"¿Elitista la música clásica? Los ricachones están ahora en los palcos VIP de Rihanna"
Juan Pérez Floristán | Pianista
Tras debutar en el Royal Albert Hall de Londres en el marco de los Proms de la BBC, el músico sevillano afronta un cargado último tramo de año que lo traerá en diciembre al Teatro de la Maestranza
Sevilla/Apasionado y vehemente, Juan Pérez Floristán habla a una velocidad sólo comparable a la de su carrera en los escenarios internacionales. Después de debutar en el Teatro de la Maestranza con 14 años, hacer lo propio como solista junto a la Orquesta Sinfónica de RTVE con 16 y de ganar el Concurso Internacional Paloma O'Shea con 22, lo que multiplicó su proyección internacional, a comienzos de agosto el joven pianista sevillano, que ahora tiene 26, actuó en los Proms de Londres, el mítico ciclo de conciertos que organiza la BBC.
Solicitado aquí y allá –ojear su agenda de conciertos estresa–, el próximo mes de diciembre volverá a su querido escenario del Paseo Colón para ofrecer un programa íntegramente dedicado a Chaikovski. De todo esto, y de muchas otras cosas, hablamos con el músico en su domicilio hispalense, donde apura los últimos días de sus vacaciones antes de volver a Berlín, su ciudad de residencia desde hace seis años.
–¿Cómo fueron las sensaciones en los Proms de Londres?
–Fue la leche, hablando mal y pronto. Cuando me llamaron de mi agencia de representación para decírmelo, pensé que sería para tocar en una sala aparte. Y ellos: no, no, en el Royal Albert Hall. ¡Joder! ¿Yo iba a tocar allí? Fue una experiencia preciosa. De esas que incluso en el momento en que la estás viviendo piensas que en tu vida podrán pasar muchas cosas, podrá ir bien o mal, podrás morirte y hasta dejar el piano, pero eso ya no te lo quita nadie. Impresiona entrar allí. Es un sitio enorme pero muy acogedor. Y nada, allí estuve, tocando en un sitio hasta la bola, ante 6.000 personas mirando muy de cerca, de pie, porque es tipo concierto rock, muy cercano. El público vive muy intensamente los Proms, que son la prueba más clara de que el acceso a la música clásica se ha democratizado.
–Volverá a su querido Maestranza en diciembre con un programa dedicado a Chaikovski...
–Siempre ha sido para mí un poco guilty pleasure. Vamos, realmente no es un placer culpable Chaikovski, la expresión tendría más sentido cuando alguien admite que le gusta Justin Bieber, ¿no? Pero es que su música, la de Tchaikovsky, es tan fácilmente disfrutable que a veces te da como cosa. Es bellísima... Entre mis primerísimos recuerdos musicales están El cascanueces y el Concierto n.1 con Evgeny Kissin y Karajan en un Concierto de Año Nuevo en Berlín grabado en vídeo. Su música tiene tantas asociaciones para mí, que me toca una fibra sensible muy primaria de mi infancia. Esto no me pasa sólo a mí, la inmensa mayoría del público puede tener recuerdos muy similares, así que para mí es un honor poder ofrecérselo de nuevo. Y si encima es en el Maestranza... Allí crecí como espectador y como amante de la música y allí hice mi debut como solista en 2017... Actuar en el Maestranza es como volver a encontrarme con viejos amigos.
–Ha dicho algo curioso sobre Chaikovski. ¿Por qué tendría que excusarse nadie por disfrutar de algo con facilidad? ¿No es ése un vicio un tanto incomprensible en su ámbito?
–Puede ser. Pero ya ha habido muchos titulares de gente que dice que la música clásica está llena de estúpidos. ¿Es elitista la música clásica en cuanto al esfuerzo y a la concentración? Amigo, es que no es lo mismo leerte Los pilares de la tierra, que yo mismo he disfrutado como un enano, que Rayuela.
–Le molesta mucho ese cliché tan habitual del elitismo...
–Es que la música clásica no vive de espaldas a la sociedad, antes que nada porque ni siquiera se lo podría permitir. No somos una industria potentísima; no somos el pop. Incluso aunque quisiéramos ser esa élite y vivir de los ricachones, tampoco podríamos, entre otras cosas porque ahora esos van a los palcos VIP de los conciertos de Rihanna. La cual, por cierto, no le hace rebajas especiales a nadie, a diferencia de lo que ocurre en los conciertos de clásica. Y además: ¿cuánto tiempo llevamos llevando música clásica a las cárceles, a los hospitales, a los colegios...? Si el elitismo hay que identificarlo por el dinero, la clásica ya no lo es. No es cara consumirla, es más, si la quieres consumir en casa la tienes hasta gratis, y si no quieres publicidad en el Spotify sueltas 10 euros. ¿Eso es elitista? Mucha gente paga 10 euros a Netflix, 10 a HBO y otros 10 a Filmin cada mes. Por supuesto que el acceso a la clásica no es elitista.
–¿Y por qué cree que resulta tan difícil desterrar esa fama?
