Borgo | Crítica
Una mujer en Córcega
Icónica Sevilla Fest
Anoche vino Leiva a la Plaza de España a despedir la gira de presentación de su último disco, Cuando te muerdes el labio, antes de dar el salto a México. Le esperaban 9.800 espectadores que habían agotado las entradas hace semanas, abarrotando la disposición de espacios de esta noche en el Icónica Sevilla Fest, que varía en función del artista que nos visite. Poco a poco fueron llenándose las gradas, la pista, mientras Ainda, el dúo formado por los argentinos Esmeralda Escalante y Yago Escribá, iba caldeando el ambiente. Cuando terminaron se me vino a la cabeza el texto que Leiva publicó en Instagram al comenzar la gira en Bilbao: Piso el escenario y veo esa marabunta rugir. Entro en un viejo conocido estado medio abstracto, como en nebulosa. Álex me da la Telecaster y empezamos. Zas, zas, zas, zas, zas, zas, las seis primeras al cuello. Sin parar. Justo como aquí, desde Terriblemente cruel a Lobos, seis descargas para echar a andar la rueda que se llevó por delante las reticencias que cualquiera pudiese tener -si es que esta noche había aquí alguno- sobre la figura de Leiva como músico aburrido o mesiánico. Cuando al ratito de comenzar recuperó una canción de Pereza, esa Animales tan stoniana, yo mismo me convertí en el mayor fan de entre los miles que había allí, recordando como hace ya una docena de años la señora Carrasco se arrimaba un poco más a mí cuando en el CD del coche se escuchaba el estribillo de Todo, todo, todo, todo, yo quiero contigo todo… me quedé con las ganas de que esa hubiese sido una de las cuatro que recuperó de aquella etapa anterior, pero las otras tres, ya en las postrimerías del concierto y los bises, fueron Como lo tienes tú, rematada con unas notas del Hey Jude de los Beatles; Estrella polar, con su grandioso riff, deudor de los Byrds, y Lady Madrid, en una recreación en directo fantástica y poderosa a más no poder, con la que hizo estallar las emociones en un broche de oro de brillo cegador.
Hasta llegar ahí fue dejando por el camino otra veintena de canciones en las que alternó a partes iguales las extraídas de sus tres discos últimos, no solo de este que presentaba, sino también de Nuclear y Monstruos. El nuevo ciclo lo empezó con Premio de consolación después de recordarnos que al dejar Pereza estuvo viviendo aquí durante algunos años muy importantes de su vida, yendo y viniendo a San Juan de Aznalfarache tó el puto día, y nos guarda una enorme gratitud porque le costó mucho trabajo arrancar con su primer disco, Diciembre, tocando en pequeños clubs y desde el principio hubo dos ciudades que le apoyaron, una fue Bilbao y la otra Sevilla.
Del disco Pólvora solo interpretó la mencionada antes, con la que el concierto comenzó, y también sacó una de ese Diciembre de hace ya diez años; la conmovedora Vis a vis que marcó uno de los momentos más emotivos de la noche, para la que nos pidió que dejásemos guardados los teléfonos en los bolsillos y asistiésemos al concierto en tiempo real, sin registrarlo en el móvil. y también que guardásemos silencio durante toda la canción. La comenzó él solo, con una guitarra acústica, y ya finalizándola, se le unieron todos los músicos. Aun llevando más de hora y media con las palmas de las manos ardiendo y la rodilla diciéndome que ya estaba bien la cosa de tanta marcha, en cuanto terminó esa anterior y comenzaron a sonar los acordes de La llamada, lo primero que pensé fue: vayapordió, esto se acaba. Porque el guion que recogía el setlist enviado por la oficina de prensa marcaba que este era el principio del trío final de canciones. Y habíamos llegado a él sin darnos cuenta apenas.
Pero quedaba otro trío de ases para los bises, que comenzaron con No te preocupes por mí, para seguir con Como si fueras a morir mañana. Qué fácil es corear su estribillo. Y cómo te levanta el ánimo… me recuerda que soy de verdad; hazlo, como si ya no te jugaras nada, como si fueras a morir mañana… Y cómo te prepara para la apoteosis final… piltillos ajustados, era de Burning, Ronaldos y Lou Reed… todos a la vez, cantándola, bailándola, llevando el ritmo con las manos de Lady Madrid. Nos fuimos alejando después mientras los músicos hacían sus últimas reverencias a los sones de Grease, que sonaban por los altavoces.
Hemos visto en directo bandas que, sin llegar a un gran dominio técnico de sus instrumentos, salen adelante tocándolos con entusiasmo, pero anoche en la Leiband no falló ni uno solo de los componentes y eso hizo que sus interpretaciones instrumentales fuesen una exhibición de buen gusto. Juancho, el hermano de Leiva, guitarrista y voz de los Sidecars, se unió a él de una forma sobresaliente, que hacía pensar en los hermanos Gallagher, pero sin puñaladas traperas; con el bajo de Manuel Mejías, más revolucionado que cuando lo manejaba con Amaral, construyó los pilares básicos del sonido; sutil, elegante, José Bruno resultó demoledor con el groove de su batería, unido a las percusiones de Luis Miguel Romero, que nos hizo entender de dónde viene su apodo de Huracán. César Pop lo coloreaba todo con sus teclados, en los que se le notó la emoción especial al final del set con la Estrella polar que compuso en un taxi cuando formaba parte de Pereza. Y la sección de vientos: Ignacio Villamor, Tuli, al saxo y Álvaro Pacheco, Pachechín, a la trompeta, añadió munición para que Leiva terminase de matarnos. En la segunda voz y los coros, Esmeralda, que antes había cantado con Ainda, se esmeró dándole la réplica a Leiva con un registro vocal diferente que hacía que se la escuchase bien junto a él y perfectamente en solitario. Conectaron de tal manera con nosotros que todos nos sentimos tan arriba del escenario como cualquiera de los nueve que allí estaban.
Leiva fue un príncipe desencantado de la vieja escuela melódica, genio lúdico, maestro de la dulce indolencia y poeta de la realidad. Con este repaso a su discografía fundamental, demostró una vez más con sus tiernos medios tiempos y sus baladas desnudas, la grandeza de los pequeños placeres de la vida, que evocan y son sus canciones. De la guitarra al corazón.
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