Juego de máscaras
'El farsante feliz'. Max Beerbohm. Trad. Matías Godoy. Acantilado. Barcelona, 2012. 64 páginas. 10 euros.
Dandy famoso por su ingenio mordaz y sus celebradas críticas de teatro para la Saturday Review, el escritor y dibujante Max Beerbohm (1872-1956) fue uno de esos tipos fascinantes que habitaron la literatura inglesa de entre siglos, pródiga en autores aparentemente secundarios que muy a menudo brillaron a la altura de los grandes. Íntimo amigo de Frank Harris, el editor de la citada revista y biógrafo de Oscar Wilde, Beerbohm encarnó el ideal de elegancia preconizado por el malogrado autor irlandés, de quien heredó el gusto por epatar a la buena sociedad londinense. Fue a la vez un exquisito representante de la sensibilidad decadentista y su más eficaz impugnador, dado su espíritu burlón y su natural tendencia a la ironía. De 1919 data la recopilación de relatos Siete hombres, a la que pertenece el memorable Enoch Soames -incluido por Borges y Bioy en su célebre Antología de la literatura fantástica y disponible en una reciente edición de Rey Lear-, pero el genial caricaturista publicó además una novela -Zuleika Dobson (1911), inédita en español: sería deseable una edición completa de su obra narrativa- y otros relatos como El farsante feliz, que ve ahora la luz en Acantilado.
Aparecido en The Yellow Book con el subtítulo de Un cuento de hadas para hombres cansados, The Happy Hypocrite (1897) fue el primero de los relatos de Beerbohm, claramente relacionado con el Dorian Gray (1890) de Wilde aunque más ligero y sobre todo menos siniestro -pero igualmente encantador- que el modelo original. Su protagonista, el "voraz, destructivo y rebelde" George Hell, es un pérfido libertino -"lord Infierno"- que ocupa su tiempo en la seducción o el juego hasta que se enamora de una joven bailarina y decide cubrir su rostro con una máscara, para esconder su verdadera naturaleza y hacerse digno del aprecio de su amada. Fábula moral sobre el culto de las apariencias, el relato acaba como preludia su título, pero ya desde el principio ha provocado en el lector algo muy parecido a la felicidad.
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