–Muchas veces parece que si uno va en chándal ya no es elitista, y cuidado, eh, que esos vaqueros medio rotos de los hipsters y esos pantalones de chándal de la gente del trap pueden costar 150 euros. Pero más allá de eso, yo estoy convencido de que hoy lo más revolucionario que se puede hacer es estar calladito una hora, escucharte un concierto tranquilamente y no estar tuiteando todo el rato. Para mí la música clásica es bastante más rompedora o al menos va hoy en día más a contracorriente que muchas otras cosas que se venden como rompedoras. Pero bueno, para gustos, los colores.
–No voy a tener más remedio que preguntarle su opinión sobre el fenómeno James Rhodes...
–El problema es que se juntan churras con merinas. Para empezar, lo que hablábamos: defina usted elitismo. Si se trata de que la música clásica no sea elitista en cuanto a raza, sexo, nacionalidad y dinero, entonces estamos a bordo del mismo barco, faltaría más. ¡Pero es que hoy cualquiera puede escuchar las nueve Sinfonías de Beethoven en 200 versiones gratis, incluso en Youtube! ¿De qué elitismo hablamos? Decir, como él dijo, es uno de sus titulares más famosos, que la música clásica está llena de gilipollas... Pues mira, no le voy a quitar la razón, está llena de gilipollas, pero no más que el mundo de la abogacía, el de los ingenieros, el de la medicina o el de los brokers de la City londinense, donde por cierto trabajaba él antes. Si uno vende un discurso que viene a decir este sector es muy conservador y yo vengo a salvarlo, entonces es fácil presentarse como el Mesías. ¿Pero qué pasa? Que no sé de dónde saca algunas cosas que dice: el 99% de los que escuchan música clásica no quieren que los demás accedan a ella. Pero qué dice, hombre, eso es mentira. ¿Que hay mucho rancio en la música clásica? Sí, por supuesto. Pero su discurso, para mí, hace aguas, y ya si entramos en la valía artística o pianística... Bueno, mejor dejémoslo ahí.
–Su padre, Juan Luis Pérez, es director de orquesta y ha estado siempre muy involucrado en el mundo de la música y en la ROSS. Su madre, María Floristán, es pianista y profesora en el Conservatorio. Y encima destacó usted de manera muy precoz. Con menor peso de las expectativas se han perdido en el camino muchos aspirantes a niños prodigio...
–Claro, es peligroso. Pero vamos, de entrada, esa palabra jamás se ha dicho en mi casa. Habría sido horrible. Mis padres me han tratado siempre con una normalidad acorde a mis avances. Mi madre nunca me ha dado tremendas alabanzas, pero si ella veía que me ponía una obra de cierta facilidad y yo la dominaba rapidísimo, ella tampoco se asustaba. No decía aún es joven para algo más difícil; me lo daba con naturalidad, sin presión, y ya está. Es cierto que he subido muchos peldaños muy rápido, pero también lo es que no me he saltado ni uno, y eso también te da tierra, te da raíces. Y he trabajado mucho, siempre he tenido claro que ésta es una profesión de talento pero también de trabajo y de esfuerzo constante. Por otro lado, yo en este aspecto no he hecho las cosas por los demás, por sentir una presión, pongamos, sino por mí, por placer y curiosidad, y seguramente por inconsciencia, porque ahora miro atrás y me doy cuenta de lo inconsciente que era yo, porque me lo tomaba como un juego.
–Cualquier profesional de la música se quejará de la enseñanza musical en España, y razones no faltan porque se diría que el desinterés de las administraciones públicas en ese aspecto es evidente. Aparte de las carencias presupuestarias, ¿falla algo más?
–Es más fácil o más reconfortante escuchar a profesionales hablar de los fallos técnicos del sistema: tal cosa podría ser mejor, aquel proceso de selección se podría mejorar, los conservatorios así o asao... Vale. Pero el problema, al final, va mucho más allá. La cultura no deja de ser un reflejo de la sociedad, de lo que quiere decir una sociedad y de lo que le interesa, de su forma de pensar y de sentir. En todas las épocas se ha dicho que se vivía una crisis de valores, y a mí no me gusta esa expresión, pero es verdad que estos tiempos de hiperglobalización e hiperdigitalización están afectando a las artes. El arte no vende, no interesa, no es sexy ni rápido. Pero no hablo sólo de la música clásica, hablo de cualquier actividad que implique reflexión. Y por tanto nunca vamos a escuchar a un político hablando de estas cosas en prime time ni en un debate en la televisión. Como no da votos... Pero claro, que eso no dé o no quite votos es culpa nuestra también. Porque si a mucha gente le interesara, vaya si hablarían de estos temas.
–Desde hace varios años eso de "ir al encuentro de nuevos públicos" es todo un mantra. Pero a la hora de la verdad no sé si está muy claro realmente qué significa eso, más allá de una coletilla del cargo político de turno...
