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Una odisea bajo las bombas
Jeff Koons (York, Pensilvania, 1955) asegura luchar "todos los días" contra la debilidad, y la debilidad sería, para este artista, "no ejercer toda la libertad" que tiene. El artista estadounidense, que es el artista vivo más caro del mercado actual, asistió ayer a la inauguración en el Guggenheim de Bilbao de la primera retrospectiva que se le dedica en España para mostrarse en persona tan exuberante, contradictorio e imprevisible como su obra. "Cuando la gente habla de dinero y de los precios en el arte me pregunto: ¿de quién están hablando? Y entonces me doy cuenta de que es de mí", expresa Koons, para quien la función del arte es "reunir a la gente y hablar de cosas". "Yo ya me siento recompensado por pertenecer a una comunidad", dice. Con este recorrido por sus 40 años de carrera Koons quiere que los espectadores "sientan la presencia de Apolo, celebren un diálogo entre la vida interior y el mundo externo" y reflexionen "sobre cómo todos podemos participar de la trascendencia".
La exposición, que afronta en Bilbao su última escala tras pasar por el Whitney Museum de Nueva York y el Pompidou de París, avanza desde su producción primera, una época en la que destacan sus Hinchables o las instalaciones que haría con pequeños electrodomésticos, hasta sus últimas series, como Antigüedad o sus Esferas reflejantes. Unas décadas de constante reinvención en las que Koons recurre a un buen número de materiales distintos, en las que también investiga en una notable cantidad de técnicas diferentes, y en las que despliega una inventiva casi sin límites. "Viendo sólo sus comienzos, uno podría decir que es el fruto de cinco o seis artistas. No porque no supiera lo que hacía, sino porque su cabeza trabaja muy rápido", argumenta Scott Rothkopf, comisario de la exposición junto con Lucía Agirre. En palabras del propio Koons, "en este conjunto se puede ver desde la fuerza bruta de un artista joven hasta la obra de alguien mayor que mantiene el mismo impulso, pero que también tiene el intelecto detrás".
Hitos de su trayectoria como su escultura de Michael Jackson y su mono Bubbles, en una composición que remite a la Piedad de Miguel Ángel; el Conejo (Rabbit), hinchable de acero inoxidable, al que el espectador debe dar la interpretación inocente del Conejo de Pascua o quizás la traviesa de la marca de Playboy; su escandalosa y explícita serie Made in Heaven, en la que se retrató en diferentes posturas sexuales con su entonces pareja, la actriz Cicciolina, forman parte de un catálogo que también incluye otras piezas simbólicas de su carrera como el Popeye o uno de sus codiciados Balloon Dogs (Perros Globo).
La vida y la muerte, la carne y el alma, América y Europa, la publicidad y la iconografía religiosa, los superhéroes y la cultura de masas o el arte clásico y el barroco... Koons fagocita los elementos más dispares para una producción ante la que cada visitante, defiende, sacará sus propias conclusiones. "Es el observador el que tiene la última palabra, el que acaba la obra", sostiene un artista que persigue lecturas abiertas, como manifestó ante su Balloon Dog. "Parece una figura sacada del cumpleaños de un niño, pero también puede ser una figura ecuestre, una suerte de Caballo de Troya, te das cuenta de que posee un lado más oscuro. Cuantas más polaridades tenga algo será mejor, porque eso tiene que ver con las energías de la vida", sostiene.
Entre los muchos referentes que maneja, el creador destacó ayer al español Salvador Dalí, al que conoció personalmente y cuya actitud le marcaría profundamente. "Me ayudó a quererme, y una vez que confías en ti mismo puedes confiar en los otros. Me invitó a una exposición suya, y de ella salí diciéndome que yo también podía hacer eso, podía hacer vanguardia y hacer del arte una forma de vida". Koons también desea plantear estímulos a quienes accedan a su obra: "Espero que ayuden al espectador a confiar en sí mismo, a aceptar su propia historia".
Aprovechar la exposición que organizaba el Whitney, y que en Bilbao se verá hasta el 27 de septiembre, "era no sólo una oportunidad, sino un deber ineludible", afirma Juan Ignacio Vidarte, director general del Guggenheim, porque Koons está estrechamente vinculado a la historia del museo vasco: su colosal Puppy perteneciente a una serie que le reconcilió con el público tras la incomprendida Made in Heaven se exhibe en el exterior, donde ese perro de la raza West Highland White Terrier cubierto de flores se ha convertido, apunta Rafael Pardo, director de la Fundación BBVA -entidad que patrocina la exposición- en "algo tan icónico como el edificio del Guggenheim". Y eso que, como reconoce la comisaria Lucía Agirre, la arquitectura de Frank Gehry planteaba problemas. "La obra que instaláramos podría ser devorada por ella, pero eso no ocurrió", celebra. Koons está feliz, admite, porque "la gente acude a Puppy para hacerse una foto el día de su boda". Más allá de su valor en el mercado, este creador empeñado en derribar las barreras que imponía el arte ha sabido llegar a las calles.
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