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Juan José Millás siempre ha poseído una sensibilidad particular para detectar el componente de extrañeza que esconde cualquier realidad en apariencia insignificante. Esa rareza del mundo se le reveló un día mientras trabajaba, cuando se produjo un gesto intrascendente -una mosca se posó sobre él- que sin embargo disparó la imaginación del autor. "No era tiempo de moscas, y me pregunté de dónde vendría ésa. Y entonces empecé a pensar en dónde se meterían en invierno, cuánto viven", explica el valenciano. Albergaba también cierto remordimiento hacia esa familia de insectos, "porque cuando era pequeño mis amigos y yo les hacíamos unas tropelías terribles, que hacerlo era gratis", de modo que decidió explorar mediante un reportaje la existencia de aquellas criaturas. Acudió al investigador Gil Morata y al Centro de Biología Molecular, "una especie de campo de concentración de moscas" donde "las hacían a la carta, podías pedir una con las patas en la espalda o un ojo en el abdomen. Yo pedí que me hicieran una mosca normal, y que le crearan un compañero para que copulara con él", rememora. Catalina vivió 30 días, Pruden murió algo antes. La biografía de la primera es uno de los textos que más agrada a Millás de Vidas al límite (Seix Barral), conjunto de reportajes en los que el periodista describe un puñado de existencias donde se refleja la máxima que guía a este narrador: "En lo más cotidiano", dice, "es donde se encuentra el mayor misterio".
Millás, que presentó recientemente su nuevo libro en Sevilla dentro del ciclo Letras Capitales del Centro Andaluz de las Letras, considera que el reportaje "es un género muy próximo al relato, la única diferencia es que en el reportaje los materiales te vienen dados de fuera, y tienes que cumplir una ley: no puedes decir que algo pasó si no ocurrió", argumenta, antes de aclarar que "las barreras están borradas" y que hay cuentos "como una historia de Capote titulada Un día de trabajo en la que el escritor acompaña a su asistenta por las otras casas donde ella trabaja, que tras leerla no sabes muy bien si es un reportaje o un relato inventado".
Entre las experiencias que recoge Vidas al límite, Millás acompaña a Penélope Cruz a comer a un bar donde no reconocen a la actriz y les hacen guardar cola, se embarca junto a Ronaldo en un viaje a Palestina e Israel al que el segundo va como embajador de buena voluntad de la ONU o describe el encuentro con el político Pasqual Maragall cuando a éste ya le han diagnosticado el alzheimer. Pero el paisaje en el que el narrador centra su atención la mayoría de las veces es el de esas existencias desconocidas, su intención, dice, "era acercarme a la gente normal con la convicción de que la persona más rara es tu vecino". Especialmente celebrado fue el relato de los problemas de una ama de casa. "Ella residía en un barrio dormitorio y tenía una vida muy complicada, debido a un hijo con hiperactividad", recuerda. "Con su reportaje me di cuenta de que el anonimato de una ama de casa alcanza niveles insoportables. Todos necesitamos que reconozcan nuestro trabajo, y para dedicarte a las tareas del hogar, sin que nadie valore lo que haces, has de tener una autoestima muy alta".
Con el caso de un chico con síndrome de Down, Millás entendió "lo equivocado de nuestro concepto de normalidad. ¿Somos normales con respecto a qué? En realidad todos somos anormales en relación con algo". Con la prueba de volverse invidente pudo cumplir una extraña fantasía de la infancia. "De pequeño me cruzaba con un niño que era ciego y yo me inventé que cuando yo cerraba los ojos aquel niño veía. Me prometí que estaría todo un día ciego. Los de la ONCE me enseñaron unas reglas básicas para sobrevivir, aprender de dónde venían los sonidos...".
Millás admite que encuentra rasgos de sí mismo en cada personaje al que entrevista -"cuando hago trabajos de este tipo me suelo decir: Pero si eso es lo que me pasa a mí"- y asegura que le es difícil distanciarse. "Es una labor que se gestiona mal, el cirujano logra mecanizar de algún modo su trabajo, pero un reportero no puede hacerlo". El retrato de una mujer bipolar le impresionó tanto que años después participaría en un documental sobre este trastorno. De los pacientes con esta alteración le atraía que "cuando se mantienen estables gracias al litio sienten añoranza de sus estados de euforia. Una vez comí con el escritor Mario Mendoza y me contó que su madre era bipolar. En una ocasión en que la señora había abandonado la medicación y su hijo le estaba riñendo, ella le dijo: Hijo mío, si tú pudieses ser a veces Supermán, ¿te conformarías siempre con ser el gilipollas de Clark Kent?".
En el volumen hay un reportaje que el propio autor califica de "tremendo", Son 15 minutos. Dejas de respirar. Y fuera, sobre "una persona que había decidido quitarse la vida, que tenía una enfermedad terminal y había acudido a la asociación Derecho a Morir Dignamente". Millás se citó con el hombre la víspera del día en que había programado su muerte. "Lo que más me sorprendió es que no vi flaqueza en ningún momento. Me preguntó si estaría con él hasta el desenlace, pero no tuve coraje", confiesa el escritor. Ése fue uno de los entrevistados que con más fuerza conserva en la memoria. "Cuando me preguntan con cuál de los personajes tengo más relación hablo de él. Siempre, cuando alguien muere, te queda la impresión de que hay algo que no te dijo, que hay algo que sabía de la vida que no compartió".
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