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ORQUESTA BARROCA DE AMSTERDAM | CRÍTICA
***Femàs 2022. Programa: Misa en Si menor BWV 232, de Johann Sebastian Bach. Solistas: Ilse Eerens (soprano), Clint van der Linde (alto), Tilman Lichdi (tenor), Klaus Mertens (bajo). Amsterdam Baroque Choir. Amsterdam Baroque Orchestra. Director: Ton Koopman. Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Sábado, 9 de abril. Aforo: Lleno.
Tras haber sido cancelado hace dos años por las causas de todos conocidas, mucha expectación y mucha ilusión había alrededor de este concierto de clausura del Femàs 2022. Y no sólo por los intérpretes, sino ante todo por disfrutar de la experiencia de escuchar en vivo una de las obras musicales cumbres de la Historia de la Humanidad. No se prodigan precisamente ni el Teatro de la Maestranza ni la Sinfónica en la programación de grandes obras sinfónico corales, por lo que esta ocasión que nos traía el Femàs estaba cargada de significación.
Qué duda cabe de que el nombre de Ton Koopman suscita en el aficionado todo un horizonte de expectativas habida cuenta su trayectoria y su magisterio con la música de Bach. Representante de las primeras generaciones que hicieron del historicismo su apuesta estética y performativa, Koopman sigue manteniendo un acercamiento equidistante entre quienes prefieren explorar los contrastes dinámicos de la música y el papel de la acentuación y quienes buscan una aproximación a la espiritualidad de la música religiosa de Bach. Así, su articulación fue en esta ocasión bastante controlada en los ataques, quizá en busca de la limpieza del sonido y de la transparencia del mismo, haciendo manifiestos los juegos de texturas. En este sentido, el detallismo de su dirección coral fue excelente a la hora de las gradaciones dinámicas, sutiles, pero eficaces, como las del Kyrie de apertura o en el Gratias agimus tibi, paladeado con un crescendo muy medido. Su meticulosidad en el control de voces e instrumentos alcanzó momentos de gran delicadeza e intimidad en Et incarnatus, seguido de Crucifixus. Por contra, no quiso explotar las posibilidades expansivas y la brillantez sonora en pasajes festivos y celebratorios como Gloria, Credo in unum Deum o Sanctus, en los que el coro cantó con el freno echado por el director. Eso sí, un coro espléndido, de soberbio empaste, muy equilibrado en todas las secciones y que siguió al milímetro las indicaciones de Koopman, que se reservó el maravilloso Dona nobis pacem (tan de actualidad, por desgracia) para terminar de manera brillante, en una muy medida progresión dinámica acompañada de un coro exultante y unas trompetas impecables.
De los solistas instrumentales cabe destacar la flauta y el oboe d’amore, mientras que del violín de Catherine Manson esperábamos más en Laudamus te. Decepcionante por su pobre sonido la trompa de Thomas Müller en Quoniam.
No estuvo a la altura del renombre de orquesta y director el cuarteto vocal, del que sólo descolló algo la soprano Ilse Eerens, muy por encima de un van der Linden de voz plana, sin brillo y metálica en la franja superior. Algunos matices líricos del tenor Lichdi, algo inexpresivo por demás. Y Mertens es ya una vieja gloria de voz ajada y sin aliento.
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