Encuentro de la Fundación Cajasol
Las Jornadas Cervantinas acercan el lado más desconocido de Cervantes en Castro del Río (Córdoba)
José Manuel Caballero Bonald, poeta y novelista
En esta filigrana de entrevistas que editó Puz (Publicaciones Universitarias de Zaragoza), José Manuel Caballero Bonald (Jerez, 1926) aparece en diferentes momentos: a punto de viajar a Mallorca, de regreso de Colombia, al salir de Carabanchel, cuando ganó el Adonais. Desde la primera entrevista en Jerez (José Luis Acquaroni, 1954) a la última en Columbus (2009).
–¿Qué se propone hacer este verano en Mallorca?
–Vivir: bañarme, tomar el sol, tal vez escribir un libro, y tropezarme, esto sin proponérmelo, con montones de ánforas romanas que por aquellas calas abundan tanto como las bañistas extranjeras y nativas guapas.
–¿Qué puesto les adjudica a sus estudios de filosofía, astronomía y folclore como poeta?
–Las fuentes del oficio de escritor deben ser muy parecidas, pongo por caso, a las del aficionado a la pesca submarina, o a las del coleccionista de sellos.
–¿Qué piensa usted del boom?
–No me gusta , por lo pronto, esa palabreja para definir algo que tiene tan fácil equivalencia entre nosotros: auge, florecimiento.
–¿La música le ha sido útil?
–No sé, a mí me ha servido bastante la geometría.
–Cuando vivió en Colombia, ¿sintió que se aproximaba a la literatura hispanoamericana?
–Mis años colombianos fueron especialmente importantes. Allí trabajé más que nunca, sin problemas censorios ni económicos, enseñé literatura española, tuve un hijo, viajé por la selva y la sabana, entendí muy bien los procesos de agitación social...
–¿Puede una obra ser política sin que disminuyan sus valores estéticos?
–La eficacia social de la literatura se establece a partir de su eficacia artística.
–El aparente descrédito de la literatura social, ¿se debe a un cambio de mentalidad o a un cambio en la realidad del país?
–Dentro de unos años es probable que exista una óptica literaria o crítica capaz de rehabilitar el ejemplo arqueológico y mal aprovechado de los libros de caballería. Mientras tanto, roguemos piadosamente a los demonios del arte de escribir que el afán iconoclasta no consienta en sustituir unos ídolos por otros.
–¿Ha abandonado en ‘Ágata ojo de gato’ la perspectiva social de ‘Dos días de septiembre’?
–Lo que yo he pretendido con Ágata ojo de gato desde el punto de vista lingüístico es trasvasar a un lenguaje barroco una situación barroca. Lo que no es barroquismo es periodismo.
-¿Cómo siente el paisaje y la naturaleza?
–La naturaleza ejerce sobre mí una atracción fascinante, y, especialmente, ésta del coto: me siento obligado a volver a los arenales, a la marisma.
–Lorca tiene ese gusto por el habla andaluza.
–Lorca lo sublimó, lo recreó muy bien. Lo malo es toda esa morralla caricaturesca que vino después, el gracejo y el chistecito ingenioso, toda esa terrorífica falsificación de los hábitos expresivos andaluces.
–¿Siempre se reunían en la Universidad?
–Cuando volví el 62, había una reunión, disfrazada de tertulia literaria, en el café Pelayo. El primer día que caí por allí vi que Alfonso Grosso saludaba a un señor; le pregunté de qué se trataba y Grosso me contestó muy serio que era el policía. Teníamos hasta nuestro policía particular.
–¿Ha habido vigilancia política contra usted?
–Últimamente me han suspendido como cinco conferencias. Lo último que me prohibieron fue la presentación de La arboleda perdida, de Alberti.
–¿Le llega intuitivamente esa soltura barroca y lujo verbal?
–El barroco andaluz está en el ambiente, es una predisposición temperamental y una especie de educación sensual. Igual le ocurre a los gallegos que escriben en castellano: Valle-Inclán, Cunqueiro, Cela, Torrente. Todos ellos tienen como un tono adquirido por contagio del paisaje, de la mitología popular, de esas culturas diagonales que configuran un modo de vivir y de escribir.
–¿Cómo fueron sus comienzos?
–Yo empecé a escribir durante una crisis de salud, a fines de los años cuarenta, estimulado un poco por cierto propicio clima familiar. Aunque nacido en Andalucía y aunque me sienta muy íntegramente andaluz, mi padre es cubano y mi madre francesa. Mis primeros ejercicios poéticos están contagiados, a partes iguales, de un romanticismo afrancesado de lo más ingenuo y de un barroquismo ornamental de falsa procedencia antillano-andaluza.
–En toda su obra existe una experiencia vital...
–Mi padre llegó a Jerez muy joven, se vincula, andando el tiempo, a los negocios de la banca local. Posteriormente montó una bodega con unas marcas de vinos finos y olorosos procedentes de unas soleras muy buenas, pero estas bodegas se vinieron abajo cuando estalló la guerra civil.
–...Tal vez hubo influencias provenientes del Romanticismo, de la mano de Cernuda...
