TURANDOT | CRÍTICA
Misma historia, nuevas voces
Los libros son la extremidad del escritor, su brazo largo, su proyecto inacabado, su pasión inabarcable. Los libros de los otros, exactamente. Construir una biblioteca (física o mental) es levantar un territorio propio. Salir a la búsqueda de un título es una suerte de ir a solas para encontrar gente en el camino. Casi una enfermedad sin cura. Algo así como un intento por comprenderse. O por perderse irremediablemente. Ése es el rastro que trata de poner en claro Juan Bonilla (Jerez, 1966) en La novela del buscador de libros, donde propone una suerte de autobiografía en papel, de memoria desordenada, de crónica personal. "No recuerdo un día que no haya buscado libros", asegura.
El volumen no es exactamente el relato de un capricho extravagante, sino una entretenida expedición por un entusiasmo que trasciende el ejercicio de la escritura en favor de una espeleología mayor: vivir entre libros, vivir por los libros, vivir en los libros. "A mí me interesa la Literatura porque está llena de vida", confiesa el autor gaditano, quien ha armado este título para la Fundación José Manuel Lara con la munición que le da ser un lector infatigable. "Podría contaros mi vida describiendo establecimientos, desvanes, buhardillas y sótanos donde castigué la espalda y los ojos en pos de algún libro que justificara el gasto de tantas horas", añade por esta senda.
El motor de explosión de ese "vicio" de Juan Bonilla está entre los periódicos, las revistas y los libros (no demasiados: algunos del Círculo de Lectores y la enciclopedia sexual de López Ibor) del hogar familiar. Pero también en la lectura temprana de La novela de un literato de Rafael Cansinos-Assens, acaso una descarga con demasiados kilovatios para un cerebro blando, todavía adolescente. "La obra de Cansinos –explica- estaba llena de nombres que te hacían ser una especie de vigilante de la playa atento para actuar y zambullirse y salvar a quien se estuviera ahogando. Porque eso en el fondo anhela el bibliómano: salvar a alguien, devolverle la vida a alguien".
Con esa brújula, el escritor viene a torcerle la huella al canon de la Literatura. Así, en su opinión, Gonzalo Suárez es el patrón oro de la narrativa española de los 50 y 60. Otro tanto sucede con Julio Mariscal Montes entre los poetas de aquella misma generación, donde cotizan indiscutibles como Valente, Gamoneda y Claudio Rodríguez. Por ahí se cuelan otros nombres como Fernando Quiñones, casi un acierto de proximidad: "Descubrí en él a un poeta distinto, muy irregular, es cierto, pero con algunas piezas imborrables; a un gran cuentista y, sobre todo, al autor de una novela que no tengo idea de por qué nunca fue lectura obligatoria en nuestras aulas: La canción del pirata".
A lo largo de La novela del buscador de libros, Bonilla también se planta en librerías únicas, extrañas. Algunas combinan la venta de libros con otras actividades, como el sexo, el boxeo, el alquiler de películas o la peluquería de señoras. Otras son, directamente, o una prueba atlética –la Strand de Nueva York, con sus cuatro plantas y sus 25 kilómetros de estanterías-, o un ejercicio de alto riesgo, como los puestos del mercado de San Carlos en Tegucigalpa (Honduras), controlados por una peligrosa mara. En este apartado, dedica un capítulo a las librerías de viejo de Sevilla, en un periplo que tiene algo de nostalgia y de mitología: Renacimiento, Trueque, Los Terceros, El Desván…
"Los que padecemos la fiebre de las primeras ediciones somos muy dados a balancearnos en la ramas de la memoria. Nos hace falta poco para que se nos disparen los recuerdos; basta un listado de libros, y haber pasado media buscándose a uno mismo en almacenes de polvo, en pequeñas tiendas donde siempre había algo que llevarse: a veces era una primera edición, otras la sensación de perder el tiempo, y otras, una historia contada por una librera exiliada en Roma que acariciaba a un gato drogado", señala Juan Bonilla, quien tiene ya otras dos novedades en la rampa de lanzamiento de la editorial Seix Barral.
En ese discurrir, Bonilla despacha también ideas con algo de desafío ("El catálogo de una librería de viejo es la más dura crítica literaria", por ejemplo) y anécdotas desternillantes, como ese "chiste tremendo y pornográfico" que el desaparecido –y añorado- Vicente Tortajada contó a José María Aznar en la calle Mateos Gago. Asoman, por último, historias de adquisiciones extraordinarias, como la compra por parte del coleccionista Bill Fisher de la primera edición de España en el corazón de Neruda, o cambalaches insólitos, como el realizado por el propio autor, quien soltó la primera edición de Camino de Josemaría Escrivá a cambio del Romancero gitano de Lorca.
Y la irrupción del mundo digital, ¿cómo ha cambiado la pasión del buscador de libros? "Internet facilita las cosas, sí, pero en su gelidez nos roba la posibilidad de ir haciendo memoria con la búsqueda de libros, pero apenas podría espigar detalles de los días en que esos títulos llegaron a mí", explica Bonilla. "Además, se ha perdido –pero no del todo- uno de los grandes valores de la búsqueda de libros: el chollo, encontrarte con una ganga gracias a que tu información privilegiada se daba de bruces con la ignorancia orgullosa o la indiferencia absoluta del librero. Ahora cualquiera que ingrese libros en las bases de datos lo tiene fácil para calibrar cuál es el precio adecuado", remata.
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