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El sueño de una ciencia

Jung y la creación de la psicología moderna | Crítica

Partiendo de sus ideas, de lo que estas deben a la tradición anterior y del modo en que fueron recibidas, Sonu Shamdasani aborda el papel de Jung en la génesis de la nueva disciplina

Carl Gustav Jung (1875-1961) en su estudio.

La ficha

Jung y la creación de la psicología moderna. Sonu Shamdasani. Trad. Fernando Borrajo. Atalanta. Vilaür, Girona, 2018. 656 páginas. 35 euros

Como uno de los muchos que él mismo analizó, Carl Gustav Jung se ha convertido en un mito de la cultura contemporánea casi en mayor medida que Freud, no en vano las controvertidas investigaciones de ambos trascendieron con mucho el ámbito de la psicología y más aún en el caso del primero, la huella de cuyo pensamiento ha sido y sigue siendo visible en ámbitos tan distintos como el arte, la historia de las religiones, la mitología, la filosofía, la poesía o la antropología comparada. Ya antes de su sonada ruptura con el creador del psicoanálisis, ocurrida en 1913, el médico, psicólogo y ensayista suizo era una personalidad de referencia y su trayectoria posterior, caracterizada por la heterodoxia y por una ambición verdaderamente titánica, lo situaría a la altura de las leyendas, venerado por sus fieles y cuestionado por los detractores que censuraban su interés por el ocultismo, la tradición oriental o la mística, terrenos refractarios, como la propia interpretación de los sueños, a las estrictas categorías de la ciencia. Mediado el siglo, algunos gurús de la Nueva Era lo adoptaron como fuente de inspiración e incluso le atribuyeron, aunque el venerable maestro nunca había ejercido de profeta, dotes visionarias. Él mismo ironizaba sobre los junguianos, pero no hacía falta ser uno de ellos para reconocer su inmensa sabiduría, la fuerza de sus intuiciones y el perdurable ascendiente de unas tesis que han revelado su fecundidad en todos los campos citados.

Nociones como las referidas al inconsciente colectivo apuntan a la idea de un primitivo sustrato universal

Gracias a esa influencia, que reconocieron autores como Hesse, Curtius, Eliade o Campbell, entre muchos otros, incluso los lectores no particularmente familiarizados con la historia de la psicología y sus debates terminológicos manejamos nociones de Jung como las referidas a los arquetipos y el inconsciente colectivo, manifiestas en un repertorio de imágenes de fuerte contenido simbólico que apuntan a la idea –sugerida por los sueños, las creencias, los mitos– de un primitivo sustrato universal, común a la especie humana. Es una idea poderosa y con profundas implicaciones en todos los terrenos adscritos a lo que Dilthey llamó las ciencias del espíritu, pero como ocurre siempre en tales casos su propio éxito ha hecho de ella una especie de comodín al que se acogen discursos –entusiastas o escépticos, esclarecedores o epigonales– que poco tienen que ver con la formulación de Jung, por lo demás interpretable a la luz de las perspectivas que ofrece su obra. Acercarse a ella sin perder de vista el contexto en el que fue elaborada, en diálogo con las aportaciones de otros estudiosos, es una condición ineludible para evaluar su originalidad, su sentido profundo, su no indiscutida vigencia.

Británico nacido en Singapur, el historiador de la psicología Sonu Shamdasani, profesor del University College de Londres y director del Centro de Estudios Psicológicos en la misma institución, lleva años investigando los archivos y las fuentes de la obra de Jung, de quien ha publicado varias ediciones críticas –entre ellas el famoso Liber Novus o Libro Rojo, inédito hasta hace una década– y al que ha dedicado importantes monografías. La que ve ahora la luz en Atalanta, traducida por Fernando Borrajo, fue originalmente publicada por Cambridge University Press en 2003 y supone una valiosa contribución al mejor entendimiento del papel desempeñado por Jung en la génesis de la psicología moderna. De eso trata un libro cuyo subtítulo, El sueño de una ciencia, define lo que fue la labor de una generación, o mejor dicho de varias, y especialmente de la suya, en un periodo fundacional en el que los investigadores de la psique se esforzaron por darles a sus estudios un carácter experimental y sistemático.

Freud y Jung, sentados en ambos extremos, junto a un grupo de psicoanalistas (Universidad de Clark, 1909).

Tanto la figura de Jung como sus teorías son inseparables del largo proceso que, desde el último tercio del siglo XIX hasta los años de entreguerras, alumbraría la psicología moderna como una disciplina independiente de la biología, la medicina, la metafísica o la teología, un proceso gracias al cual –en palabras de Théodore Flournoy, el primer catedrático de la materia en la Universidad de Ginebra– "el estudio del alma poco a poco se desgajó, a su manera, del tronco común de la filosofía". La nueva ciencia, sin embargo, pese al empeño de los pioneros, distaba de ser una disciplina unitaria: "Hay muchas nuevas psicologías, pero aún no hay una psicología nueva", decía William Stern, también citado por Shamdasani. Ellos y otros como William James, Wilhelm Wundt, Alfred Binet o Pierre Janet, además por supuesto de Freud, estaban en el "telón de fondo" de una época fascinante en la que convivían distintas corrientes que discutían o se enfrentaban por imponer sus métodos y enfoques. El autor se detiene en ellas y dedica otras partes de su estudio, también con una orientación diacrónica, al mundo de los sueños, a las "genealogías de lo inconsciente" –de donde partieron los planteamientos de Jung sobre los instintos, las ideas primordiales y el pensamiento mítico– y la pervivencia de "lo antiguo en lo moderno", abordada por una disciplina también nueva e iluminadora, la antropología, que aspiraba como la psicología al conocimiento de la naturaleza humana.

Jung no pretendía fundar una escuela, sino que concebía la psicología como una "empresa enciclopédica"

Basado en un riguroso conocimiento de la obra de Jung, todavía incompleta, el ensayo de Shamdasani tiene la virtud de la claridad a la hora de exponer sus ideas, lo que estas deben a la tradición anterior y el modo en que fueron recibidas. A la vez, deshacen malentendidos como los derivados de una visión que el autor llama freudocentrista, según la cual la psicología analítica o compleja –Jung empleó las dos denominaciones, pero prefería la segunda– sería una rama del psicoanálisis. Ni Freud, nos dice, habría sido tan original en sus descubrimientos –no fue el primero en hablar del inconsciente ni en estudiar los sueños y la sexualidad ni en proponer tratamientos de psicoterapia– ni las contribuciones de Jung derivaron de aquellos. Muchos de los que se autodenominan junguianos, por otra parte, guardan con el pensador una relación más bien vaga y a menudo basada en conceptos reinventados. En última instancia, Jung, el "diletante más denostado", no pretendía fundar una escuela, sino que concebía la psicología como una "empresa enciclopédica" de vastísimo alcance, apoyado en una curiosidad y una erudición excepcionales que se situaban en los antípodas de la especialización a ultranza. Pocos autores del siglo XX habrán merecido con más justicia el calificativo de humanista.

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