Alhambra Monkey Week
La cultura silenciada
Para esos visitantes de museos que sólo persiguen coleccionar imágenes (en su memoria o en la de su cámara digital, da lo mismo) pocas cosas hay tan insignificantes como los marcos, las molduras de los cuadros. Doradores y tallistas quedan en un anonimato aún mayor que el que ya por sí mismo les concede el museo. Los marcos de los cuadros eran, sin embargo, importantes: para los más sensibles, estos parerga eran obras más puras que los mismos cuadros porque sus formas buscaban más inventar que imitar. El marco, además, era a veces paréntesis y a veces pórtico: advertía, en unos casos, que el cuadro remitía a una vida ideal y así, abría un paréntesis en la cruda realidad del muro; en otros, el marco se convertía en pórtico que guiaba a la mirada a la gloria de la pintura, un himno de entrada para el ritual de la mirada.
Las cosas cambian cuando el cuadro dejó de ser ventana y se convirtió en objeto que la mirada debía explorar en sí mismo, sin contar con una referencia exterior. El marco entonces, en muchas ocasiones, era una astuta frontera: constreñía al cuadro, restingiéndolo a sus límites y subrayando su cuadrícula, pero como el propio marco había perdido su antiguo esplendor y era poco más que un modesto perfil, ocurría que a la vez que limitaba el cuadro, hacía que éste se extendiera, ampliara su campo de influencia, animando el muro y dinamizando la sala más fría. Mondrian, que solía fabricar él mismo los marcos de sus cuadros, conocía bien esta eficaz dialéctica del marco en la modernidad.
Viene todo esto a cuento de las obras de Juan Suárez Ávila (El Puerto de Santa María, 1946), expuestas en la galería Rafael Ortiz, especialmente las fechadas entre los años 2008 y 2009. Las piezas tienen bandas de pintura industrial, aplicada sobre el cristal, que parecen prolongar el marco -casi una caja- que las rodea. Los cuadros se convierten así decididamente en objetos de corte minimalista y la pintura, aunque encerrada en el marco y distanciada por las bandas superpuestas, posee la fuerza suficiente para expandirse por el muro, y la sensualidad necesaria para incentivar la mirada. La doble dialéctica funciona. Por una parte, el objeto final, el cuadro, llena la pared uniendo a la eficacia de la pintura expandida la del objeto minimal; por otra, las obras impulsan un valor de la pintura ante el que solemos ser tímidos, la sensualidad, moderándola con el orden geométrico del enrejado de bandas.
Un talante diferente tienen las obras fechadas el presente año, 2010, que forman un gran frontal, casi un retablo, en el muro opuesto a la puerta de entrada de la galería. En ellas, Suárez parece separarse de sus inicios, cercanos al minimal y presentes aún en las obras que acabo de comentar, y trabaja en otra dirección que también ha explorado con frecuencia: las posibilidades del color y la textura. Suárez las estudió especialmente en los años en que los autores del grupo support-surface (hijos de Marx y de Barnett Newman, los llamaba Marchán Fiz) intentaban reducir la pintura a sus valores materiales. Suárez logró entonces obras tan convincentes como Cuerpo de campanas, un gran lienzo sin bastidor pero con fuerza. Me parece que las obras actuales, pequeñas y densas, son una reflexión muy controlada sobre las posibilidades de la materialidad de la pintura y al mismo tiempo sobre los ordenados espacios que caracterizan otras obras suyas: los breves rectángulos aparecen divididos horizontalmente y el contenido de cada mitad parece oponerse al de la otra. Pintura muy densa frente a formas más líquidas; manchas que dinamizan campos de color frente a enrejados que no llegan a consolidar sus perfiles. Todo ello con una amplia gama de color.
Una característica interesante de esta obra más reciente es su condición serial. Cada una de las piezas se antoja surgida de problemas planteados o posibilidades abiertas por la anterior. Esto hace pensar que es un trabajo aún inacabado e incluso que pueda desembocar en cuadros de mayor formato, algo que sin duda tendría interés. Sin entrar en tal contingencia, estas obras de pequeña dimensión tienen por el momento el atractivo innegable del cuaderno de apuntes o el diario, y poseen por consiguiente frescura y espontaneidad, cualidades siempre valiosas cuando surgen del trabajo de quienes, permaneciendo fieles al ejercicio de la pintura durante años, han logrado edificar un mundo propio desde el que pueden y tienen algo que decir. La muestra, en suma, tiene algo de divagación a través de caminos abiertos en la pintura durante el siglo XX.
Juan Suárez Galería Rafael Ortiz. Calle Mármoles, 12. Sevilla. Hasta el 30 de octubre.
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