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París/Tras haber descubierto que "el secreto del universo es ir con la corriente", el director estadounidense de culto Jim Jarmusch regresa a los cines con Paterson, una película donde lo único que pasa es el tiempo. El filme, que se estrena ahora en España, es tan particular como su propio autor, pues se enfrenta al desafío de contar la rutina de un conductor de autobús que escribe poesía cada vez que puede y cuyos días se parecen el uno al otro como dos gotas de agua.
"No podemos hacer nada sobre el tiempo. Sólo tenemos el presente, y toda mi vida es tratar de aprender a vivir en él", dice Jarmusch. Influido por la filosofía oriental -sobre todo tras rodar Ghost Dog (1999) y aprender artes marciales como el taichí-, el autor se limita a "cambiar sólo lo que puedas cambiar, y lo que no, hay que dejarlo ir, por simplista que suene. El secreto del universo es ir con la corriente".
Además de ser el título del film, Paterson es el nombre del protagonista, interpretado por Adam Driver, y de la ciudad de Nueva Jersey en la que se desarrolla la acción, por llamarla de alguna manera.
Aunque Jarmusch se declara culpable de "abusar de la palabra poesía", la cinta tiene una aspiración lírica nada disimulada. "La belleza se encuentra en las pequeñas cosas, no todo en la vida es dramático, es celebrar los detalles. Me gustan las grandes pelis de acción, pero también ésas en las que no pasa nada, como la tristeza de unos padres porque su hija se ha ido de casa", explica.
En muchos momentos, Paterson aparece como el reflejo nostálgico de una América perdida: el trabajador que acude todos los días al trabajo con su tartera de almuerzo bajo el brazo y que se resiste a hacer suyas innovaciones tan omnipresentes como el teléfono móvil.
Las nuevas tecnologías son "instrumentos, y está la opción de usarlas o no. No soy un nostálgico de la época sin móviles, aunque estoy harto de esos zombis que andan por la calle y ni siquiera están en el mundo porque van escribiendo mensajes... ¡En Nueva York me gustaría gritarles para que se apartaran de mi camino!".
Harto de que se catalogue cada una de sus películas como "la más personal" -"lo llevan diciendo de todas desde que hice Broken Flowers" (2005)-, reconoce que conseguir financiación ahora es más duro que cuando empezó. "Si nunca hubiese hecho antes una película, me llamase Buddy Wolinsky y hubiese ido a Amazon con el guión de Paterson, me habrían sacado de la habitación a carcajadas, diciendo: "¿Cómo? ¿Una película sobre un autobusero en Nueva Jersey?", ironiza.
Se considera afortunado por poder vivir de su pasión, el cine, aunque al mismo tiempo reconoce que "lo interesante de los poetas es que no lo hacen por dinero", como su compatriota William Carlos Williams, natural precisamente de Paterson, que además de poeta era médico y ayudó a dar a luz a más de 2.000 bebés en su vida. "Apollinaire, Kafka, o Robert Walser tenían otros trabajos para poder escribir", recuerda un Jarmusch especialmente cómodo al hablar de literatura, en la que declara su pasión por el chileno Roberto Bolaño o el francés Honoré de Balzac.
Sin embargo, puesto a buscar referentes, apunta a la Escuela de Nueva York -con representantes como Frank O'Hara o Kenneth Koch- porque "son poetas que no se toman muy en serio. Las poesías pueden ser divertidas y no están proclamando nada al mundo".
En esa misma onda, dice que al hacer sus películas no está pensando en un público determinado, sino sólo en que les guste a quienes la han hecho. Pese a todo, opina que "no todo el mundo tiene por qué ser creativo en una profesión", ya que a su entender "la estética está en todo".
Y, antes de despedirse, un deseo: "¡Sólo espero que (Paterson) no votase nunca a Trump! ¡Definitivamente no! Tengo ese mínimo de control sobre el personaje...".
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