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Posiblemente, y con permiso de Clint Eastwood, Steven Spielberg y John Williams se lleven a la tumba, dios quiera que tarde, el oficio, los secretos y las esencias de un cine clásico que ha pervivido y mutado a través de ellos en un Hollywood ya sin centro que intenta sobrevivir hoy a golpe de blockbusters franquiciados para espectadores infantilizados.
Williams (Nueva York, 1932) cumple hoy90 años en plenitud de facultades y sin síntomas de cansancio, con sus 52 nominaciones y cinco Oscar en la vitrina y una agenda para 2022 que podría compararse con la de cualquier joven aspirante a un trono, el de la música de cine, que él ocupa en solitario desde la muerte en 2020 de su compañero de Premio Princesa de AsturiasEnnio Morricone. Podio merecido y trabajado título a título desde sus primeros pinitos en el oficio junto a Henry Mancini en 1958 y que exhibe hoy en las mejores salas de conciertos de Berlín o Viena, capitales del gran sinfonismo europeo que lo ha acogido sin etiquetas ni excusas como lo que es: el más grande y popular compositor vivo, el autor del repertorio más espectacular y conocido del último tercio del siglo XX y lo que llevamos del XXI, integrador generacional con su música de aquellos jóvenes, hoy cincuentones, que vivieron el despertar del cine clásico de aventuras y fantasía de la mano de Spielberg (Tiburón, Encuentros en la Tercera Fase) o Lucas (La guerra de las galaxias), pero también de sus hermanos menores, hijos y nietos a través de sucesivos éxitos y sagas populares como E.T., Indiana Jones, Parque Jurásico o Harry Potter.
90 años, 64 en la profesión, a la que llegó desde el piano jazzístico (John Towner firmaba por entonces), donde ha cimentando las bases de la excelencia de unos modos compositivos, una manera de arreglar para la gran orquesta, el cuidado de la melodía y el leitmotiv como esencia comunicativa, la perfecta sincronización (también emocional) de la escritura con las imágenes, siempre desde unos presupuestos clásicos y artesanales, recuperando y actualizando la tradición tardo-romántica y wagneriana pero integrando también la modernidad del lenguaje musical del siglo XX (de Stravinski a Adams) en el que tan cómodo se mueve en otros filmes (de Images a Inteligencia Artificial o Atrápame si puedes) y, especialmente, en sus piezas autónomas (Elegy for cello and orchestra) que también forman ya parte de su repertorio.
A Williams, que tiene este año por delante el nuevo filme autobiográfico de Spielberg, The Fabelmans, previsto para su estreno en noviembre, y la quinta entrega de Indiana Jones, hay que agradecerle también el definitivo triunfo de legitimidad de la música de cine en las salas de conciertos, impulsor desde la Boston Pops de toda una campaña de promoción de los clásicos de Hollywood y generoso compañero de viaje de los Bernstein, Goldsmith, Newman y compañía que entendieron que había que preservar el legado de los padres (Steiner, Korngold, Tiomkin, Rózsa, Herrmann, North) de un oficio subiéndose a los atriles con sus partituras o grabándolas en discos. Precisamente estos días gira también por el mundo el concierto-proyección de Superman con su música interpretada en vivo, y en junio el Kennedy Center de Washington celebrará su cumpleaños con un gran evento en el que participarán la National Symphony Orchestra, la violinista Anne-Sophie Mutter, el violonchelista Yo-Yo Ma y propio Spielberg como maestro de ceremonias.
Hace apenas una semana Deutsche Grammophon publicaba el disco doble de su concierto en Berlín del pasado año, y ayer mismo se anunciaba que Williams regresará a Viena en marzo (12 y 13) para dirigir de nuevo a la prestigiosa Wiener Philharmoniker en el mítico Musikverein. España sigue teniendo pendiente un encuentro con el maestro, y los gestores del Premio Princesa de Asturias o de las grandes orquestas nacionales deberían hacer un esfuerzo por conseguirlo ahora que la racha de salud y actividad del maestro parece imparable. Ojalá poder felicitarlo y aplaudirlo en vivo alguna vez.
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