Lejos, en cualquier lugar

El deseo de evasión del vértigo mecánico de las grandes urbes y el moderno colonialismo inspiraron a Rosita Forbes y Vita Sackville-West, dos hijas distinguidas de la campiña inglesa

Manuel Gregorio González

23 de marzo 2011 - 05:00

Gitana al sol. Rosita Forbes. Editorial Almuzara. Córdoba, 2010. 547 páginas. 25 euros.

Pasajera a Teherán. Vita Sackville-West. Editorial Minúscila. Barcelona, 2010. 353 páginas- 18,50 euros.

Probablemente, es Baudelaire quien mejor resume la naturaleza escapista, el espíritu viajero del siglo XIX y los primeros del XX. Cuando el poeta escribe su "Any where out of the world" (en cualquier lugar fuera del mundo), no está remitiendo, en ningún caso, a una geografía concreta, sino a la necesidad de evadirse del vértigo mecánico de las grandes urbes. Así, si Marco Polo se dirigió al Extremo Oriente para juntar moneda; si Ruy González de Clavijo visitó al Gran Tamerlán por indicación de la corte Trastamara; si Ibn Battuta, extraordinario tragaleguas, fatigó los caminos del mundo para satisfacer la curiosidad de un sultán, los grandes viajeros de la penúltima hora acudirán a los vastos arenales de Egipto y Siria, o a las tupidas selvas de la India, para encontrar cuanto de misterioso y arcano, cuanto de exótico y maravilloso les negaba un Occidente de altas chimeneas y multitudes insalubres.

Este podría ser, en suma, el caso de las dos viajeras que hoy comentamos: Rosita Forbes y Vita Sackville-West, cuyos libros nos hablan, indirectamente, de otra realidad que hizo posible aquel intenso escalofrío fugitivo; esto es, el moderno colonialismo y la articulación administrativa del Imperio británico. Alguna vez hemos dicho aquí que Flaubert descubrió la fascinación del Oriente cuando, en Ruán, vio pasar un obelisco egipcio camino de París. De igual modo, estas dos distinguidas hijas de la campiña inglesa, quizá hallaran en la épica colonial, de las hazañas del capitan Burton, célebre traductor de Las mil y una noches, a las aventuras del coronel Lawrence, un acicate para sus propias vidas. Hay una diferencia notable, sin embargo: en el Gitana al sol de Rosita Forbes, nos encontramos ante unas memorias periodísticas, escritas con enérgica desenvoltura, fruto no sólo de sus innumerables viajes; sino de las interviews mantenidas con los grandes personajes de su tiempo: Mussolini, Hitler, el Sha de Persia, el jeque Faisal, Gertrude Bell o un sombrío Lawrence, inmerso ya en la partición de fronteras del Oriente Medio (por cierto que Lawrence de Arabia sale retratado aquí como una especie de exhibicionista, de egolatría pueril, en contra de su leyenda esquiva). En cuanto a Pasajera a Teherán, de Sackville-West, volumen que se completa con Doce días, se trata de una escritura de vocación contraria; vale decir, intimista, demorada, introspectiva, más cerca del refinado estilismo del grupo de Bloomsbury, al que perteneció, que de los ágiles reporters de los años 30 o del humorismo melancólico de Evelyn Waugh, cuando publica su Gente remota tras asistir, por encargo de The Times, a la coronación del Ras Tafari en Abisinia. El perdurable encanto de estas páginas, como en Los siete pilares de la sabiduría de Lawrence o en las novelas de Agatha Christie, reside en la propia magnitud del paisaje, en la descripción de su inhumano y apacible colosalismo, en cuyo gesto inmutable aquellos viajeros creyeron intuir el alma y el ser, la improbable esencia de lo islámico.

Esta es, sin duda, la parte más perecedera e irritante de ambos volúmenes. Mientras que la Forbes alaba el colonialismo inglés (en detrimento del francés, naturalmente), señalando de paso el meritorio orden y el aseo de las sociedades fascistas de Mussolini y Hitler, en los Doce días de Sackville-West, heroica travesía por la cordillera Bajtiari, la escritora fantasea con una benéfica dictadura -nunca una democracia, poco apropiada para aquellos países cenicientos y bárbaros- que saque a la antigua Persia de la postración y el oprobio en que se hallan. Quiere decirse, pues, que toda esta literatura, sobre singular y hermosa, vive de la necesidad de lo extraño. El "any where out of the world" de Baudelaire y Poe, y antes de Thomas Hood, fue aquel Oriente secular e impenetrable que fabularon sus más conspicuos viajeros. Un Oriente en el que nada cambia y en el que el hombre es, apenas, un torpe amonedamiento del paisaje, y nunca el fruto inestable de sus propios logros. Por otra parte, es obvio que sin esta tribu curiosa y movediza de los viajeros, no hubiéramos tenido temprana noticia de aquellas zonas del mundo a las que aún no había llegado el telégrafo. Sin embargo, fue la necesidad de lo exótico, de lo pintoresco, de lo radicalmente otro, lo que arrojó a Occidente a los caminos. Sackville-West define correctamente el Romanticismo como una excentricidad geográfica y temporal, olvidando, no obstante, el origen de esta vocación excéntrica. Se trataba, en fin, de encontrar una verdad firme y sencilla, cuando el siglo había oscurecido sus certezas con el humo de las fábricas.

La singular hermosura de estas páginas quizá radique ahí, en su crepuscular fracaso. Al cabo, no había un ser verdadero, una verdad inmemorial, oculta en las soledades de Arabia y Persia. Bajo aquellos atardeceres púrpura sólo hubo hombres y bestias, caravanas errantes y antiguos senderos, cuyo rastro desdibujó la arena.

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