José Valencia lo ha vuelto a hacer
DE SEVILLA A CÁDIZ. Cante: José Valencia. Guitarra: Juan Requena, Manuel Parrilla. Coros: Sergio Aguilera, Amparo Lagares, Inma la Carbonera. Palmas: Manuel Valencia, Juan Diego Valencia. Violín: Faiçal Kourrich. Baile: Pastora Galván. Autor: Juan Peña 'El Lebrijano'. Dirección: Pedro María Peña. Lugar: Teatro Lope de Vega. Fecha: Domingo 18 de septiembre. Aforo: Lleno.
El cantaor José Valencia lo ha vuelto a hacer. Igual que hace dos años. En una Bienal francamente conservadora, pero que le está dando su sitio al cante, como hace tiempo que no tenía. Ha vuelto a demostrar que se puede hacer un espectáculo de cante flamenco clásico, lo que hoy se considera clásico, sin caer en los amaneramientos y lugares comunes frecuentes en este tipo de propuestas. De Sevilla a Cádiz es un espectáculo fresco, natural, directo, al tiempo que una revisión de una obra maestra del pasado y un homenaje. Con ese repertorio que estableció como clásico Antonio Mairena justo unos años antes de que El Lebrijano publicara su primera obra maestra, de la que este espectáculo toma el nombre, el repertorio y la intención. José Valencia ha demostrado que se puede cantar hoy por soleares, seguiriyas, bulerías, tientos, tangos y romances y resultar original. El repertorio clásico de hoy, como digo. Distinto del de los años 30 o de principios del siglo XX, por elegir dos momentos de la historia del flamenco a vuelapluma. Con un contenido lírico terrible, de posguerra, violento, salvaje.
Si hay un intérprete capacitado para remedar a El Lebrijano es su paisano José Valencia. Juan Peña era un superdotado, con un sentido del ritmo prodigioso y un poderío vocal que lo facultaban para alargar los tercios a placer. Valencia posee este sentido del ritmo y también del fraseo y aunque su tesitura vocal es distinta de la del maestro, ha sabido traerse a su terreno el repertorio de El Lebrijano. Un repertorio que, por otra parte, no está muy lejos del suyo. Valencia ha sido un alumno aventajado de Juan Peña y por eso ha podido cantar sus cantes y remedar su estilo, incluso su lenguaje gestual, saliendo airoso del envite. Precisamente por esta cualidad de frasear con solvencia es que Valencia tiene una dicción tan pulcra, para que podamos identificarnos con las terribles letras de posguerra incluidas en el disco. También el juego, claro está, en el coro, en el cancionero popular, de pique, como ese Quita de las esquinas por bulerías.
Un repertorio que se inicia con el romance mairenista, a ritmo de soleá bailable, que Pastora Galván puntea con gusto, y que tiene en la soleá, la seguiriya y la soleá por bulería sus cumbres. La seguiriya no fue sólo una cima musical, cincelada en hierro, con un sentido del fraseo y del ritmo asombroso, también un prodigio de entrega emocional, la ira en estado puro. En estado puro estilizado hasta la médula. La bulería por soleá demostró el prodigio rítmico que fue Juan Peña, que es José Valencia. Y la soleá, clásica, rotunda, sin amaneramientos, sin fisuras, redonda, pulida hasta el extremo. El acompañamiento, tanto en lo instrumental como en las palmas y las voces, se atiene al espíritu de entonces, 1969, pero está refinado y arreglado para hacerlo apto para los paladares de hoy. Juan Requena fue un guitarrista clásico y Manuel Parrilla fue ni más ni menos que lo que es, la esencia del toque jerezano corto y con sabor, nervioso, afilado, sencillo. El coro tuvo tres presencias puntuales, admirablemente elegidas. Sí, señoras y señores, se puede cantar por soleá y seguiriya, ateniéndose al pie de la letra a los cánones, y ser moderno.
El espectáculo es lozano pero al tiempo íntimo, lujuria del compás, la melodía y el poderío vocal pero austero. El sobrecogedor martinete final fue una oración, un acto de reconocimiento por tanta felicidad y alimento espiritual recibido.
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