Ligeros de equipaje
En relación con el activismo, conviene diferenciar guerrillas beneméritas como la de La Palabra Itinerante, que recuerdan el espíritu comunal de las primeras vanguardias, de otras propuestas seudoalternativas que tienen muy poco de admirables. La palabra francotirador, por ejemplo, la suelen usar mucho quienes presumen de ser más listos que nadie. Frente a ella, es siempre preferible la figura del soldado raso y en primera línea, en posición de avanzadilla o avant-garde. El francotirador busca el prestigio, está siempre a resguardo y dispara con armas sofisticadas, o sea desde una posición de superioridad. Tiende al ensimismamiento no por melancolía, sino por soberbia, y anota los nombres de sus víctimas como los trofeos de un juego siniestro. Por el contrario el soldado raso, posicionado en la tronera, es el más expuesto, el que da la cara por la tropa, el que se la juega de verdad y, llegado el caso, como en esas fotografías de la Gran Guerra que muestran a los combatientes de bandos contrarios bailando juntos en el frente, es capaz de confraternizar -o sea, de hermanarse- con el enemigo, porque su guerra nunca es la guerra de los poderosos.
Publicado por el sello de La Palabra Itinerante y recientemente presentado en un festival, Cercanías, que ha logrado mantenerse sin otro patrocinio que la iniciativa de sus impulsores, Su mal espanta -perfecto pentasílabo- comparte nombre con el blog de la agrupación y con una propuesta estable que está muy vinculada a su filosofía de la acción colectiva -acción poética, la llaman ellos, es decir, acción creadora- y el diálogo entre las artes, desde una perspectiva abierta que busca el encuentro directo con los lectores o espectadores. La lectura es un placer solitario, pero a los lectores nos gusta compartir lo que leemos y conocer a nuestros semejantes, nuestros hermanos, como en el verso de Baudelaire que sólo era irónico en la primera parte.
Es obligado decir, respeto a la presentación material de Su mal espanta, que se trata de una edición muy cuidada, con diseño de Patricio Hidalgo cuyas ilustraciones -como la voz y la música de Daniel Mata, acompañado por Enrique Mengual- van en perfecta consonancia con los textos, debidos a los poetas David Eloy Rodríguez y José María Gómez Valero, porque una cosa es defender el diálogo entre las artes y otra que ese diálogo fluya, sin sonar artificioso. De otro modo lo muestra la no-navaja multiusos de la contracubierta, que refleja bien la vocación multidisciplinar (con perdón) de La Palabra Itinerante o mejor dicho su empeño en combinar versos, músicas e imágenes, aunque entre los instrumentos de la navaja que no es una navaja podemos ver asimismo un corazón, un sombrero y un paraguas, que remiten al mundo de los cómicos y a la idea de la itinerancia -una idea muy hermosa- o también a la de ese estar a la intemperie -palabra igualmente asociada al léxico itinerante- pero siempre buscando el acercamiento, la empatía o la concordia, que en latín designaba, precisamente, la unanimidad de los corazones.
La colección de poemas se presenta precedida de los prólogos de dos voces poderosas y muy reveladoras de los intereses itinerantes: por una parte Isabel Escudero, que acompañó tantos años al añorado maestro Agustín García Calvo, y por otra Juan Carlos Mestre. Dos poetas que ejemplifican muy bien las derivas de la Compañía, pues si la primera recoge el sentir y los decires del pueblo, el segundo es uno de los mejores representantes del experimentalismo en la poesía española actual, donde hay tantos que dan gato -y no precisamente callejero- por liebre. "Ligeros de equipaje -dice Escudero-, les basta y sobra con la música de las palabras". "Si cerráis los ojos -añade Mestre- oiréis su luz oscura, la justicia de la belleza, su claridad sin daño junto a la fuente donde la conciencia mana la canción que nunca muere y todo mal espanta, la voz sin boca de los testigos de la nobleza humana".
Los poemas de Su mal espanta -salvo unos pocos inéditos, como el que abre la colección: Los poemas nos arrastran, nosotros obedecemos, que remite a esa idea de los griegos que pensaban que la inspiración, como el sueño y desde luego el amor, llegaba de afuera y no cabía (no cabe) otra actitud que seguir sus dictados- son conocidos por los lectores de Rodríguez y Gómez Valero, pero la disposición más o menos alterna que de ellos se hace en el libro -y que ejemplifica mejor que cualquier otro argumento su desdén por la autoría, dado que los nombres sólo aparecen al final- los convierte en otra cosa o al menos hace que los leamos -o escuchemos- de otro modo, siguiendo una partitura que simboliza la hermandad entre ambos y nos hermana también a nosotros, sus lectores. Esa palabra, hermanar, es una palabra importante, que la gente del campo aplica a las bestias -como ellos las llaman- incluso de distintas especies, cuando han convivido desde crías en los mismos terrenos. Los seres humanos formamos parte, aunque algunos casos plantean dudas, de la misma especie, pero a muchos les cuesta experimentar ese sentimiento que está en la raíz de todas las aspiraciones nobles. Estos poemas tienen, entre otras no menores, la gran virtud de despertar esa noción de pertenencia.
Luego, en la colección de canciones y poemas hermanos se ha colado un intruso, y su identidad puede sorprender a quienes no entiendan que la poesía es, lo primero, un compromiso con el arte. Ese intruso es Juan Ramón Jiménez, cuyo Andando, andando, que escuchamos en la voz de Daniel Mata, es -no sólo por la alusión a la itinerancia- un perfecto broche para la antología, sencillo y hermoso como tantos otros poemas del niño-dios de Moguer, que arrastra una inmerecida mala fama pero no en vano se llamaba a sí mismo el "cansado de su nombre". Este es un invierno, en fin, dice el colofón, "en el que la alegría, la hospitalidad, la amistad, el amor y la poesía seguirán sobreponiéndose a las distintas formas de la desolación y la muerte". De la alegría, de la hospitalidad, de la amistad, del amor y de la poesía tratan estos poemas y estas canciones, estos carmina que tienen la virtud de fortalecer el ánimo para enfrentar tiempos tan duros, de darnos el estímulo que necesitamos para resistir a las mil servidumbres que nos plantean o nos planteamos nosotros mismos. Para seguir en la lucha y además contentos, tirando para adelante porque el camino es largo.
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