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La cultura silenciada
Javier Perianes | Crítica
Javier Perianes
***** Cita en Maestranza. Javier Perianes, piano.
Programa:
Clara Schumann (1819-1896): Variaciones sobre un tema de Schumann Op.20 (1853)
Robert Schumann (1810-1856): Quasi Variazioni: Andantino de Clara Wieck Op.14 (Sonata No. 3) (1836)
Johannes Brahms (1833-1897): Variaciones sobre un tema de Schumann Op.9 (1854)
Enrique Granados (1867-1916): Goyescas (1911)
Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Domingo 16 de abril. Aforo: Dos tercios de entrada.
En 1853, después de cinco años sin componer, muy ocupada con la creciente familia y su formidable carrera de pianista, Clara Schumann decidió regalarle al esposo Robert por su cumpleaños unas Variaciones sobre la primera de las Hojas de Álbum contenidas en las Bunte Blätter que Schumann había publicado en 1851 como su Op.99. A finales de septiembre de aquel año, Johannes Brahms llega a casa de los Schumann en Düsseldorff con una recomendación de Joachim, y el matrimonio queda impresionado por el talento como pianista y compositor del joven. En octubre, Robert publica un artículo en el que anuncia la llegada del elegido al que la música alemana había estado esperando. Para entonces los trastornos mentales del compositor se habían agravado y en el febrero siguiente se arrojó a las heladas aguas del Rin a su paso por la ciudad en un intento de suicidio que acabaría provocando su internamiento en un sanatorio del que sólo saldría muerto, en julio de 1856. En marzo de aquel 1854 Brahms emprendió la escritura de una serie de variaciones sobre el mismo tema de Robert empleado por Clara. Hasta aquí el contexto.
Son bien conocidas las profundas relaciones personales y artísticas de este triángulo de músicos románticos, que fueron escogidas por Javier Perianes para la primera parte de su recital, en la que creó una atmósfera de un intimismo estático y arrebatador, casi morboso. A su absoluto dominio de las progresiones dinámicas por debajo del mezzopiano, auténtica marca de la casa, y que exprimió hasta niveles asombrosos, el pianista de Nerva añadió esta vez unos tempi de una lentitud que el sabio manejo del ritmo hizo en verdad extasiante. Todo ello lo logró conservando el sentido de cada obra: en la Op.20 de Clara, el tema del esposo está siempre presente, y en las manos de Perianes todo resultó de una claridad diamantina; con su Op.9, Johannes se mete en cambio en la piel del amigo y escribe unas riquísimas variaciones-fantasía llenas de imaginación y en las que abundan los contrastes entre las dos célebres personalidades schumannianas, la melancólica y la exaltada, que se alternan de una forma que puede ser exuberante. Perianes las quiso en cambio muy controladas, no pareció importarle sacrificar los contrastes más extravertidos (dinámicas, agógicas) por preservar ese sentido de recogimiento que por algún momento llegó casi a lo místico. Entre medias de los dos juegos de variaciones, colocó el intérprete el Andantino de la 3ª sonata de Robert, también en forma de variaciones, esta vez sobre un tema de Clara, entonces (1836) aún adolescente. La mirada del pianista abundó en lo mismo: delicadeza absoluta de la pulsación, evitando cualquier violentación del clima nocturnal.
La cosa cambió obviamente con las Goyescas de Granados. Heredero en buena medida del pianismo schumanniano, Granados eleva el nivel de virtuosismo, pero a la vez recoge las tendencias nacionalistas de la música española en una depuración magistral en que se cruzan ritmos populares y reminiscencias dieciochescas ("Estoy enamorado de la psicología de Goya, de su paleta, de su persona, de su musa...", escribió). El ambiente galante se transfiguró, de la morbidez romántica en penumbra al gracejo luminoso de las majas, y lo hizo sobre todo gracias al color, que fue justo donde el onubense puso el foco, aumentando también el rango dinámico de una interpretación cuajada de detalles en su búsqueda del carácter expresivo de cada pieza de la partitura. Perianes fue capaz de atrapar el espíritu entre scarlattiano y tonadillesco de Los requiebros, mantuvo imperturbables las imitaciones de guitarra en el bajo del Coloquio de la reja, la claridad de los temas que se cruzan en el centro de El fandango del candil, cuando junto a las guitarras, resuenan también las castañuelas, la ornamentación se hizo deliciosa (¡qué trinos de ruiseñor!) en Quejas, y de repente la oscuridad dolorosa de El amor y la muerte nos devolvió en buena medida al ambiente de la primera parte del concierto (dinámicas leves, matices en el manejo de un tiempo que parecía pararse, estirarse...), una atmósfera que se alargó luego hasta el misterio insondable de la Serenata del espectro...
En el Brahms otoñal de la propina acabó por imponerse la serenidad de la absoluta madurez. Madurez de una música prodigiosa y de un pianista en absoluto estado de gracia.
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