Joaquín Sáenz, la luz habitada
La Casa de la Provincia exhibe hasta el 13 de mayo un centenar de obras de la colección personal del artista, referente del paisajismo y de la pintura como sublimación de la memoria
Sevilla/Joaquín Sáenz (Sevilla, 1931-2017) comprendía la pintura como una mezcla de emoción y maestría técnica. La naturaleza muerta que, en la Casa de la Provincia, da la bienvenida a su colección particular nos asombra por la calidad con la que este maestro vinculado al género del paisaje supo recoger la herencia de Sánchez Cotán y Zurbarán para dotar de un poderoso espíritu a una sencilla mesa con vaso y cebolletas. Pintada en 1996, esta obra principia Joaquín Sáenz: las buenas compañías y cuelga próxima a una vista de la Casa de la Moneda en la cual, mediante un complejo juego de luces, rojos y ocres, el pintor capta esa belleza descuidada que tantos edificios barrocos de Sevilla comparten con Roma. Si para Sáenz la pintura tiene sentido "cuando araña los entresijos del alma", la visión del inmueble que sus propietarios acaban de vender para crear apartamentos turísticos irremediablemente hace pensar en tantos andamios, lucros y daños que laceran la ciudad que habitamos.
Sólo estas dos obras, o la que dedica en 1988 al desaparecido Cine Ideal, bastan para calibrar la vigencia del credo pictórico de Joaquín Sáenz pero, por fortuna, hay un centenar más realizadas entre 1967 y 1999. Su esposa, Carmela, la elegante mujer de ojos claros cuyo retrato cierra la muestra en la planta baja del edificio, fue la culpable de que muchos de estos cuadros se quedaran en el hogar familiar de la calle Gamazo, cuando le decía: "Joaquín, éste no se vende, éste para nosotros". Así recuerda la sobrina de ambos, Rocío Corvillo, la procedencia doméstica de este conjunto comisariado por Francisco González-Camaño que recrea el ambiente sereno, íntimo y profundamente sevillano que Sáenz ocupaba con su familia.
El pintor, fallecido el año pasado y que había dejado el ejercicio de la pintura en 1999 debido a problemas de salud que desembocaron en una prematura ceguera, ya mostró piezas de su colección personal en La Caja China a través de su gran amigo y galerista Pepe Barragán. Sin embargo, tuvo como última ilusión el poder reunir aquellos lienzos y dibujos que decoraban su casa y su estudio, los dos ámbitos donde ejerció su arte, en un proyecto que ha hecho posible la Diputación de Sevilla, que atesora la serie dedicada a Gráficas del Sur, la imprenta familiar de la calle San Eloy donde Sáenz trabajó, creó y mantuvo tertulias con tantos amigos, algunos hoy ausentes, como el poeta Fernando Ortiz o el artista Pepe Soto.
"Las limitaciones de salud no le impidieron ser lo que siempre fue, un gran pintor", recuerda su sobrina de ese Sáenz que, hasta el último momento, pintó con sus recuerdos y hasta decidió de qué color debía ser el marco azul grisáceo con el que se presentaran en la Casa de la Provincia aquellos pasteles y óleos que ejecutó, ataviado con su mono vaquero y su sombrero de paja, en la carretera que une Alcalá del Río con Morón -uno de sus paisajes favoritos, con sus lomas y alcores-, en su amada playa de Conil o en el río Guadalquivir a la altura del tapón de Chapina en los años previos a 1992.
Los cielos nacarados sobre Triana, los azules tan holandeses de algunas de sus marinas, y el aire filtrándose en estos paisajes vistos desde la orilla de la memoria refrescan, por si hiciera alguna falta, la medida de su grandeza artística y su atención al detalle.
La presencia de los originales de algunos de sus carteles más hermosos, como el que le encargó el asesor de artes plásticas Francisco del Río para la primera Bienal de Flamenco a instancias del entonces delegado de Cultura José Luis Ortiz Nuevo, nos avisan asimismo de la saludable correspondencia entre la actividad del Sáenz litógrafo e impresor, del pintor y el aficionado al flamenco. Quiso el azar que coincidiera la inauguración de esta exposición con el homenaje que la Casa de los Poetas y las Letras tributó a su gran amigo Alberto García Ulecia, con quien tantas tardes de poesía y cante jondo compartió este artista cuyos juicios estéticos admiraban por igual Antonio Mairena y José Menese.
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