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JENŮFA | CRÍTICA
****Ópera de Leoš Janácek. Intérpretes: Agneta Eichenholz, Ángeles Blancas, Thomas Atkinks, Peter Berger, Nadine Weissmann, Isaac Galán, Felipe Bou, Marifé Nogales, Marta Ubieta, Zayra Ruiz, Patricia Calvache, Ruth González, Alicia Naranjo, Paula Ramírez, Andrés Merino. Coro de la A. A. Teatro Maestranza. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Producción de la Ópera Ballet Vlaanderen de Amberes. Escenografía y vestuario: Patrick Kinmonth. Iluminación: Robert Carsen y Peter van Praet. Dirección de escena: Robert Carsen. Dirección musical: Will Humburg. Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Jueves, 16 de febrero. Aforo: Lleno.
El bellísimo final de Jenufa abre una ventana a la esperanza y al amor, frente a esas otras ventanas tras las que se apostaban las miradas inquisitivas y acusatorias de una comunidad cerrada, opresiva, aplastante. Ese maravilloso crescendo orquestal sobre tonalidades luminosas fue traducido por Robert Carsen con un paralelo crescendo lumínico, abriendo por fin a la luz el fondo oscuro y tenebroso. Y abriéndolo a una luz radiante que envuelve a Jenufa y a Laca, que los arropa y los baña con una lluvia tamizada bajo los rayos dorados, en uno de los efectos escenográficos más bellos y emocionantes que recordamos en el Teatro de la Maestranza.
Fue la culminación de una propuesta escénica sumamente cuidada, inteligente, fluida y, sobre todo, rebosante de puro teatro. El propio Carsen lo decía el lunes en la rueda de prensa: no hace falta que la escenografía lo relate todo, sino que hay que dejar que el espectador complete en su imaginación el contexto escénico, que se convierte en un espectador activo que, a partir de una serie de elementos mínimos, llegue a sus propias conclusiones. Siempre y cuando, añadimos, que ello se acompañe de una cuidada dirección de actores complementada con la magia de la luz. Y de ello hubo a raudales, porque esas simples puertas y ventanas definen el espacio físico y simbólico desde el que los vecinos y paisanos de Jenufa vigilan sus movimientos y sus acciones, atentos y celosos del cumplimiento de las estrictas normas morales y de las apariencias. Con escasos elementos de atrezzo y con un magistral uso de la luz (bellísimas las sombras) consigue Carsen emocionarnos y llevarnos a esa catarsis que él mismo defendía el lunes.
Humburg comenzó el primer acto con cierto desenfoque del balance entre orquesta y escenario, como si le costase coger el ritmo. La verdad es que la disposición en la primera escena de los cantantes algo atrás y el carácter abierto de la escenografía hicieron que se perdiera bastante sonido de las voces, sobre todo en el caso de una Eichenholz que también necesitó un tiempo para templar la voz. Pero salvo esos momentos, Humburg estuvo muy atento a ese intenso tejido orquestal y a los incesantes cambios de ritmo, con momentos especialmente brillantes en el tercer acto, en los que la Sinfónica ofreció un bello sonido aterciopelado.
Eichenholz, una vez situada la voz, cantó con gran lirismo y con acentos muy delicados en su monólogo del segundo acto y, sobre todo, en la Salve. Su escena final fue como una transfiguración. Blancas, con su peculiar voz construida a base de cambios de color en los registros, resultó una opción perfecta para Kostelnicka, que en su voz sonó a la vez dura y conmovedora, en una impecable definición del personaje clave de esta ópera. El Laca de Berger estuvo lleno de brillo con una voz vibrante, muy lírica, y un fraseo tan lleno de resentimiento en el primer acto como de amor en el tercero. Igualmente lírico, pero de color más tornasolado el Steva de Atkins, estupendo actor también. Y un nutrido y brillante grupo de cantantes españoles complementarios, todos con espléndidas voces. Sobresaliente, por último, un coro de perfecto empaste y con especial brillo en su sonido.
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