Latidos de América

Contra publica 'Mystery Train', el ensayo de Greil Marcus sobre el 'rock & roll' y las raíces del imaginario popular de Estados Unidos, una obra de referencia pero hasta ahora (casi) inédita en España.

1. Elvis, el icono inmortal y la persona "cuya tarea consistió en dramatizar el hecho mismo de su existencia". 2. Harmonica Frank, un músico que "hizo algo más que mantener viva la leyenda de Huckleberry Finn: él mismo la vivió". 3. Robert Johnson, cantor de pecados y redenciones tan antiguos como el hombre. 4. The Band: descubrieron, o eso creyeron, que "ahí afuera aún quedan tierras vírgenes". 5. Randy Newman, el músico que cantó "a la pareja de clase media que se consume en Florida y al violador que acecha a la hija de esa pareja". 5. Sly Stone, la estrella negra que se boicoteó a sí misma.
Francisco Camero

22 de septiembre 2013 - 05:00

Mystery Train. Imágenes de América en la música Rock & Roll. Greil Marcus. Trad. Joan Riambau. Contra Editorial. Barcelona, 2013. 544 páginas. 22,90 euros.

Traducido ya al español en 1993, pero en una edición de Círculo de Lectores que nunca llegó a tener una presencia real en las librerías, el primer gran libro de Greil Marcus, un ensayo no sólo clásico sino también, en muchos aspectos, pionero en el campo de los estudios sobre la música popular, llega ahora de nuevo -por fin, en realidad- a los lectores españoles. Mystery Train apareció en Estados Unidos en 1975, cuando el rock carecía aún casi por completo de un aparato teórico que lo explicara más allá de la caricatura a veces cargada de razón pero con mucha más frecuencia desinformada y condescendiente que lo presentaba como el eco ruidoso de un balbuceo adolescente impregnado de sexualidad banal. Riguroso y lúdico, erudito y poderosamente intuitivo, Marcus decidió ahondar en el rock & roll no como subcultura juvenil, ni siquiera como vehículo emblemático de una contracultura, sino con la "convicción de que algunos músicos (...) utilizaron y transfiguraron cimientos y experiencias imborrables de la experiencia y la identidad americana", del mismo -en ningún caso menor- modo que hicieron en sus libros tótems del relato espiritual de la nacióncomo Melville o Fitzgerald.

Para el lector de Marcus -autor de Rastros de carmín, otra de sus obras de referencia, un ensayo excepcional, cautivador y perdurable, de Like a rolling stone, su penetrante cavilación sobre la mística dylaniana, o de entre otras muchas Escuchando a los Doors, esta última editada en España también por Contra Editorial- no supone ninguna sorpresa su concepción de la cultura popular, el espíritu con el que se lanza -con una prosa apasionada, por momentos ardiente de pura fiebre- sobre la música en tanto que dimensión en la que se asimilan y resuelven las inefables y tumultuosas corrientes de energía que configuran una sociedad y un tiempo. Por supuesto, el hecho de que no suponga una sorpresa -no en vano, ese es siempre su motor: "ampliar el contexto en el que se escucha la música", y por tal motivo es precisamente uno de los críticos de rock verdaderamente ineludibles- no significa que, por la profundidad de su mirada y por la amplitud del barrido de la misma, no logre seducir y recordar, de nuevo, en qué consiste la actividad de pensar: en conectar unas cosas con otras y, al proponer relaciones inéditas o infrecuentes entre ellas, crear nuevos significados. Así es como el mundo se ensancha y se ilumina, sí.

Marcus parte de la hipótesis esencial de que el rock & roll representó una "secreta rebelión" contra "los sueños y los miedos" de los puritanos que fundaron Estados Unidos, "aquellos viejos sombríos" y estrafalarios que iniciaron un legado con el que todos los que vivieron después de ellos en ese país han convivido de forma mansa o displicente pero en todo caso inexorable. Para desarrollar esta hipótesis, recurre a cuatro músicos (o grupos), para él "héroes", así los llama, pero no porque sucumba ante un tono gratuitamente complaciente y fanzinero, sino porque a su juicio The Band, Sly Stone, Randy Newman y Elvis Presley "dramatizan qué es ser americano, qué significa, por qué merece la pena y cuáles son los retos de la vida" en Estados Unidos, hasta donde sabemos el nombre correcto del país al que se refiere en todo momento el autor, aunque la traducción dé continuamente por válido -sin ninguna causa aparente- el imperialismo semántico de sus habitantes, entre los cuales se cuenta nuestro brillante ensayista. Quien por lo demás, como prueba su selección de artistas, concibe el rock en este libro más como un estado del alma que como un sonido codificado de una determinada manera; una definición más poética que musical, en este caso.

Antes de iniciar el recorrido, Marcus se detiene en la música (y en las historias) de Harmonica Frank y Robert Johnson, dos hombres que dieron forma a su arte cuando el término rock & roll no tenía "ningún significado cultural", y que sin embargo, cada uno a su manera -el primero con su country cómico, vibrante, mordaz, insolente, fresco y obsceno como un viejo verde; el segundo con su blues de angustias estilizadas y espectrales, cantando al Estados Unidos fatalista, desolado y asediado por el sentimiento de culpa, al que es incapaz de creer en promesas de esperanzas compartidas-, vienen a ofrecer un compendio, casi a la manera de unos Eros y Tánatos folk, de "cuáles son las materias primas que el país puede ofrecer a la música".

Superado ese pórtico de densidades telúricas y rock & roll avant la lettre, el escritor va deteniéndose caso por caso en sus artistas-símbolo: los canadienses The Band, primero como peregrinos, luego como criaturas adánicas que todavía no saben que la libertad tiene un límite y poseedores del don de nombrar la experiencia del paraíso por primera vez, y más tarde, en su decadencia creativa, fagocitados por la corrupción -desatada también por ellos mismos- de su sueño pionero; Sly Stone, el desacato a las viejas leyes (raciales) y el precio (íntimo) que a la postre se paga por no ceder en el desafío; Randy Newman, el cantautor Bartleby, "estrella antipop del pop", el prodigioso compositor y letrista que confunde y desafía al público que (apenas) tiene y cuando lo tiene, atrapado por las leyes de la cultura democrática, desvirtúa su genuino talento por la ansiedad de ser admirado y gratificado; y por supuesto Elvis -Preslíada, se titula su capítulo-, icono supremo, el paleto rural del Sur asfixiante que conquista La Ciudad por su talento salvaje para "contener cualquier América imaginable" y para encarnar la mera "fantasía de libertad".

El libro se cierra con las discografías comentadas de todos ellos; ocupa más de la mitad del libro, de hecho, más de 250 páginas que constituyen no sólo una verdadera lección de crítica musical precisa, imaginativa y minuciosa, sino también -sobre todo- una guía práctica difícilmente mejorable para confirmar o multiplicar las razones del culto al rock & roll, uno de los más bellos, potentes y magnéticos inventos del siglo XX.

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