La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Ausencias y presencias con el morbo de Sevilla
Juan Bonilla | Escritor
Sevilla/Carmen Mondragón (1893-1978), rebautizada como Nahui Olin, fue pintora y poeta, pero su personalidad desafiante y su carácter impredecible no cabían en dos escuetas definiciones. Juan Bonilla recopila sus muchas y aventuradas vidas –la nínfula de ojos verdes que arden, la mujer casada y madre fugaz y sospechosa, la musa de todo el mundo, la criatura radiactiva, un Narciso que no piensa ahogarse, entre otras– en Totalidad sexual del cosmos (Seix Barral), en una hermosa y emocionante novela contada con la música de un poema en prosa. Un libro que indaga también en las pulsiones que llevan a alguien a investigar la vida y la obra de otra persona, y que narra cómo la existencia del restaurador Tomás Zurián se trastocará cuando caiga en sus manos una fotografía de la esquiva y fascinante Olin. Bonilla es uno de los invitados este viernes a La Noche de los Libros de Málaga, donde dialogará con Andrés Trapiello.
–En una ocasión, José Emilio Pacheco predijo que la gente se cansaría de los carteles de Frida Kahlo y que los reemplazaría por los de Nahui Olin. No parece que acertara...
–Se equivocó por completo. Eso lo dijo en 1992, cuando se monta la primera retrospectiva de Olin y él le dedica una columna a esa exposición. En ese texto hacía una serie de vaticinios, y augura que Nahui Olin se convertiría en la nueva Madonna, que todos llevaríamos camisetas con dibujos de ella y que se escribiría una ópera sobre su vida... Y no acertó. Hubo que esperar muchos años, hasta 2018, para que se organizara una nueva exposición sobre Nahui Olin. Ha pasado más de un cuarto de siglo y nada apunta a que esas predicciones se vayan a cumplir.
–El investigador que narra este libro queda subyugado por Olin, de la que no sabía nada hasta entonces, cuando descubre su belleza en una fotografía. ¿Cómo llegó usted al personaje?
–Nahui Olin me interesa mucho, porque demuestra que una vida alberga muchas vidas, que a lo largo de nuestra historia podemos ser personas muy distintas, casi como si estuviéramos en una carrera de relevos. Pero yo a quien llegué fue a Tomás Zurián, el investigador. Me fascinó cómo ese restaurador mexicano ve una foto de Nahui, se pregunta quién es esa mujer, y a partir de ahí su vida cambia completamente: le suceden cosas extraordinarias, se divorcia... Realmente, se enamora del objeto de estudio.
–El narrador confiesa, de hecho, que todas sus investigaciones "han tenido una elocuente pulsión erótica".
–Creo que en todo trabajo de este tipo hay algo de despertar de la libido. Tenemos esa idea del erudito como alguien encerrado en los libros, entre papeles, lo vemos como una criatura aburrida, y frecuentemente en su empeño hay un componente tal vez no sexual, pero sí sensual, que tiene que ver con los sentidos. Lo que mueve a Zurián no es un cuadro ni un poema que descubre, es la presencia física de Nahui Olin, se interroga quién es ese bellezón, a partir de ahí indaga. Es curioso que sea a raíz de una foto como recupera a una creadora que había estado olvidada durante décadas, que no había entrado en el grupo de otras mujeres de las vanguardias como Tina Modotti, Frida Kahlo o Guadalupe Marín, que sí habían sido reivindicadas. Por eso, el empuje de enamoramiento, esa sacudida que siente Zurián, tenía que ser el motor de esta novela.
–Nahui Olin encarna a ese tipo de artistas que parece tener en su carismática personalidad, en su actitud provocadora ante la vida, el mayor valor. Pero usted, que ha estudiado a fondo su obra gracias a este libro, ¿qué opina de ella, de su talla como poeta y pintora?
–Con esto me gustaría ser justo. Es verdad que la vida de Nahui Olin es un relato fascinante per se, pero he aprendido a valorarla. Al principio sí pensaba que la obra estaba por debajo de la excepcionalidad del personaje, pero poco a poco fui poniéndola en su lugar, y me fue atrapando, sobre todo la obra poética, muy desatada, muy despeinada, pero con una potencia que muchos poetas correctos de la época no tienen. Y me interesa mucho comparar la hondura de esa obra poética con el infantilismo de su pintura, cómo volcó una mirada más grave en el primer apartado y la perplejidad de la niña en el segundo.
–La pintura de Olin cargó siempre con la etiqueta de naíf, algo que ella contempló con fastidio.
–Sí, pero en esa ingenuidad posee también un toque personal: lo naíf nunca se acerca a temas como el erotismo, el desnudo, el sexo, y en su obra sí se da esa combinación... Hay cuadros suyos extraordinarios, como sus autorretratos con amantes, que seguramente hacía para dar celos al Dr. Atl.
–Con el Dr. Atl, uno de los hombres de su vida, se enredó en una relación tortuosa e incendiaria, un "combate sin tregua".
–Es una relación volcánica, nunca mejor dicho porque él era vulcanólogo. Ella viene de una larga insatisfacción, de un impulso erótico contenido durante años [su marido, Manuel Rodríguez Lozano, con el que se casó en 1913 y estuvo hasta 1921, era homosexual], y cuando eso estalla es irrefrenable. Con Atl tiene una relación de amor y odio con claros componentes patológicos. Una historia así, en la que las riñas son constantes y ella llega a apuntarle a él con una pistola, es narrativamente más potente que la crónica de una pareja en armonía. Pero en la vida real puede marcarte más una relación apacible, alguien con quien haces turismo y no te peleas. Cuando Nahui decide encerrarse, retirarse del mundo, es después de que muera un amante con el que ha tenido una convivencia tranquila.
–Definen a una persona las cosas que hace, pero también las que rechaza. Olin fue capaz de decirles que no a dos de los directores de cine más destacados de su momento, Fred Niblo y Rex Ingram.
–Ahí no sé si creerme del todo lo que aseguran cartas y documentos que se han encontrado. Ella sostiene que una cosa es desnudarse como ella lo hacía para retratos artísticos o revistas de circulación popular, como Ovaciones, y otra para una pantalla de cine y para interpretar a alguien. Es en ese verbo, interpretar, donde ella pone el acento: si yo interpreto a una faraona, estáis viendo a la faraona, y yo quiero que veáis a Nahui Olin. Llama la atención esta negativa porque una de las pocas costumbres que mantendrá toda su vida es la de ir al cine. Pero no le gustaba la posibilidad de convertirse en una actriz. Ella quería interpretarse a sí misma.
–Totalidad sexual del cosmos plantea una suerte de diálogo con su novela anterior, Prohibido entrar sin pantalones, en la que abordaba la figura de Maiakovski. ¿Diría que pertenecen a un mismo proyecto narrativo?
–Sí. Por cierta desconfianza, cierto cansancio de la ficción, pensé que debía dedicarme a otras cosas. Me planteé contar el siglo XX a través de unos cuantos poetas. Hice Maiakovski ya con Nahui en la pista de salida y quería seguir, hacer un libro sobre Agustín García Calvo, que también me parece un personaje con novela. Eran propuestas estimulantes en el sentido de que tienes que jugar con varios géneros, dosificar la documentación con la que cuentas para que no aplaste la narración... Me interesaba sobre todo que estas novelas se contaminaran de las voces de los propios personajes. En realidad son largos poemas en prosa. Se trataba de captar la esencia poética de unas existencias, a través de los sucesos de su vida, pero sin el afán de hacer una biografía exhaustiva.
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