Un sencillo cuento de hadas y un hermoso acto de amor a la danza

La Sylphide | Crítica de danza

Una brillante escena femenina del primer acto. / M. G

La ficha

**** ‘La Sylphide’. Compañía Nacional de Danza. Director artístico: Joaquín de Luz. Coreografía: August Bournonville. Música: Herman Severin Løvenskiold interpretada en directo por la ROSS dirigida por Daniel Capps. Libreto: Adolphe Nourrit. Intérpretes principales (día 11): Yaman Kelemet (la sílfide), Yanier Gómez Noda (James), Daniella Oropesa (Effie), Irene Ureña (Madge), Jorge Palacios (Gurn), Eva Pérez (Anna), Erez Ilan (Jack A.), Juan José Carazo (Kack B), Shani Perez (Nancy) y cuerpo de baile de la CND. Puesta en escena: Petrusjka Broholm. Escenografía: Elisa Sanz. Vestuario: Tania Bakunova. Iluminación: Nicolás Fischtel. Lugar: Teatro Maestranza. Fecha: Jueves, 11 de enero. Aforo: Lleno.

Con un Maestranza lleno de un público variopinto se presentó anoche el habitual ballet romántico que abre el año teatral.

La Compañía Nacional de Danza, que ya nos visitara en enero de 2021 con su Giselle, ha llegado en esta ocasión con una propuesta muy especial: La Sylphide, el más antiguo de los ballets completos que se han conservado.

Estrenado en París en 1832 por Filippo Taglioni y bailado por su hija, la célebre Marie (la primera, se dice, en utilizar las zapatillas de punta), el ballet terminó por perderse, pero el bailarín y coreógrafo Augusto Bournonville estaba entre el público y cuando regresó a su Dinamarca natal llevándose consigo el libreto, decidió encargar una nueva partitura y realizar su propia versión.

Su Sylphide se estrenaría en 1836 en el Royal Danish Theater de Copenhague y en ella se ha basado una CDN comprometida con la historia de la danza y con el trabajo en equipo, para montarla bajo la guía de Petrusjka Broholm, exbailarina del Real Ballet de Dinamarca.

Ver esta versión, estrenada el pasado mes de diciembre en el Teatro de la Zarzuela de Madrid, es como volver a los orígenes del ballet de acción como arte independiente. Pocos años después llegaría Giselle, con la que tiene muchas semejanzas en su estructura dramática y musical, pero habrá que esperar más de cuarenta años para llegar a la sofisticada perfección de El lago de los cisnes (1877) con la brillante partitura de Tchaikovski.

Sin embargo, La Sylphide que vimos anoche no es ni mucho menos una obra arqueológica. Es algo vivo y de una perfección tal que conecta de forma natural con nuestras emociones y con nuestro amor a la danza.

La historia de la sílfide (un alegre espíritu del aire) enamorada de un hombre (James) que va a casarse con una mujer (Effie), y de una bruja vengativa que provoca un trágico desenlace, está perfectamente contada en dos breves actos.

En el primero, el más teatral, con el primer encuentro de los protagonistas y los preparativos de la boda entre James y Effie en su tierra escocesa, da pie a unas preciosas danzas basadas en el folklore escocés. Sencillas danzas corales que ocultan una enorme dificultad en los trenzados de los pies y en la conjunción de los distintos grupos y que el elenco de la CDN resuelve deliciosamente, guiados por una partitura musical más que eficaz, brillantemente interpretada por la ROSS, y adornados con un acertado y alegre vestuario.

En el segundo acto, con un decorado de cuento de hadas, la huida de James tras la sílfide nos sumerge en el mundo de los espíritus alados del bosque y en las malas artes de la hechicera (una expresiva Irene Ureña), que provoca la pérdida de las alas de la protagonista y su inevitable muerte.

Nada de sofisticación, nada de las repetidas variaciones que estaban por llegar. Pura danza, y vrtuosismo, claro está. Y un placer ver al estupendo Yanier Gómez Noda vérselas con los arriesgados giros que casi le cuestan el equilibrio en alguna ocasión, y a una etérea, delicada y jubilosa Yaman Kelemet, saltando una y otra vez sin dejarse atrapar por el hombre y batiendo sus manos como si fueran alas. Preciosos sus brazos y fantásticos sus arabesques y sus actitudes.

Y un placer ver el encuentro final de los dos, sin tocarse, cuando vemos normalmente a los hombres como meros porteadores que tienen que esperar a las variaciones finales para su lucimiento.

Y es que el haber elegido la Escuela Danesa nos ha proporcionado una ocasión privilegiada para conocer un estilo diferente al que estamos acostumbrados, procedente de las escuelas rusa, parisina o cubana.

Al igual que Carlo Blassis en Italia, Bournoville intentó en su país perfeccionar al máximo su danza y, por ende, perfeccionó la de todos los personajes masculinos de sus obras.

Con medio centenar de coreografías en su haber, el danés sentó las bases de un estilo natural que huye de los excesos y de la pantomima exagerada del Romanticismo y creó un conjunto perfectamente estructurado de reglas y de ejercicios que ha llegado fielmente hasta nuestros días gracias a los muchos escritos que se han conservado y sobre todo, -así lo cuenta Elna Matamoros en su libro Augusto Bournonville. Historia y estilo-, gracias a sus alumnos y a alumnos de alumnos tan rigurosos como Leif y Elna Ørnberg, que vivieron y enseñaron sus ejercicios en la España de la posguerra durante más de 30 años, en un pequeño espacio cedido por la Sección Femenina de Coros y Danza.

Hoy y mañana tienen otra oportunidad de disfrutar de este hermoso y antiguo ballet y de otros dos elencos de la Compañía.

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