Alba Molina | crítica
No lo es ni pretende serlo
Arte
'Más allá de su sombra'. Javier Buzón. En el Centro de Iniciativas Culturales de la Universidad de Sevilla (Madre de Dios, 1) hasta el 2 de julio
La sencilla transparencia de los dos vasos cilíndricos a la derecha contrasta con los recipientes de la izquierda: ágil y ascendente la vasija de vidrio, firme y luminoso el pequeño florero blanco. Si este último despierta la memoria de la taza junto a la rosa de Zurbarán, que conserva la National Gallery, los vidrios hacen pensar en Willem Claesz o Willem Kalf. Los objetos tienen el suficiente vigor para plegar el fondo vertical y convertirlo en el plano horizontal que los sostiene y aloja.
El cuadro es así epítome de la tradición pero el autor, Javier Buzón (Sevilla, 1958), ha dejado en él sus huellas. Una, la luz: fría y delicada, como si estuviera más dispuesta a realzar el espacio que a protagonizarlo. Es la luz que ya aparecía en los cuadros expuestos hace años en la galería Begoña Malone. La otra huella es la propia pintura. Si el espectador atento investiga los reflejos de luz en los cristales o el blanco brillante del pequeño florero, descubrirá la solidez de la pintura puesta, como si el autor quisiera simultanear la realidad de la materia con la ilusión de la imagen. La pintura renuncia a su condición de velo para hacerse presente casi como un cuerpo.
Estas huellas muestran de qué modo un autor vuelve la mirada a la tradición artística y la revisa y explora. No parte de cero. Va con cuanto ha ido acumulando: lenguaje, preferencias, valores que fue tomando de la propia pintura o descubriendo en ella a lo largo del tiempo, y son ya su modo de concebir el arte. Parte así de su propia biografía fraguada a través de hallazgos, logros y no pocas dudas.
Así recorre Javier Buzón en primer lugar el bodegón. Las vasijas que ya conocemos las recogen otros lienzos con flores. Unas secas y otras frescas. Llaman la atención las primeras: es fácil pero no satisfactorio calificar esos cuadros de vanitas porque las ramas secas logran construir el cuadro, especialmente en los titulados Florero 1 y Florero 3. Mas que de caducidad, los cuadros hablan de memoria, de algo que sigue pesando desde el pasado.
Hay en las obras expuestas otros rasgos de memoria. Lo sugiere Pepe Yñiguez en el cuidado texto del catálogo: la fuerte Diana de Itálica podría despertar el recuerdo de los estudios académicos de pintura de ropaje y Venus los del desnudo del natural. Yñiguez abandona esa posibilidad para hablar del valor del desnudo. Más modestamente señalaré que me ha impresionado, en el primer cuadro, la prestancia de la materia pictórica y en el segundo, la vibrante aparición del sagrado vientre de Venus que parece tocado por aquella belleza trémula que era para André Breton la única posible.
Una tercera vertiente de la incursión del autor en la historia del arte es el paisaje. Las tres piezas pequeñas y una de mayor formato, de estructura bastante parecida, hacen pensar en una suerte de aproximación o ensayo. Una hipótesis nada solvente, si se tiene en cuenta que Javier Buzón ha pensado y trabajado el paisaje desde muchos supuestos. Si no me falla la memoria, expuso paisajes como vistos al paso en la galería Fausto Velázquez y con más seguridad recuerdo las series Villanueva, Árboles y otra titulada simplemente Paisajes. Hay ahora, sin embargo, algo novedoso. Se advierte sobre todo en el de mayor formato. En primer plano, una plataforma rocosa, casi un semicírculo que avanza desde los extremos hasta el centro del lienzo. Desde ahí las formas (¿plantas o trazos pictóricos?) se abren en abanico para que los sucesivos planos paralelos conviertan paso a paso los montes del lejano horizonte en un cielo de luminoso gris. Todo hace pensar que no es ésta una vista más, sino una reflexión sobre un paisaje muy preciso, el romántico. La referencia al espectador, sugerido por la plataforma de roca en primer plano, la construcción en bandas paralelas y el alto cielo anuncian una mirada a ese fecundo legado que aquí se nos devuelve como pintura que no disimula su materialidad.
Un último grupo de obras señalan otro retorno al pasado, en especial al barroco. Las obras, tituladas Abstracción barroca, se antojan la contrapartida a la suave firmeza de las figuras de Mercadante de Bretaña de la Puerta del Bautismo de la Catedral de Sevilla. La gradación del gótico muta en explosiones de imágenes que parecen brotar de la oscuridad. La severa gama de grises y sienas del fragmento de la puerta de la Catedral deja paso a una valiente gama de color, que no rehúye las tintas ácidas, para fortalecer la idea de un espacio que partiendo de la sombra se convierte en variedad de luces.
Los pintores no rehúyen el regreso a las fuentes. Las de la historia del arte y las de su propia cultura. En ambas se han formado. Abrir nuevos caminos es un ejercicio arriesgado pero también prometedor y fecundo. Ese, creo, es el intento de Javier Buzón...
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