La literatura y el parque de atracciones
Bienvenidos a Welcome | Crítica
Laura Fernández recupera 'Bienvenidos a Welcome', una singular y divertida novela en la que la lectura se convierte en una experiencia eléctrica y agitada
La ficha
'Bienvenidos a Welcome'. Laura Fernández. Random House. Barcelona, 2019. 256 páginas. 18 euros
Bienvenidos a Welcome tiene una prehistoria que podría pasar por metáfora y que, tratándose de una novela de Laura Fernández (la primera de ellas), parece haber sido gestada en el interior de una novela de Laura Fernández. El año es 2008. Una joven escritora aún en la veintena, hasta el momento responsable tan sólo de relatos o breves intentos de algo mayor publicados en revistas, da a la prensa su primer título largo. Es una cosa inclasificable, una especie de pastiche televisivo que también contiene un cómic, y una sátira, y una trama policíaca entreverada con naves espaciales, concursos, centros comerciales y no se sabe qué más, y que sorprende que una editorial adulta acepte en su catálogo.
Pero lo de aceptar tiene trampa: porque apenas salida la novela, que se llama Bienvenidos a Welcome, la indiferencia del sello la condena al rincón de los libros abortados, de los que jamás vieron la luz o aquellos que, atisbándola, fueron sepultados para siempre en la tiniebla del almacén. En fin: que apenas hay distribución, y publicidad, ninguna. Es la propia escritora la que debe ir repartiéndola de mano en mano, de suplemento en suplemento, haciéndosela llegar a los curiosos que han comenzado a oír de ella y no la encuentran en librerías.
Así, poco a poco y hasta que se agotan los escasos ejemplares en circulación, Bienvenidos a Welcome se agiganta en la imaginación de quienes la persiguen, rebosa por todas partes, añade a las mil historias disparatadas que contiene otras mil historias más, se convierte en la novela de culto por excelencia en Barcelona, alcanza el estrato de mito. En Ebay llegan a exigir cifras de delirio por un ejemplar. De ahí la necesidad de sacarla de nuevo, de sacarla de nuevas: como Fernández apunta en el prólogo de esta reedición, "creo que merecía dejar de ser, para siempre, una pieza fantasma, y empezar a existir".
De hecho, Welcome constituye un hito esencial en la literatura de esta catalana del 81, fogueada como periodista cultural en diversos medios como El Mundo y, ahora, El País, y, sobre todo, redactora de la mítica Súper Pop en sus años postreros. A quien quiera oírla, relata que su primera afición a la literatura le vino de los best-sellers que sus padres adquirían en el Círculo de Lectores cuando ella era adolescente, y que esas lecturas primeras, indiscriminadas, la han hecho mucho más receptiva ante temáticas y estilos de lo que suelen serlo los escritores formados en el canon de las academias.
De cualquier modo, el camino de Damasco le llegó con la lectura de Duluth (1983), de Gore Vidal, un despropósito entre la parodia y el surrealismo que por fin le permitió entrever lo que de verdad deseaba hacer; porque lo difícil en literatura (en cualquier arte) consiste precisamente en eso: no en escribir, sino en saber lo que uno debe, o quiere, escribir. De aquel referente inicial, de su acción inagotable, caótica y onírica, salpimentada con pizcas de Boris Vian y John Fante, brotaría precisamente Bienvenidos a Welcome, "que no se limitó a extender ante mí el mapa y a señalar algo parecido a una X, sino que fue el mapa".
Pertenece Laura Fernández a esa estirpe de escritores que, como Kafka, Borges o Philip K. Dick, poseen la capacidad de forjar un universo particular que se presenta, irrompible y esférico, en todos sus textos: cada uno de ellos es una ampliación del que le precede, una nueva exploración de motivos, personajes, situaciones y atmósferas que ya figuraban en la serie anterior, de modo que el autor (en este caso autora) está íntegramente presente en cada uno de sus títulos como la jungla, el espacio sideral o el antiguo Egipto (y ésta es una comparación que a ella le gustaría) están en todas las atracciones de un parque temático.
Se trata de esa clase de narradores que, a la primera línea, son ya reconocibles tanto por la elección de los objetos como por la forma de abordarlos, y que, es más, contaminan a sus antecedentes o posibles herederos: es fácil encontrarse, ante escritos con diálogos especialmente chispeantes, ante tramas singularmente enrevesadas y llenas de color, ante presentadores de televisión, secretarias bobas, extraterrestres y literatuchos de tres al cuarto, exclamando para uno mismo: "Esto suena a Laura Fernández".
Parte de esa identidad, quizá la más medular, proviene del estilo. Welcome inaugura una serie de novelas que dura hasta el día de hoy, y que, continuada por Wendolin Kramer (2011), La chica zombie y El show de Grossman (ambas de 2013) desemboca en su summa personal, la desaforada Connerland (2017). Todas ellas comparten contexto, premisas, herramientas narrativas. Por ceñirnos a Welcome, que las contiene en embrión, como es presumible que sucederá con las que vengan: una ciudad fantástica, en este caso Welcome, situada tal vez en los Estados Unidos (pero no los de la geografía, sino en la copia plastificada de los seriales televisivos), en una época indefinida entre el presente, los años 60 y el futuro tal y como se imaginaba en los años 60; una sucesión frenética de personajes que abarca reporteros de chismes, detectives, alcaldes corruptos, estrellas de variedades lesbianas, capos de la mafia, ejecutivas fuera de control (al final se incluye un índice); una historia, o algo que se le parece, en la que una nave espacial ha caído en un centro comercial conmocionando a toda la opinión pública y provocando que parte de los personajes antedichos, más otros, acudan a la masacre en busca de notoriedad; y sobre todo: una prosa velocísima, muy rítmica, plagiada en ciertos giros de los diálogos del cómic y la telenovela, punteada por el uso inconfundible de cursivas y versales que convierten la experiencia de leer en algo mucho más eléctrico y agitado que recorrer letras adosadas sobre un renglón. Como sucedería en una montaña rusa. Similitud esta última que, creo, también agradaría a la autora: pues, como reconoce en el prólogo, "a veces pienso que mis novelas son pequeños parques de atracciones que me construyo para desaparecer en ellos. Para no salir a jugar, para jugar aquí dentro". Un concepto de la creación con el que, por cierto, coincidimos de pleno.
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