–Pues ya te digo yo lo que significa: cuando nos dicen que creemos nuevos públicos, nos están diciendo que nos rompamos la cabeza porque con el dinero que hay, incluso con menos de lo poco con lo que ahora cuentas, tienes que ser más productivo. Y mira, yo lo puedo intentar, puedo intentar ser más eficiente, despedir a parte del personal, pero si no me das más dinero el arte va a llegar a menos gente. Es la realidad. Es algo muy obvio. Pasa en el ámbito privado también, ¿no? Al trabajador ya no se le da con el látigo, se le dice que hay que ser más productivo, que tiene que ser feliz en la empresa. Pero le pagan mil euros al mes. ¿De verdad quieres que yo sea feliz, ergo productivo, ergo me ocupo de mi producto y lo mimo? Pues págame dos mil, ¿no? Yo te recorto el sueldo pero tú tienes que ser feliz en tu trabajo. Nosotros podemos ser muy imaginativos, pero al final para todo hace falta dinero. Sé que puedo estar sonando muy pirata hablando tanto de esto, pero es que las cosas se hacen con dinero. Y con talento, evidentemente. Pero sólo con talento es imposible. Antes de la crisis en España, cuando aparentemente había dinero para todo, ¿qué se hizo? Venga, teatros de ópera estratosféricos aquí y allá, pagar cachés de la leche, pero eso no es crear cantera, eso es un poco lo que hacen ahora los equipos de fútbol de los emires: ¿tengo dinero?, pues traigo a los famosos. Pero eso no crea nada, no es un proyecto educativo a largo plazo. Y eso es lo difícil, incluso cuando hay dinero, pero sentarse y pensar en estas cosas de verdad es complejo y da dolores de cabeza.
–Otros clásicos del discurso político, da igual de qué signo, sobre la cultura: es un "motor de desarrollo económico", "atrae a muchos turistas", etcétera. Lo cual está muy bien. Pero a veces parece que, sin esas muletas, da igual que el asunto ande o no ande...
–Eso nos lleva a la gran pregunta: ¿debe todo ser un negocio? Es una pregunta que nos tenemos que hacer como sociedad: ¿todo tiene que ser rentable, todo tiene que dar dinero? ¿Las aguas públicas, la luz del sol, el servicio de recogida de basuras? ¿Deben ser rentables? ¿El arte debe ser rentable también? Porque hay géneros, como la ópera, que históricamente han sido deficitarios o si acaso salían a cero, con las cuentas balanceadas. En la sociedad en la que vivimos la respuesta que se está dando es: sí, todo tiene que ser rentable, y lo que no lo sea no tiene hueco. Ésta es la madre del cordero. ¿Usted quiere una sociedad en la que todo debe ser rentable? Ok, adelante. Pero eso tiene sus consecuencias. Y yo creo que son malas. Otros creen que son buenas. Así es la democracia.
–Volvamos a la música para ir terminando. Le encantan el rock de los años 70 y la electrónica. Desde el punto de vista de la interpretación, ¿eso le sirve de algo a un músico de formación clásica?
–Para empezar aporta placer, porque son músicas que me gustan, no todo lo que hago tiene que ser como formación. Pero además hay un motivo que para mí es fundamental: sobre todo la electrónica es una música de nuestro tiempo, y eso no la hace buena automáticamente, ni mala, pero es la voz del presente, la voz de mis conciudadanos, y eso ya para mí tiene un interés y además me hace sentir que la música, como arte creativa, sigue viva. Al margen de eso, te da muchas ideas, muchas maneras diferentes de sentir el ritmo y la melodía. Ahora llevo dos años dando clases de batería, los últimos meses en el Instituto de Jazz de Berlín, y ando loco con el groove del funk... El feeling que me ha dado tocar la batería, conocer mejor aspectos como el swing o la polirritmia, eso es brutal, eso hasta lo puedo aplicar a Beethoven. No todo tiene un sentido tan directo, pero me interesan esos paisajes sonoros que forman parte del mundo en el que vivo. Mis amigos escuchan trap; bueno, pues probé, y mira, la verdad, a mí no me gusta, pero el rap en cambio sí que me interesa, y mucho.
–Dijo hace un tiempo en una entrevista con este periódico que creía tener "algo que decir". ¿Qué es eso que tiene que decir como pianista?
–No lo sé. Y espero que decir aquello no sonara a sobrado. Pero es lógico que si uno se expone a lo que un solista se expone, a la crítica pública, es porque en el fondo cree que lo que está diciendo tiene cierto sentido. Yo creo que el mensaje se va construyendo día a día y sólo mirando atrás puede uno tener una idea. Soy muy joven aún, pero quiero pensar que al final mi mensaje es que seguimos necesitando contarnos historias, sentirnos tocados por otros. Creo que en este momento histórico todas las artes están teniendo la necesidad de conectar con otros seres humanos de manera más fuerte que nunca, porque vivimos en un mundo muy alienado, muy ruidoso. Yo desde luego tengo esa necesidad, no sólo porque tengo que ganarme las habichuelas sino porque siento que ese el sentido último de lo que yo hago.
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