Circo del Sol: Risas, asombro, adrenalina
'Kooza' | Circo del Sol
La compañía retorna el 16 de enero a Sevilla con su triunfal 'Kooza', homenaje al circo original que alternaba acrobacias al límite con el humor ingenuo de los payasos
Tras recordados espectáculos como Varekai, Corteo o Totem, que fue el último que aterrizó en Sevilla hace dos años, el Circo del Sol vuelve a desplegar su majestuosa carpa en el Charco de la Pava a partir del próximo 18 de enero con Kooza, creación que desde hace unos días se viene representando con enorme éxito en Madrid. Antes, el espectáculo pasó por Valencia, Gijón y Málaga, y tras su exhibición en la capital española, cerrará su periplo nacional en la capital andaluza antes de proseguir su viaje por el mundo.
Esta vez, no será blanca. La gran carpa será a rayas de colores, como la que cualquier niño ha dibujado en un cuaderno de anillas alguna vez. La mole azul y amarilla contiene algo más de dos horas de dulce ensoñación. Las apabullantes producciones habituales de la compañía, con exuberantes decorados y coreografías, se abren en esta ocasión para volver a la esencia, al hueso. Circo en estado puro. El que soñamos cuando de niños dibujamos con trazos ingenuos esa carpa a rayas en un cuaderno.
Todo arranca a oscuras. Inocente, un niño asustadizo, no puede hacer volar su cometa. Pero de repente, un mundo de magia se le abre de par en par. Entre las veladuras aparece y desaparece Bataclan, una torre móvil de cuyo útero van apareciendo los acróbatas. En el ático de la torre se han encaramado los músicos –trombón, trompeta, teclados, saxofón, guitarra eléctrica, bajo y percusión, con el baterista como aclamado solista en un interludio- que tan pronto tocan jazz como funk de los setenta o piezas inspiradas en Bollywood. Será la emoción o la comicidad del escenario la que dicten las partituras.
En otros espectáculos, las acrobacias son un ingrediente más, aun esencial. Aquí conforman el núcleo. Y es tal la destreza de los funambulistas, acróbatas, contorsionistas –fantástico el número de la sincronizada pareja que integran Odgerel Bayambadorj y Ninjin Altankhuyag, de Mongolia, que sorprenden con la capacidad elástica y plástica que puede contener el cuerpo humano–, que la emoción se adueña de la atmósfera.
Hay reacciones de admiración, pero también gritos de asombro que pueden romper en angustia. En algún número, como el de los funambulistas que pululan por un cable desde un tercer piso de altura, la red no termina de aparecer hasta que la tensión se hace casi física.
Y el giro dramático definitivo, entre los números que exhibe Kooza a lo largo de sus dos horas y diez minutos (con un intermedio de media hora), llega con la Rueda de la Muerte. Es la actuación que suele concitar más reacciones de asombro entre el público. En una estructura colgante, con un eje giratorio en cuyos dos extremos dan vueltas y vueltas a su vez dos cilindros, se alternan tres demonios colombianos que muestran una destreza casi sobrehumana en giros, piruetas y constantes desafíos a la ley de la gravedad. Al compás de los endiablados giros de los acróbatas, que tan pronto actúan dentro de los cilindros como se descuelgan y enganchan a la estructura en pleno vuelo, la música va in crescendo. La iluminación de tonos rojos va encendiendo aún más la tensión. Y las gradas acaban presas de un dulce vértigo.
Kooza es un circo genuino al que le robaron los leones y elefantes, pero no los payasos. Y el humor ingenuo de los clowns va hilando con desenfado y naturalidad las piezas entre las carcajadas del público. La interacción es esencial en este tipo de espectáculos y en este caso Carlota y José, los escogidos que tuvieron la fortuna de subir al escenario, empezaron encogidos por la improvisada exposición pública pero pronto, ayudados por la comicidad de los tres payasos, mutaron a niños. Y con las carcajadas del graderío como banda sonora, disfrutaron, abstraídos del numeroso público, con las mofas y trastadas del trío más de lo que hoy lo pueden hacer sus hijos partiendo una piñata de cumpleaños.
Como es habitual en los espectáculos de la compañía canadiense –ya lo pudieron comprobar en años anteriores los sevillanos con los broches de Varekai o Totem–, Kooza cierra la noche con un número coral que apabulla por la fusión de actuación coral, música y colores, una explosión sensorial en la que los ojos del espectador no quieren perder detalle y dispersan la mirada como si delante hubiera un cuadro impresionista. O modernista: la directora del vestuario, Marie-Chantale Haupt, se inspiró entre otras fuentes artísticas en Klimt –hoy tan de actualidad en Sevilla–, para sus diseños.
Para que el sevillano y no sevillano se deje cautivar por ese circo que salta en nuestra memoria, las entradas están disponibles desde finales de mayo en cirquedusoleil.com/kooza.
El espectáculo alzará su enorme telón en el Charco de la Pava el 16 de enero y se prolongará hasta el 9 de febrero. Habrá doble función los sábados y domingos y las entradas van desde los 38 euros hasta los 194 de la zona VIP.
En su retorno a una ciudad fiestera y grandilocuente, el Circo del Sol retorna despojado de sus ricos ropajes para volver a la quintaesencia. A los payasos que hacen reír, a los acróbatas que asombran. A más de dos horas con la adrenalina disparada. En el epílogo, Inocente hace volar la cometa de sus sueños...
Yago Pita: "Las palmas del público de Sevilla suenan distintas"
El madrileño Yago Pita lleva 21 años enrolado en el Circo del Sol y volvió a su ciudad para dirigir Kooza. Nos describe el show: "Releva a aquellos espectáculos estilo Saltimbanco, pero modernizándolos. Tiene un nivel acrobático impresionante y al mismo tiempo ese calor de cuando veníamos de pequeños al circo. Toca la fibra infantil, oyes la música, ves las luces y los artistas y vuelves a la niñez. Vino después de crear Corteo, que fue más experimental". Yago confiesa que sus artistas desean volver ya a Sevilla: "El candor, el alma, la pasión y el arte que se viven en Sevilla nos ayudan muchísimo. Hemos tenido ya seis shows allí desde Saltimbanco en 2004, creo, hasta Totem hace dos años. Queremos volver, porque las palmas se oyen como en ningún otro lugar. El público es muy cercano y eso se agradece, porque lo que nos dan lo multiplicamos de vuelta".
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