos de sus cuerdas y salió airosa, la naturalidad flamenca brotándole en cada registro vocal? Y si en las alegrías se entretuvo en los contratiempos, en las bulerías estuvo arrebatadora. El final fue Romero verde, cuando mejor estaba Lole de voz y de ánimo.
Y la guitarra de José derramó la pulcritud de sus arpegios por todos lados. Tocó ensimismado en el idilio con las seis cuerdas. Se mostró decidido en las respuestas, con oído para los acordes de transición que le demandaba la manera de cantar de Lole, a pesar del poquísimo tiempo que han pasado juntos; respetuoso con ella y jondo en la interpretación. Se enamoró del cante de Lole y lo engrandeció. Sirvió al acompañamiento, transparentando su alma flamenca con la humildad de los grandes virtuosos de corazón.
Este concierto, titulado Luz y Palabra, con el que Lole Montoya recupera su formato original de voz y guitarra, lo pudimos disfrutar ayer formando parte de la programación de Suena flamenco en Navidad, que organiza la fundación con sede en el Pabellón Hassan II. Ahora, una vez pasadas las fiestas navideñas, se avecinan nuevas apariciones de Lole en concierto; tendremos que estar atentos a que se pulan las últimas aristas y se publiquen las fechas y lugares para estar en ellos; para que de nuevo su voz nos lleve, hipnotizados, a la fuente del gozo, y no paremos en el ascenso y descenso por las torrenteras del alma.
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