–Lo de los géneros literarios no es más que una trampa para neófitos. A estas alturas de la actividad literaria, uno ya no está ni para recuperaciones ni para andarse con virguerías. Todo eso o se da por añadidura o no se da. El estilo es una manera de ser, ya se sabe. Ocurre como con los vinos.
–¿Quizás la inteligencia es mala para la poesía?
–Lo que es malo para la poesía es el ingenio, toda esa morralla de la agudeza y los floreos retóricos y los picos de oro andaluces y no andaluces. La inteligencia es otra cosa muy distinta. En el grupo poético del 50 hay poetas muy inteligentes: Valente, Brines, Jaime Gil, pero apenas son ingeniosos. Y si aparentan serlo es con intención irónica.
–¿Eso del irracionalismo tiene que ver con el flamenco?
–¿Por qué no? El flamenco es un arte donde la quejumbre, el grito, es la fórmula expresiva fundamental. Los temas son monocordes, lógicos: el hambre, la madre, la cárcel, la libertad.
–A los 18 años se marcha de Jerez a Cádiz: estudios de Náutica, relación con el grupo Platero...
–A lo mejor empecé estudiando Náutica un poco influenciado por las novelas de piratas, y porque era una buena excusa para escaparme de Jerez, y si era por mar, mejor.
–¿Qué importancia tuvo el premio Adonais (’Las adivinaciones’, 1952)?
–El 52 fue el año que yo me vine a Madrid. Trabajé en la segunda Bienal Hispanoamericana de Arte, organizada por Leopoldo Panero.
–¿A qué poetas admiraban entonces, de quiénes hablaban?
–Nosotros, en primer lugar, éramos visitantes de Velintonia. Recuerdo que por aquellas fechas fue la primera vez que fui a ver a Vicente Aleixandre a su casa, y alguna vez fui con Valente y con José Agustín (Goytisolo), no sé si con Emilio Lledó.
–¿Hay alguna novela en perspectiva?
–Sí, tengo una. Estoy trabajando en ella. Todavía no la tengo muy avanzada. Y como en todas las anteriores me gusta definir la literatura con esta frase: la literatura es como una carta que el escritor se manda a sí mismo.
–¿La novela (’Campo de Agramante’) ha servido para exorcizar sus deseos no cumplidos?
–Todas las novelas lo hacen. Todos los protagonistas de mis novelas son mi pasado. De alguna forma es la memoria la que está actuando en ellas para edificar ciertos actos de mi vida.
–Con el avance audiovisual y de video, ¿quedarán los libros y las salas de cine para unos cuantos exquisitos?
–Las profecías de MacLuhan sobre el desplazamiento de la imagen tradicional por la visual, pasiva, no reflexiva, no creo que nunca se cumplan.
–¿Nos vamos a enterar de cuáles han sido sus novias?
–Sí, sí. Cuando Carlos Barral hizo sus memorias se le achacó que no hablara de sus andanzas eróticas y amorosas. Él se justificaba diciendo que su mujer iba a sentirse molesta. Eso son cosas del pasado que se pueden contar.
–¿Cuál es el papel del novelista español en la Comunidad de Escritores Europeos?
–El mío por lo pronto va a seguir siendo el mismo, seguiré trabajando por ese rincón de la Baja Andalucía o esa zona fronteriza a medio camino entre las culturas clásicas y las innovaciones, que es lo que me interesa descubrir.
–Parecería que ‘Tiempo de guerras perdidas’ está escrito como si de una narración iniciática se tratara...
–Porque el título es una metáfora. Mi padre tenía unas ideas y mi madre, fervorosa católica, otras y yo notaba esa tensión.
–¿La paz con Jerez es definitiva?
–Siempre he sido crítico con Jerez. No me ha gustado nada que el alcalde le regale un Mercedes a cada futbolista por ascender. Un puro disparate. Pero ya existe una fundación donde estará mi obra, mi archivo y mi correspondencia.
–Una cultura tan oral da los mejores escritores de España...
–Los mejores poetas. Desde Góngora pasando por Bécquer, el 98, Machado, Juan Ramón, el 27. Ha habido también estimables prosistas. Novelistas, no.
-¿Quiénes eran los del 50?
–Un grupo dentro de una generación. ¿Qué tiene que ver Gil de Biedma con Valente, o Barral con Ángel González? Como dijo un académico, yo era, además de rojo, libertino.
–¿Pretendió crear una suerte de realismo mágico pasado por Andalucía?
–Ése es un término que no me gusta mucho porque es un híbrido de Sandokán y Galicia, o de la novela picaresca y el cuento de hadas.
–¿Cómo ve este país desde la óptica del nacionalismo renaciente?
–El nacionalismo siempre ha sido de derechas. Todos los nacionalismos lo son, como todas las patrias. Neruda escribió un verso lapidario: “Patria, palabra triste como termómetro o ascensor”.
–¿Con quién le gustaría compartir una cena?
–Con Julia Roberts.
–Trabajó para Planeta.
–Empecé a trabajar en una historia de la Literatura para Planeta, pero no pasé del Renacimiento.
–Si a los 20 años le hubiesen dado a elegir entre escribir la mejor novela de la historia o protagonizarla, ¿qué escogería?
–Hubiese preferido navegar a escribir. Tuve la vocación marinera antes que la literaria. Habría aceptado ser el protagonista de El lobo del mar, de Jack London.
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